Con medio barrio a las espaldas comiendo palomitas y bocatas, la voz de los actores suena hueca pero diáfana. Al desaparecer los monstruos y los héroes de Disney, los niños pierden interés; se levantan, corren por delante de las primeras hileras de sillas, tapando la pantalla sabanera de enormes dimensiones, instalada para ver el cine a la fresca.

Es la eclosión de agosto, una estación en la que el músculo no duerme y la ambición tampoco: Yolanda se afana en Sumar sin la ayuda de Podemos --los de Belarra le tienen envidia-- y al otro lado del marco, el equipo de Abascal quiere confirmar el tercer puesto del podio electoral --detrás de PSOE y PP-- antes de llegar a la meta de las generales.

El tercero en discordia, sea Sumar o sea Vox, dará la victoria a su bloque, progresista o conservador. De momento es Vox quien ocupa la tercera medalla, pero habrá pelea porque el cuarto no pinta nada en los comicios españoles. La fórmula d'Hondt prima a las circunscripciones menos pobladas en detrimento de las que más lo están. Los escaños de la España vaciada se juegan por un centenar de votos, a lo sumo. Y los expertos en demoscopia hablan de las “provincias partidistas”, sociatas o populares, donde la tercera fuerza lo tiene crudo.

La gran batalla en un país todavía ineficiente y enfermo de ideología volverá en setiembre. Hasta entonces, reinan los recuerdos, las noches de Cinema Paradiso, con la evasión como única regla y con la efervescencia de lo sensible. Bajo un cielo de estrellas, buscamos un cine que sea crónica sentimental y pocas cosas pueden serlo tanto como Philippe Noiret, en el papel del proyeccionista Alfredo, con música de Ennio Morricone.

Aquel Cinema remitió a un espectáculo de posguerra en la Toscana al que podríamos aproximar nuestra realidad de alma cándida en tanto que lectores de las novelas inolvidables de Marsé, como Un día volveré, ambientada en el barrio del Carmelo, con el paso quebrado del pistolero que acaba de salir de prisión, mientras los niños cuentan aventis y juegan a chapas en las aceras desconchadas.

La batalla de Yolanda consiste en no juntarse demasiado a Sánchez, pero manteniendo un pacto estratégico con el PSOE. Vox pierde fuelle después del fracaso de Macarena Olona, pero mantiene sus estandartes inmutables: el mensaje antipolítico y la España metafísica.

Abascal prepara una rentrée trumpista, con busca y captura de los disidentes en el seno de Vox, sin olvido ni perdón. Tiene un espejo donde mirarse: los diez congresistas republicanos que votaron a favor del impeachment del expresidente norteamericano por el asalto al Capitolio han hecho las maletas. A la resistente Liz Cheney, la hija del mítico Dick Cheney --una mujer legalista, recta y muy conservadora--, Trump le ha lanzado su clásico you're fired, en nombre del pueblo de Wyoming, tierra de ganado y crudo. Pero, mientras Mar-a-Lago se convierte en una tumba de secretos oficiales, Biden se transforma en Dark Brandon, fantasioso alter ego de factura china, y “lo está petando”. Biden consigue victorias parciales en la economía, el campo legislativo y en materia de lucha antiterrorista. Explota una oleada de satisfacción demócrata, frente al modelo Wyoming, el estado más vacío y con más millonarios por metro cuadrado.

La barbarie populista no llega de momento al cine de verano al aire libre, la cueva del olvido. Sumerjámonos. Dicen que la melancolía fortalece y cura las heridas del alma.