Al igual que las reglas se cumplen no cumpliéndose, las previsiones se confirman a veces, incluso las profecías. Según lo previsto, Ucrania se impuso en Eurovisión, esa especie de espacio de democracia global aunque vistoso. Por razones obvias, era difícil que fuese de otra forma en ese nuevo ejemplo de separación de poderes, de expertos de un lado y público internauta de otro. Es lo que tiene la democracia directa. Algo parecido a lo ocurrido con los comunes pronunciándose a la búlgara, por unanimidad absoluta, a favor de la continuidad de Ada Colau como candidata a la alcaldía: el pueblo afiliado se lo ha pedido y hay cuestiones que son de pura supervivencia, sin ella ¿qué sería de la formación? Más vale prepararse para la que nos queda hasta las elecciones municipales.
Ya no sé si lo siento por Chanel, esta chica que tuvo el triunfo en la punta de los dedos, a punto de asaltar el cielo del éxito total, o por Jaume Collboni. El candidato socialista no podrá buscar hoy el titular de cada día proponiendo formalmente que el próximo festival de Eurovisión se celebre en Barcelona. El mismo habló hace unos días su querencia por el festival, en particular por ser vecino de Salomé, la cantante que triunfó en 1969, aunque fuera ex aequo con otros tres aspirantes. Una cosa así debe imprimir carácter de por vida. Se impuso con aquello de que “desde que llegaste ya no vivo llorando, vivo cantando, vivo soñando…” repetido una y mil veces. Al aspirante a la alcaldía tal vez le hiciera ilusión que dentro de un año se lo cantasen a él con entusiasmo pre-electoral. Aquel fue un año de estado de excepción, pero ya hace mucho tiempo de ello. El anterior, en el de 1968, se había impuesto Massiel con una canción de letra inolvidable y nombre evocador: “La, la, la”. Eran tiempos lejanos de simplicidad represiva y candidez festivalera. Por cierto, Juan Manuel Serrat era quien tenía que haber representado a España; pero se empeñó en cantar en catalán y el régimen no estaba para bromas ni alharacas.
Nos hemos quedado sin festival, pero ya tenemos un circo en marcha en donde vibra el pueblo animado por las cuadrigas de comunes, ERC y PSC. El resto parece participar de comparsas, para llenar el espacio. Parece que vivamos instalados en el universo permanentemente. Hasta el presidente Pedro Sánchez se refiere al “espacio de Yolanda”, olvidando a Podemos, sin que sepamos a ciencia cierta de que se trata. Andalucía nos indicará el camino de lo que será la izquierda del socialismo. Mientras, otros buscan el espacio neo convergente perdido en la inmensidad de la galaxia. Lo dijo Gabriel García Márquez pero tenemos tendencia al olvido: “La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. En realidad, al margen de qué cuadriga llegue antes, la palabra “pacto” es la que está de moda, aunque acabe perdiendo su valor y significado por uso, abuso y banalización. Hay una tendencia aguda a retorcer el lenguaje, pero lo fundamental es que para que haya pactos ha de haber liderazgos fuertes. Y no parece que estemos precisamente sobrados de ellos.
Tendemos a acabar creyéndonos nuestras propias construcciones mentales, sin percatarnos de que no somos dueños del futuro, aunque a veces pueda parecérnoslo. Los especialistas lo llaman “profecías autocumplidas”: a fuerza de obsesionarnos con una cosa, acabamos creyendo en algo que finalmente se cumple, por reacción o autosugestión que conduce al hecho anunciado. Pero cuando se está en una campaña electoral y se es candidato, sea larga o corta, es imprescindible fijar una imagen de contraste; de otra forma es imposible llegar a la recta final porque no se puede competir con un socio al que se ha estado bailando el agua durante todo un mandato. Ahora bien, marcar perfil propio y diferenciado entraña el riesgo de que te echen, cosa harto improbable ahora, aunque siempre puede ser mejor que marcharse silenciosamente, por la puerta falsa y modo rascaparedes. Si no marcas la diferencia, es muy difícil que alguien te reconozca como algo distinto y alternativo.
En un reciente encuentro organizado por Rethink Barcelona en Foment, el candidato in pectore del PSC, Jaume Collboni, logró sortear el tiempo sin hacer una sola alusión a la alcaldesa de la ciudad de la que es teniente de alcalde. No deja de tener su mérito, porque cuando se reivindica como propia la “Barcelona del Sí”, es por oposición a la “Barcelona del No” que representan los comunes, da igual que sea la ampliación del puerto, del aeropuerto, los juegos de invierno o el plan de usos del Eixample. Después de todo, las infraestructuras que necesita la capital catalana y, por extensión, su área metropolitana están de sobra listadas: el problema está en liderarlas, de abanderarlas frente a quien corresponda, el Estado, la Generalitat o quién sea. Esto exige arriesgar adoptando decisiones, exhibir un perfil propio y una voluntad de hacer posible la configuración de una alternativa creíble, con un discurso que asiente como agente esencial del cambio municipal. De lo contrario, lo que se proyecta es un discurso débil y de indolencia, más allá de expresiones bienintencionadas de “pacto” con no se sabe quién, ni en qué condiciones, ni para qué. Por este camino, la izquierda seguirá a la deriva, ajena a la realidad circundante y abandonada la bandera que le es más propia, la del crecimiento sostenible, la creación de riqueza y el empleo.