¡Ánimo valents, units junts centrem... y a ver quién remata! El panorama parece más futbolístico que político. Con sus antecedentes personales y la realidad confusa presente, Rematem podría ser una buena marca para la agrupación o suma de agregados diversos que se dice quiere impulsar Sandro Rosell. Las tradicionales marcas de partido parecen avanzar hacia la extinción, probablemente al calor del descrédito de las diferentes formaciones, según el tenor de los estudios demoscópicos.

Desde luego, quien está claro que no rematará nada es Elsa Artadi que, admitida su valerosa y sorprendente decisión de tirar la toalla, ha dejado a Junts al albur de los acontecimientos y a algunos soñando con Xavier Trias como esperanza blanca para recuperar el espacio de lo que fue CDC. Claro que también hay quienes, en el ámbito socialista, piensan ya que Miquel Iceta sería mejor candidato que Jaume Collboni.

El tiempo apremia y la nostalgia nunca ha sido buena consejera en política. Convergència Democràtica de Catalunya es ya un pasado que resulta difícilmente recuperable. Tal y como están las cosas, faltos de liderazgo, podríamos aventurar sin gran riesgo de equivocarnos que incluso los alcaldes de eso que ahora se llama espacio "neo o posconvergente" estén más inquietos por mantener dentro de un año su vara de mando municipal mediante la fórmula de agrupaciones electorales que por rearmar un partido o como quiera llamarse.

La verdad es que, hasta donde me llega la memoria, no recuerdo caso alguno de político español que se haya roto de esta forma y lo haya reconocido públicamente. Habría que remontarse a Boabdil, el último sultán nazarí de Granada, que cuando abandonó la ciudad, desde los altos de las Alpujarras, mirando con lágrimas en los ojos a la ciudad, tuvo que escuchar aquello que la leyenda atribuye a su madre de "llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”. La diferencia es que al sultán lo expulsaron los Reyes Católicos y Elsa Artadi se ha ido motu proprio, una decisión tan admirable como valorable y con un sincero "no puedo más" que podría ser ampliable a muchos, demasiados ciudadanos, hartos de tanta jerigonza y de ver cómo se transita del secreto al misterio de Estado.

Con el caballo Pegasus trotando a rienda suelta por las praderas políticas, tal vez la expresión más acabada de la coyuntura política de Cataluña y España sea el titular con que el diario El País cubría su portada el sábado a tres columnas: "Tenemos que hablar". Una frase que no sé si fue elegida con ironía: tiene rasgos de preludios borrascosos o de tormenta cuando surge en el seno de una pareja, aunque sea de conveniencia como es el caso; tanto da cuál de los miembros de la pareja emita este requerimiento con aires de grito de guerra.

Se lo dijo Pere Aragonès a Pedro Sánchez a la puerta del Hotel Vela de Barcelona donde se celebraron las jornadas anuales del Círculo de Economía. En principio como intento de superar la crisis sobre las escuchas, antes privativas de los independentistas y ahora extendidas al Gobierno. Así, tenemos una situación en la que parece que estuviésemos a las puertas de un todo al descubierto. Creíamos que lo del espionaje era cosa privativa de la literatura, de gentes como Graham Greene o John le Carré, pero esto empieza a parecer más de Gila que otra cosa.

Pues nada: ¡que hablen! y face to face se digan lo que estimen oportuno. Pero que pongan orden en este sidral. Nos podemos enfrentar a un otoño caliente y no precisamente por la crisis climática. Sería preferible inquietarse por el descenso progresivo de las golondrinas por el modelo de los cultivos y el abuso de los pesticidas o preocuparnos por el crecimiento de la obesidad en Europa según ha advertido la OMS. Sin embargo, el problema es que los Ertes tocan a su fin y muchas empresas deberán devolver los créditos ICO heredados de la pandemia.

La preocupación empresarial por las perspectivas económicas es cada vez más generalizada. Aunque las vanidades prevalecen en demasiadas ocasiones sobre las necesidades de la ciudadanía. Incluso en vísperas de las Jornadas del lobby económico barcelonés, se vivió una crisis entre esta institución y Foment del Treball porque aquel la había dejado fuera del programa. Una discrepancia que se superó, no sin tensiones, tras amenazar la patronal catalana con no enviar a representante alguno al evento.

Cierto es que hablar es un sano ejercicio. La duda es la voluntad de las partes por llegar a buen puerto. Si todo sigue así y explota una crisis social, sin diálogo alguno, podríamos acabar con un surrealista súper domingo electoral en 2023 con una colección de urnas: municipales, autonómicas, Congreso, Senado y lo que haga falta. Sería un terreno abonado para una abstención que beneficiaria sobre todo a los comunes, aunque la alcaldesa no haya dicho su última palabra sobre su eventual repetición como candidata y parezca proyectar cierta desgana: es rumor creciente su absentismo frecuente del ayuntamiento que parece confirmarse por la falta de consistencia de su agenda pública. Lo malo para ella es que vive atrapada en su propio liderazgo unipersonal.

Con la fragmentación que se aprecia, cuantificable en una decena de candidaturas, sería curioso acabar en la ciudad de Barcelona con un triple empate técnico municipal. Siempre nos quedará confiar en los votantes y aquello de Cicerón de que “el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes”.