Trias Fargas sostenía entre el índice y el pulgar una moneda de peseta y repetía aquella frase: “De cada peseta que sale de Cataluña rumbo a Madrid, regresa a Cataluña solamente...". No recuerdo si eran veinte céntimos los que regresaban, o quince, o treinta; aunque si no lo recuerdo no es por culpa suya, pues no paraba de repetirlo. Lucía aquel hombre, dicho sea de paso, un bigote que parecía un postizo para actuar de mosquetero en alguna representación teatral.
Esto del agravio económico es un argumento recurrente, y así, el actual presidente de la Generalitat, cuando era jovencito, también se fotografiaba con un pasquín donde decía cuántos millones de euros vuelan cada día de Cataluña hacia la Meseta sin retorno. La idea de semejante saqueo, real o inventado, y de que sin el lastre de España los catalanes seríamos riquísimos, condujo a los acontecimientos del año 2017, que, como todo el mundo sabe, acabaron como el rosario de la aurora; allí nuestra clase política se dejó bastantes plumas.
Con estos precedentes y con el descreimiento y el hastío que concita el discurso político, se diría que el presidente Aragonès tiene pocas posibilidades de arrastrar a millones de ofendidos, agraviados e indignados con el tema del triple de inversión estatal que ha beneficiado a Madrid sobre Cataluña.
No porque el agravio sea inverosímil, sino por fatiga de los materiales. La misma burra no se puede vender una y otra vez. No se puede movilizar a la masa siempre con la misma zanahoria. Y es de prever que tampoco el asunto del 25% de castellano en las aulas sea verdaderamente estimulante, galvanizador. Parece que sólo generará rabietas impotentes entre los más fanáticos.
Es preciso algo nuevo. Algo totalmente diferente de los paradigmas habituales.
Como tenemos un nuevo director de TV3%, que seguro que llega al cargo lleno de proyectos e ilusiones y abierto a sugerencias vengan de donde vengan, nos atrevemos --ahora y aquí-- a proponer una idea que complacerá extremadamente a los catalanistas.
Se trataría de una serie de ficción que tendría que emitirse cada día en La Nostra. Los guiones los escribirían los mejores guionistas. Produciría la serie, claro está, Toni Soler. O Roures. La serie se titulará Independència.
El argumento partiría del supuesto a priori de que Cataluña ya es independiente, ya es un nuevo Estado de Europa. El presidente de ese nuevo Estado sería, naturalmente, Puigdemont (hasta su regreso de Bruselas podría representarle Joel Joan).
En ese nuevo Estado sólo se habla en catalán, por descontado. Buena parte de la trama se desarrollaría en el Palau de la Generalitat: el president y sus consejeros tienen que afrontar cada día los retos que afronta cualquier Estado de verdad: la hostilidad de los vecinos (España, principalmente, pero quizá también China, o Argelia); la necesidad de formar un ejército; controlar la inflación y paliar el desempleo; desarticular las intrigas cortesanas y la aparición de demagogos y populistas que quieren reunificarse con España; intrigas y conciliábulos para obtener un premio Nobel para un poeta catalán; avistamientos de ovnis...
Veríamos a Puigdemont (o Joel Joan) paseando caviloso al atardecer por el patio de los naranjos, sintiendo sobre sus espaldas todo el peso de su responsabilidad y pensando cómo demonios mejorar la vida de los ciudadanos; y a los consellers sentados ante el cuadro de Tàpies, debatiendo sobre cómo atraer inversiones extranjeras, cómo sanear la deuda publica, cómo buscar nuevos modelos económicos más allá del turismo y la construcción.
Un día podría aparecer un físico genial, un sabio locatis oriundo de Martorell, que ha descubierto cómo lograr la fusión nuclear sin gasto de energía, y así salvar al planeta... A lo mejor el CNI podría intentar secuestrarlo, para que fuese España quien se beneficiase de su halazgo, pero los Mossos desarticularían el complot.
Cada noche, durante una hora, durante la proyección de Independència, los catalanistas podrían “vivir plenamente” en el ensueño de la independencia. Y así, luego, las restantes 23 horas serían más llevaderas. E incluso los más viejecitos y desocupados podrían pasarse los capítulos en bucle. Serían dichosos. Al fin y al cabo, lo que cuenta es la ilusión.