La ANC dispone de una mesa camilla. Allí juegan al rumí Forcadell, Paluzie y Dolors Feliu, en tardes de naipes y pastas de té en las que Laura Borràs es la convidada de piedra. Los de la asamblea han dejado el bolchevismo por hacerse mencheviques; han pasado de jacobinos a girondinos, de hugonotes a calvinistas, de jesuitas a jansenistas, de incendiarios a bomberos. Hoy, Once de Setiembre, quieren llenar aceras y plazas duras, dar sensación de altercado y poner una nueva pica en Flandes. Todo simbólico, todo legal menos su intención profunda de seguir avanzando sobre los raíles del fraude de ley. Los asamblearios y amigos de lo ajeno mantienen sus piezas de caza mayor en la despensa. Entre ellas, la Cámara de Comercio de Barcelona, la institución inmarcesible de la antigua Junta de Comercio, que hoy vive bajo la bota de los okupas, gentes de pasión almogávar.
Dolors Feliu estrena en esta Diada su nuevo cargo como presidenta de la ANC. Por lo visto, esta abogada de la Generalitat puede conjugar el ruido con las nueces y cuenta con la libre circulación de los letrados del reino, buen disfraz. Incendia el mundo con la palabra, mientras teje la paz de los jurisconsultos. Su inocencia descansa en el alborozo asilvestrado de los jóvenes miembros de los comités; ella espolea; es la mano invisible de los levantiscos. Habla para los atrabiliarios; cierra la Diada oficial, pero no baja a la calle, cuando ha oscurecido; incurre moralmente en una clara incompatibilidad por más que los suyos, acostumbrado a prevaricar, se lo tomen a broma.
La confrontación y la ley no coinciden. Pero Feliu quiere un dos por uno desde que avaló jurídicamente las instrucciones del consejero de Interior sobre la aplicación de la ley de seguridad ciudadana, conocida como ley mordaza, para beneficiar el activismo. Ella fue miembro de la alta estructura de CiU en la etapa del nacionalismo blando, pero al entrar en el mundo zombi, se ató los machos y escondió su cabellera bajo un gorro frigio para dirigir a distancia la barricada Gavroche, donde huele a gasolina y a goma quemada, mientras ella departe con sus amigos, al amparo de una glorieta.
Feliu no ganó las elecciones de la ANC. Las ganó Jordi Pesarrodona, pero el secretariado de la entidad asamblearia y antidemocrática le regaló el cargo a la ex convergente. Fue un pucherazo. Ella es partidaria de la confrontación, no de la ley. Su ímpetu anticonstitucional es de tal calibre que hace falta la curiosidad de un entomólogo para descubrir que esconde la dama en el hemisferio occipital de su cerebro, el derrière de su conciencia. Feliu es la autora de un informe, que considera que "los actos aislados de violencia no hacen que una reunión o manifestación pierda el carácter de pacífica" y que "la caracterización de la violencia en estos casos debe realizarse de manera restrictiva". Ni la Stasi de la Alemana del Este hilaba tan fino.
Quim Torra colocó a la Feliu en el Consejo Asesor para el impulso del Foro Cívico y Social en el Debate Constituyente, una patochada digna de su presidente, el ceremonioso Lluís Llach. Aquello duró hasta que Pere Aragonés apartó a Francesc Esteve y Xavier Uriós, focos de la infección. Pero la arquitectura jurídico-institucional de la DUI sobrevive hoy bajo la piel del poder. Y la señora Dolors Feliu es el mejor ejemplo.