Al poco de establecerse la Mancomunitat, su presidente Enric Prat de la Riba encabezó un manifiesto de todas las personalidades de Cataluña, algo imposible si no se desdeña al resto. Fue en 1916, desencadenada ya la Primera Guerra Mundial. Este párrafo habla por sí solo: “Serbios amigos, compañeros de infortunio: la Cataluña que piensa, la Cataluña que trabaja, la que tiene un ideal de perfección, os envía su más entusiasta adhesión, su anhelo más profundo de que os sea reparada la injusticia cometida y podáis satisfacer, ampliamente, vuestro ideal nacionalista”.
Podemos observar que la usurpación que el nacionalismo hace de la ciudadanía viene desde sus orígenes. Para los nacionalistas catalanes de entonces los buenos eran los serbios, “compañeros de infortunio”. No pasemos cuidado que un párrafo como este no será materia de comentario en un examen de selectividad promovido desde la Generalitat. ¿Por qué? Porque no conviene a su sesgo ideológico, no es fácil de explicar sin salir tocado.
Veamos este otro párrafo. Fue recogido en la prensa el 12 de junio de 1934. Faltaban menos de cuatro meses para la sublevación del 6 de octubre. En un discurso, Lluís Companys –el presidente de la Generalitat que acabaría siendo fusilado por los franquistas seis años después, en un juicio irregular— dijo: “Debemos fortalecer nuestro espíritu y hacer examen de conciencia, y decirnos cada día, frente a nuestro actual deber que puede ser histórico: ‘Yo soy catalán. Soy un buen catalán’. Impregnados de esta condición se alzará como una hostia santa el alma inmortal de nuestro pueblo, y tal vez os dirá a todos: ‘Hermanos, seguidme’. Y toda Cataluña se pondrá en pie”.
Lo primero que asombra es la retórica, que muchos solo contemplan como propiedad exclusiva de una España casposa y anticuada. Ya ven. Lo vuelvo a repetir: No pasemos cuidado que un párrafo como este no será materia de comentario en un examen de selectividad promovido desde la Generalitat. ¿Por qué? Porque no conviene a su sesgo ideológico, no es fácil de explicar sin salir tocado.
Sin embargo, una de las preguntas formuladas este año ha consistido en lo siguiente. A los jóvenes estudiantes les han ofrecido los porcentajes de votos que la UCD obtuvo en las primeras elecciones de la Transición, el 15 de junio de 1977. Y les pidieron sacar conclusiones de esos datos. Así, de forma inexorable, cabía deducir que catalanes y vascos éramos diferentes al resto de españoles, pues les brindamos al partido ganador mucho menos apoyo.
Analicemos. Las Canarias fue la región o comunidad autónoma donde mayor respaldo obtuvo la formación que encabezaba Adolfo Suárez (61%), y el País Vasco (13%) la que menos le dio. Y en Cataluña UCD consiguió el 17% de los votos. Podemos observar otros aspectos que merecen ser reseñados. Por ejemplo, el apoyo a los centristas en los territorios de la antigua Corona de Aragón fue como sigue: Baleares, 51%; Aragón, 37%; Valencia, 34%.
Con los simples datos generales que se daban, se ocultaba una vez más la pluralidad y diversidad de Cataluña. En efecto, cuántos podrán siquiera imaginar que en la circunscripción de Tarragona ganó la UCD con más del 27%. En el conjunto de Cataluña UCD solo tuvo por delante al PSC-PSOE; si bien, el PSUC fue la segunda fuerza de Barcelona, donde la formación de Jordi Pujol ganó a la de Adolfo Suárez (encabezada por Carlos Sentís y Manuel Jiménez de Parga) por menos de 9.000 votos, lo que le supuso un escaño más.
Puestos a seguir con datos, y para acabar, subrayaré que en Navarra la UCD logró el 29% de los votos. Y que en Álava fue casi el 31%. De todo esto, ni rastro para los estudiantes. El separatismo, que siempre ha pretendido exclusividad, brinda supremacía y margina en todo momento y lugar. Hay que poner negro sobre blanco su negativa sistemática a mostrar y reconocer la diversidad entre catalanes.
¿Se pregunta, en cambio, por qué en Guipúzcoa no participó la UCD en aquellas elecciones? Con su cero electoral el porcentaje vasco se redujo de forma drástica. Tres años después, en 1980, el genocidio de centristas vascos efectuado por ETA llegó al cénit; una implacable y brutal cacería. Aquel año, la banda terrorista etarra mató a 95 personas (el 71,6% de las muertes violentas que hubo en España), hirió al 73% de los heridos por violencia y efectuó el 85% de los secuestros que hubo en en el país. Todo esto me gustaría que lo supieran mis queridos estudiantes catalanes, puestos en esto de espaldas a la realidad.