En política se puede hacer de todo menos el ridículo. Lo dijo el expresident Tarradellas. Todos lo citan y muchos se convierten en zafios, en penosos exponentes del ridículo. En Cataluña tenemos ejemplos para aburrir y a cuenta de la sentencia del TSJC sobre el 25% del castellano, que es lo mismo que decir la sentencia que blinda el 75% del catalán.
El primer ridículo lo hizo el conseller, rasgándose las vestiduras y acudiendo a los centros cual Batman. Gonzàlez-Cambray está haciendo una gestión más que desastrosa. No sólo en este tema, sino también por su gestión con el profesorado. El anuncio de los cambios del nuevo curso son un ejemplo de prepotencia. Por cierto, un detalle que se trata de ocultar. Tuvo el apoyo entusiasta en aquella fantasmagórica rueda de prensa del president Aragonès.
El segundo, Junts per Catalunya. Su seriedad como partido es inexistente tras llegar a un acuerdo con ERC, PSC y comunes, y romperlo a las cuatro horas. No gustó el texto a los supremacistas que quieren imponer la lengua. Fíjense, lo mismo que hizo Franco tras el 39: imponer una lengua, como si eso fuera garantía de algo. No gustó sobre todo a Laura Borràs, la experta en trocear contratos, a la que no se le cae la cara de vergüenza por autoerigirse en zarina ofendida, en víctima de las cloacas del Estado. La realidad es que está hasta arriba por sus propias cloacas. Y como no le gustó ni a ella ni al flautista de Waterloo, el acuerdo decayó.
El tercer ridículo se tejió por parte de todos alcanzando un acuerdo in extremis. Era necesario hacer las cosas sobre la campana, cuando tiempo hubo más que de sobra para buscar una solución. La política se ha convertido en una especie de Dragon Khan. Todo se acuerda en el último minuto, con errores como el del diputado popular votando la reforma laboral. El acuerdo fue sobre la campana y puso en marcha, por sí mismo, el cuarto ridículo.
Los partidos contrarios al texto en un alarde de finezza política llevaron la ley al Consell de Garanties Estatutàries. Los estrategas cantaron victoria muy ufanos. Habían impedido que se aprobara la ley en el Parlament con su argucia, que tenía vapores de la astucia de Artur Mas. Les sirvió para poco ser astuto.
Ya puestos, Cambray sumó su segundo ridículo, en un cómputo ya de cinco. Redactar un decreto que rompía el acuerdo alcanzado y trataba de contentar a los sectores de ERC y Junts que clamaban contra la nueva claudicación, según su estrecho criterio. El decreto no contenta ni a unos, ni a otros, y a los responsables de los centros los pone a caminar por el alambre. Y rompió el consenso porque al PSC se le hincharon las narices. Gran victoria, señor conseller. Pero pírrica. Pero, y lo bien que sienta, salir sacando pecho en defensa del catalán. Una forma brillante para evitar que te llamen botifler. Este es el nivel.
Sexto ridículo. La derecha española y la entrañable ultraderecha salieron en tromba. Unos pidiendo la detención del conseller, otros pidiendo la aplicación del 155 y los terceros en discordia un recurso al Tribunal Constitucional. Con trombones, trompetas y tambores, PP, Ciudadanos y Vox pusieron en marcha su propia campaña en Andalucía dando una patada en el culo a los catalanes. Lo digo bien catalanes, porque para una fauna, bastante abundante más allá del Ebro, no hacen distingos. Los catalanes sean de Junts, de la CUP, del PSC, de los comunes, o de ERC, son eso catalanes, el enemigo a batir. Ni siquiera pensaron estas mentes pensantes que para presentar un recurso al Constitucional la ley debe ser primero ratificada y quizás, solo quizás, el TSJC tiene que contestar a las alegaciones planteadas por el Govern. Nimios detalles sin importancia.
Séptimo ridículo. Feijóo, el flamante nuevo líder del PP, se puso ante los micrófonos de Onda Cero para entrar a matar y salir de la plaza con dos orejas y rabo. En Cataluña hay apartheid lingüístico, dijo, y se quedó tan ancho. De aquel discurso en el Círculo de Economía solo queda el eco, es mejor buscar la confrontación antes que buscar puntos de encuentro. Es más rentable electoralmente, y el 19 de junio pesa mogollón.
Octavo ridículo. El Consell de Garanties Estatutàries se está tomando su tiempo. Lo de ser conscientes de la sensibilidad del asunto se deja a los pusilánimes. Es mejor ir piano piano. Aumentar la productividad no debe estar entre sus objetivos. Cuando lo tengamos todo liado, entonces habrá dictamen.
Noveno ridículo. Los aprendices de papanatas de la Pompeu Fabra piden erradicar el castellano y dejar el catalán como única lengua. Luego son los primeros que van a Madriz a ganar puntos, pero mientras hacen gala de su provincianismo repugnante, totalitario y mentecato.
Cataluña es bilingüe le guste a Puigdemont o no. Conviven las dos lenguas y el catañol es su punto de encuentro. La inmersión ha sido un éxito y ha evitado que la lengua nos separe en dos comunidades. Pero la inmersión necesita retoques para garantizar el aprendizaje de castellano y de catalán. Retoques que los centros educativos ya hacen para resituarse en su entorno. En el entorno castellanoparlante, más catalán; en el catalanoparlante, más castellano. No se trata de cumplir el 25%, se trata de no ser imbéciles y saber aprovechar la riqueza de los idiomas. Somos bilingües y serlo no es un problema, es una gran oportunidad. Pero para que lo sea de verdad, dejemos de hacer el ridículo.