En el actual ejercicio, la política monetaria en EEUU y la zona euro posee distintas prioridades. En el primer país, el principal objetivo es la reducción de la inflación, en la segunda área evitar la recesión. No obstante, en ambos territorios la coyuntura económica aparentemente tiene unas características similares, pues el IPC es muy elevado y la evolución del PIB decepcionante.
En marzo, la tasa de inflación en la eurozona se situó en el 7,5% y alcanzó el nivel máximo desde la creación de la moneda única europea. No obstante, de forma paradójica, el BCE no echó agua al fuego, sino gasolina. Por un lado, su tipo de interés principal continuó en el 0% y siguió en su cota mínima. Por el otro, prosiguió con sus compras de deuda e indicó su intención de adquirir títulos en el segundo semestre por valor de 90.000 millones de euros.
En el mismo mes, el IPC en EEUU llegó al 8,5%, un porcentaje que no se veía desde diciembre de 1981. Ante la desbocada inflación, la Reserva Federal aumentó su principal tipo de interés del 0% al 0,75% y anunció la retirada a partir de junio de dinero del mercado. Dicha operación supone la venta de algunos de los bonos adquiridos en los últimos años y la compra de dólares. A diferencia del BCE, el banco central americano ha desplazado un par de aviones cisterna para sofocar el fuego y tiene previsto movilizar algunos más en el futuro.
En el primer trimestre, el PIB de la zona euro aumentó un 0,2%, en cambio, en EEUU disminuyó un 0,4%. A priori, un resultado sorprendente, pues el efecto bumerán de las sanciones afecta mucho más a los países del centro y norte de Europa que a la nación americana. No obstante, aquel es explicado por la supresión en el segundo país de las generosas ayudas temporales a familias y empresas concedidas durante el pasado ejercicio.
A pesar del anterior dato, en los próximos meses la mayoría de los analistas es más optimista respecto a la evolución de EEUU que a la de la eurozona. Creen que el primer país ha padecido un retroceso puntual en su PIB, pero descartan que entre en recesión. En cambio, en la segunda área existe la amenaza latente de un decrecimiento en los próximos trimestres, si el aumento de la demanda interior no compensa la ralentización de la exterior.
La disparidad en las actuaciones de ambas entidades está relacionada con un distinto diagnóstico de la inflación. Para la Reserva Federal, el gran incremento del nivel de precios es en sustancial medida el resultado de un elevado crecimiento de los salarios y de una importante repercusión en el precio de los bienes del aumento de los costes de producción de las empresas.
Para el banco central americano, el principal acelerador de la inflación es un mercado laboral al rojo vivo, pues numerosas empresas no logran cubrir sus vacantes, al existir una bajísima tasa de paro (3,6% en abril). La facilidad para lograr con inusitada rapidez un trabajo mejor retribuido y con mayores prestaciones sociales ha generado el fenómeno conocido como la Gran Dimisión. Una actuación consistente en abandonar el empleo en una compañía sin tener asegurado otro en una diferente.
En cambio, el BCE otorga una reducida importancia al anterior factor y una muy elevada al gran aumento del precio de las materias primas. En el mercado laboral de la zona euro no existe una escasez general de trabajadores, aunque si la padezcan algunos sectores, pues la tasa de desempleo en marzo se situó en un 6,8%. La elevada repercusión del incremento de los productos básicos se observa claramente en la gran diferencia existente en el mes de abril entre la inflación general (7,5%) y la subyacente (3,9%).
A pesar de ello, desde la perspectiva económica, es injustificable el mantenimiento por parte del BCE de un tipo de interés del 0%. Un nivel excepcional utilizado para combatir una deflación o un IPC positivo, aunque significativamente por debajo del 2%, siendo este último nivel el considerado óptimo a medio plazo por el banco central.
La distinta interpretación por parte de ambos bancos centrales del problema de la inflación generará una sustancial divergencia entre sus principales tipos de interés. Así, el próximo diciembre estimo que el de la Reserva Federal se situará en un 2,5% y el de la zona euro en un 0,5%, salvo cambio súbito de la política monetaria del BCE. Una diferencia que puede ser más amplia en 2023, si el nivel del IPC desciende más lentamente en EE.UU que en la zona euro debido a su distinta causa.
El anterior diferencial de tipos de interés hace mucho más interesante invertir en renta fija en la nación americana que en el área europea, desplaza capitales desde la segunda hacia la primera y aprecia el dólar respecto al euro. Una tendencia reforzada por el drenaje de liquidez (menos oferta de la moneda americana) efectuado por la Reserva Federal y el aumento de la creación de dinero (mayor disponibilidad de la divisa europea) realizado por el BCE.
La apreciación del dólar y la depreciación del euro convienen a ambas áreas. La zona euro consigue su objetivo, pues el menor valor de su moneda impulsa sus exportaciones, disminuye sus importaciones y aumenta su crecimiento económico. Aunque dificulta una rápida reducción de la inflación, sus autoridades económicas prefieren la primera repercusión a la segunda.
El mayor valor de la moneda americana abarata los productos importados, introduce competencia entre los nacionales y extranjeros y reduce el importe del IPC. No obstante, también el crecimiento económico. Para sus dirigentes, este es un efecto secundario soportable, pues en la actualidad prefieren menos inflación a más PIB.
En definitiva, la expectativa de un aumento del diferencial de tipos de interés entre EEUU y la zona euro, la retirada de una pequeña parte del dinero en circulación por parte de la Reserva Federal, la mayor confianza de los inversores en el crecimiento económico del país americano y la importante contribución de la apreciación del dólar al control de la inflación harán que dicha moneda se revalorice respecto a la europea en los próximos doce meses.
Entre el 1 de enero y el 9 de mayo lo ha hecho en un 7,1% y un euro ha pasado de intercambiarse por 1,1368 dólares a hacerlo por 1,0563. Una tendencia que continuará en lo que queda de ejercicio y probablemente lleve el tipo de cambio de ambas monedas a la paridad al final del actual año. En el primer semestre de 2023, el dólar seguirá apreciándose y ya valdrá más que la divisa europea.
Una expectativa cuya principal amenaza es un desplome de los principales índices bursátiles de EEUU, que afecte en gran medida a la actividad económica y financiera del país y haga desaparecer rápidamente la elevada inflación existente en la actualidad. Si así sucede, la nueva coyuntura tendrá algunas características similares a la observada en el primer semestre de 2001. Un período en el que el principal tipo de interés de la Reserva Federal bajó del 6,5% al 3,75% debido a la explosión en abril de 2020 de la burbuja de la nueva economía.