Mientras la Agencia Internacional de la Energía pide la creación de nuevas centrales nucleares para abaratar el precio de la electricidad, sostener la industria y luchar contra el cambio climático, en la mayor parte de Europa nos comportamos como estúpidos niños ricos incapaces de desengancharnos del prejuicio antinuclear, de alejarnos de unos miedos básicamente irracionales.

Hoy el plenario Parlamento Europeo votará la taxonomía verde propuesta por la Comisión, que incluye tanto el gas como la nuclear como energías verdes para la transición sostenible, de manera que las inversiones gasísticas y nucleares puedan optar a la financiación comunitaria. El pasado 14 de junio dos comisiones de la Eurocámara rechazaron la propuesta, y si hoy la mayoría absoluta de los eurodiputados también la tumba, la CE tendrá que retirar o modificar la propuesta. Sin duda sería un duro golpe en un asunto de una extraordinaria importancia, y en un momento particularmente crítico para Europa ante el riesgo de un corte completo del gas que suministra Rusia, lo que haría casi inevitable la recesión económica.

La propuesta de la Comisión intenta aunar los intereses y las sensibilidades de los estados que han apostado por el gas, como Alemania, y los partidarios de la nuclear, encabezados por Francia. Lo que ocurre es que la apuesta por el gas es completamente contradictoria tanto desde el punto de vista ambiental, porque es un hidrocarburo que contribuye al calentamiento global, como estratégico, pues Europa tiene que importarlo de Rusia, Estados Unidos o Argelia.

Incluir al gas no servirá para abaratar el coste de la energía ni hacernos menos dependientes. En cambio, lo que sí tiene sentido es apostar por la nuclear, pues es una energía tan sostenible como las llamadas renovables, que hoy están todavía lejos de ser la panacea. La propuesta sobre la energía nuclear se basa en un exhaustivo informe del Joint Research Centre, organismo independiente que asesora a la Comisión, que ha concluido que “la nuclear puede hacer una contribución sustancial al objetivo de mitigación del cambio climático sin causar daño a los otros aspectos medioambientales”.

En cuanto a los polémicos residuos, que tanta suspicacia despiertan, el informe concluye que “los almacenes geológicos profundos son apropiados y seguros para aislar el combustible gastado durante escalas de tiempo muy prolongadas”. Finalmente, el estudio del Joint Research sostiene que “la energía nuclear facilita el despliegue de fuentes renovables y no obstaculiza su desarrollo”. En paralelo, un informe de Naciones Unidas, publicado por UNECE, afirma que “el impacto ambiental del ciclo de la vida de la energía nuclear, desde la minería hasta la gestión de los residuos, es de lo más bajos de todas las energías, incluidas las renovables”.

Por tanto, hay un aval científico claro en favor de la nuclear que los políticos y los gobiernos europeos no deberían desoír porque, mientras perdemos el tiempo peinando al gato, por todo el mundo, empezando por China o Estados Unidos, y siguiendo por India, Rusia o Japón, hay un regreso decidido a dicha energía. Y, en cambio, ¿qué estamos haciendo en Europa? Alemania tozudamente decidida a culminar el desmantelamiento de todas sus nucleares, sin importarle tener que recurrir al sucio carbón para compensar la falta de suministro de gas, y en España muy cerca ya del punto de no retorno para el progresivo cierre de los siete reactores nucleares que nos suministran el 20% de la energía.

En definitiva, si continuamos con una gestión apriorística, ideológica, y en muchos casos incompetente como en Cataluña, donde el retraso en renovables es palmario, la transición energética puede acabar significando la definitiva decadencia europea como potencia industrial. A este paso acabaremos dándole al pedal para encender la luz.