Leía estos días cómo Amazon amenaza el liderazgo de Correos en el reparto de paquetería en España. Aunque los servicios que prestan no son idénticos, el dato es muy relevante.
Las plataformas se sustentan en una sofisticada tecnología que, combinada con una notoria precariedad laboral --como bien señala la reciente actuación de la Inspección de Trabajo en Amazon al detectar la cesión ilegal de 559 trabajadores-- acelera las entregas, multiplica la oferta y, quizás, disminuye los costes. Ante ello, los ciudadanos tendemos a dividirnos entre los que priorizan dicha mayor comodidad, frente a los que rechazan un modelo soportado en la pseudo explotación de los riders. Un repudio acrecentado al saber de las extraordinarias ganancias de los accionistas de estas compañías.
El tránsito de cartero a rider constituye un ejemplo paradigmático de la evolución de nuestro mundo en las últimas décadas. El rider como un ser anónimo, mal remunerado y sujeto a vaivenes laborales que le imposibilitan asentarse en su trayecto vital. Por contra, el cartero era una persona cuyo oficio le aportaba aquello que dignifica el trabajo: estabilidad laboral y remuneración ajustada pero decente; reconocimiento social de su función; y arraigo en la comunidad a la que servía.
No tengo la menor duda de que mis consideraciones suenan ridículas para algunos; un dejarse llevar por aquella melancolía que, a menudo, acompaña la edad. Puede ser. O quizás resulte que desde hace unas décadas nos hemos metido en un lío del que ya veremos cómo nos salimos. Y que hay motivo para la añoranza.