Silencio, se rueda fue una serie de éxito de Televisión Española de los años 60, creada y protagonizada con maestría por un Adolfo Marsillach en plena forma. Sus capítulos mostraban, a partir de una mirada irónica, la parte desconocida de la industria del cine, describiendo los distintos estereotipos humanos que se hallan en ese mundo: el productor sin escrúpulos, la madre de la artista, el aspirante a estrella...

Perdonen la referencia al gran creador que fue Marsillach, pero la España de estos últimos meses me sugiere una serie tragicómica con el título: Silencio, se sobreactúa. Alguien podría dibujar sin acritud, como hizo Adolfo, los tipos humanos que osan saturar cada día nuestros telediarios con sus cuitas y dilucidar qué hay de constructivo en cada pose.

Tanto en Cataluña, como en Madrid, algunos políticos sobreactúan hasta la exageración. Unos amenazan con romper la loza, otros fingen poner en marcha el lavavajillas. Y todo ello, no lo olviden, con el abrillantador que prestan determinados medios de comunicación a la búsqueda de audiencia.

Tampoco falta en este panorama el toque escatológico con tuits de la factoria Puigdemont: una empresa política en crisis de la que ya huyen algunos de sus principales accionistas. La marcha de Elsa Artadi, la ingenuidad belicista de Ponsatí y la batallita Borràs-Turull no dan para más.

Pere Aragonès sobreactúa, se hace el ofendido, cuando él sabe perfectamente que en cualquier país del mundo intentar subvertir el orden constitucional, votado democráticamente, atrae la atención de los servicios de información del Estado. Y, más aún, si se han dado muestras inequívocas de connivencia con grupos radicales dispuestos a paralizar infraestructuras ferroviarias, fronteras, puertos y aeropuertos. ¿Acaso olvida el líder de ERC que existe una moleskine comprometedora, contactos con gente de Putin y violencia incendiaria callejera?

Pide Aragonès para sí respeto y transparencia, al tiempo que obvia que su partido se negó rotundamente a explicar la naturaleza de las escuchas efectuadas por los Mossos a políticos y periodistas catalanes. El ahora sí antes no, no es de recibo. Sobreactúa el president para aparecer ante la opinión pública como el paladín justiciero que guarda las formas y no pierde, como los radicales de Junts, la compostura. Sobreactúa afirmando que la legislatura corre el riesgo de saltar por los aires.

Sinceramente, creo que el republicano juega de farol. A Pere Aragonès le conviene estirar y masticar como un chicle la situación actual. Con la mesa de diálogo en stand by no se encuentra en la necesidad de repetir a cada instante la cantinela "amnistía y autodeterminación". Mantra, este, que dificulta las negociaciones con el Gobierno español.

Al presidente de la Generalitat le interesa ganar tiempo y seguir gobernando. Está convencido de que, más pronto que tarde, los de Junts van a implosionar dejando libre y expedito su camino hacia la hegemonía en el campo del independentismo. Con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina no sólo no le interesa romper la baraja, sino que pretende consagrarse como un político que planta cara pero no rompe. El histrionismo lo deja para Borràs y sus correligionarios, la radicalidad sin propuestas viables para la CUP, el pagafantismo para Jaume Asens y los comuns.

Aragonès quiere hacerse valer en la política española y para ello precisa un interlocutor que le escuche y, de cuando en cuando, le regale los oídos. Pedro Sánchez quiere salvar lo que queda de legislatura, pacificar el Gobierno y el grupo parlamentario. Moverá ficha. Olvidará de momento (nunca olvida del todo) que los de ERC no votaron la reforma laboral y el decreto anticrisis. Silencio... Aragonès seguirá sobreactuando. Pedro Sánchez recalculando con su GPS.