El PCE ha celebrado su XXI Congreso y Yolanda Díaz está intentando ordenar los dígitos de Sumar. Los usuarios habituales de las cavernas del sado político no han tardado ni un instante en valorar negativamente ambos eventos y en proferir epítetos vejatorios contra la vicepresidenta y sus camaradas.
Sí, lo confieso, me molesta e irrita que la derechita, y la derechona, utilicen la palabra comunista como insulto, como arma arrojadiza contra el adversario político. Los conceptos, cuando se verbalizan de forma gratuita e inapropiada, suelen contener semillas de odio e intolerancia. Lo mismo ocurre cuando el término fascista es usado para descalificar, sin motivo, a los discrepantes.
Me duele el uso sucio del adjetivo comunista como reproche, porque en este país fueron miles los hombres y mujeres que, jugándose el tipo, lucharon por la democracia y la libertad bajo las siglas del PCE o del PSUC. A la memoria acuden, entre otros, los nombres de los Solé Barberá, Puerto Otero, Marcelino Camacho, Antonio Gutiérrez Díaz o Jordi Solé Tura. A muchos de ellos tuve el honor de conocerles y compartir anhelos de libertad desde una mirada política distinta a la suya. Puedo dar fe de su honestidad, de su amor a la humanidad y de su lucha por la democracia, y eran ¡comunistas!
Otros como Semprún, Claudín o Santiago Carrillo intentaron, a su manera, abrir el camino de la reconciliación nacional. Acháquenles todos los sanbenitos que quieran, cometieron infinidad de errores; cierto, pero el balance global no deja de ser positivo. Para otra ocasión dejaremos a los que, como Enrico Berlinguer, trazaron en Europa nuevas sendas para la izquierda.
El Partido Comunista de España no es el PC de China. El Congreso de los comunistas españoles no tiene ni la relevancia ni la trascendencia del de los asiáticos. Obvio, pero en las actuales circunstancias políticas cualquier movimiento tectónico en las filas de la izquierda tiene su importancia. Encuestas y sondeos indican que el suelo electoral se mueve y que el futuro es cada vez más volátil e imprevisible.
El proyecto de Yolanda Díaz puede augurar un nuevo gobierno de coalición progresista en España; quizás sí, pero su dinámica también contiene los viejos tics cainitas de las izquierdas. El XXI congreso del PCE ha puesto de nuevo de manifiesto que tanto el debate sobre las alianzas, como el de la OTAN, enturbia la unidad de acción de los progresistas en España. La elección de Enrique Santiago como secretario general del PCE ha sido ajustada y poco placida.
No lo puedo remediar. Cuando oigo a la vicepresidenta presentar Sumar como "un movimiento ciudadano que busca un nuevo contrato social" pienso en Santiago Carrillo. Sí, en aquel secretario general del PCE que proponía una gramsciana "alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura".
El veterano dirigente comunista decía: "El partido no aspira a conquistar el poder para él, monopólicamente, sino a un poder en el que participen y cooperen, según su peso real, los diferentes grupos representativos de esas fuerzas, en una emulación por el progreso, el socialismo y la democracia". A veces pienso que las propuestas de Díaz son una especie de aggiornamento del comunismo post guerra fría, con la incorporación del término "contrato social" de Rousseau y un toque de épica buenista.
Lo comentaba al inicio de estas lineas. Me enojan las bravatas que equiparan a la izquierda de la izquierda con Pol Pot y otras hierbas. Me duele que algunos jueguen a satanizar cualquier iniciativa de los herederos de la hoz y el martillo. Lo que va a dar de sí el proceso de escucha y suma de Yolanda Díaz ya se verá. Si Unidas Podemos le deja, claro está.