En la Unión Europea a un jefe de Gobierno de un Estado miembro no le basta con ser un líder nacional. Hemos llegado a un grado tal de integración comunitaria que para defender los intereses nacionales tiene que ser, además, un líder europeo, por lo menos tiene que saber moverse en el terreno comunicativo y político en las reuniones y en los pasillos del edificio Europa, sede del Consejo Europeo.
Ignorar esta faceta o no saberla aprovechar lleva a la pérdida de oportunidades para su país. A lo largo de la pertenencia de España a la Unión, algunos de nuestros presidentes de Gobierno no han estado a la altura negociadora de las potencialidades de España.
España es la cuarta economía de la Unión y por su posición geoestratégica y su relación con América Latina goza de un plus que acrecienta su peso político en Europa y le permite movimientos por encima del estricto valor del voto ponderado que le corresponde en el Consejo (de ministros), pero que se tienen que trabajar a fondo con una gran implicación personal del presidente del Gobierno.
El Consejo Europeo, formado por los jefes de Estado o de Gobierno, da los impulsos necesarios para el desarrollo de la Unión y define sus orientaciones y prioridades políticas generales, de hecho, trata de conciliar los intereses nacionales y los europeos.
Si el Tratado de la Unión prevé cuatro reuniones ordinarias del Consejo Europeo --la última el 23 y 24 de junio--, las extraordinarias se han multiplicado por las circunstancias excepcionales derivadas primero del Brexit, después de las consecuencias económicas y sociales de la pandemia y, ahora, por el desafío de la invasión rusa de Ucrania.
Las extraordinarias exigen especial atención e improvisación de los participantes por la urgencia o gravedad del asunto. Es cuando el pasillo adquiere mayor importancia.
Últimamente, España ha sido muy activa en la formación de la voluntad del Consejo Europeo. En 2020/2021 lo fue en la concreción de las ayudas para paliar las consecuencias de la pandemia y en la innovadora concepción de los fondos Next Generation EU, que se financiarán de manera diversificada, pero con emisiones europeas de bonos a medio y largo plazo, algo que España había propugnado.
En 2022 ha conseguido, junto con Portugal, la consideración de la península como “isla energética”, lo que permite topar de forma autónoma el precio del gas y contener la factura de la electricidad. Y, recientemente, acaba de hacer un frente común con los Países Bajos, tradicionalmente enfrentados a España, para reformar las reglas fiscales de la Unión.
Se dice que el ejercicio de la política es el “régimen profesional” más abierto y que cualquiera puede ser jefe de Estado o de Gobierno. Ejemplos a porrillo: empresarios inmobiliarios, exespías, actores, antiguos empleados de banca o de aseguradoras, etc. que llegan a la cúspide.
La paradoja es que la globalización y la pertenencia a organizaciones supranacionales como la UE o la OTAN requerirían un mínimo de formación especializada en el dirigente gubernamental.
Pero los electores nacionales no tienen en cuenta esa necesidad, que la mayoría de ellos desconocen. Pueden preferir a un candidato, incluso de procedencia regional o local, de un perfil tal vez suficiente en el ámbito nacional, pero inadecuado en el internacional y en los pasillos del edificio Europa, a otro con capacidades que no les dicen nada.
En esos pasillos todavía se recuerda a presidentes del Gobierno español que llegaban justo a la hora señalada para el inicio de la reunión del Consejo Europeo para no tener que departir con sus colegas por falta de capacidades comunicativas. Cuando en los pasillos es donde se trabajan las negociaciones y se traban las alianzas.
Se puede objetar que para eso están los equipos de asesores, los que en el argot comunitario se llaman “sherpas”, porque facilitan el ascenso a la “cumbre” de las reuniones. Ciertamente son muy útiles, pero nadie suple al líder en los momentos clave. Por eso, cuanto más sepa moverse en los pasillos de Europa, mejor para los intereses del país.
Todo lo cual vale para España y también para los pasillos del Foro de Davos y, como se ha podido comprobar, para los pasillos de la cumbre de la OTAN en Madrid.