Hace apenas un año que Leonor de Borbón fue designada madrina de un submarino de la Armada española. ¿Cuáles era los méritos de una muchacha de 15 años para lo que, se supone, se considera un gran honor? Es difícil que a esa edad pueda presentar ninguno. Ya en 2018 participó en una lectura de la Constitución y poco después en un acto conmemorativo del Instituto Cervantes. Presentar como figura destacada a alguien que, no por demérito sino por edad, no ha hecho nada es un gesto bastante poco inteligente. Si se la quiere promocionar y que salga en los papeles, como parte de una hipotética labor de blanqueo de la Casa Real, mejor hacer que estudie en un colegio público y saque buenas notas y que se implique luego en tareas de voluntariado.
Cierto que, de momento, su presencia en los medios no se produce por las mismas razones que llevan a la prensa al abuelo, la abuela, la tía o los tíos e incluso algunos primos. O sea que su mejor baza es que no se porta mal, según los patrones clásicos de comportamiento. No parece mucho, pero menos es nada en una familia que aparenta padecer un síndrome autodestructivo. De hecho, si la monarquía española está en el ojo del huracán es porque muchos de sus miembros parecen decididos defensores del espíritu republicano.
La casa de Borbón ha sido, desde su implantación en el trono español, una lacra. Sus monarcas han tenido siempre, la excepción sería Carlos III, comportamientos muy alejados de las morales que decían practicar. Varios de ellos apoyaron claramente dictaduras, desde la de Primo de Rivera hasta la de Franco. Otros han tratado de compaginar el supuesto servicio a la nación con los intereses privados y privadísimos. Y en materia sexual (un asunto que, salvo por su voluntad de hermanar corona y catolicismo, debería ser privado) baste con decir que Juan Carlos no ha sido el más salido. Nada hay que oponer a que cada cual se acueste con quien quiera, siempre que el pago del placer no vaya a cargo del erario público.
Lo más llamativo de todo no son los comportamientos egoístas sino que el principal detonante contra la casa real proceda, casi siempre, de publicaciones que, en principio, no cuestionan la realeza, como puedan ser Hola, Lecturas, Semana o similares.
Los actuales problemas de la monarquía española empiezan, en cierta medida, con la publicación de la fotografía de Juan Carlos de Borbón junto al cadáver de un elefante, cacería en la que participó en plena crisis económica. Y fueron esas revistas, especialmente, las que se cebaron en relacionar el asunto con Corinna Larsen, primero presentada como “amiga”, y ahora convertida en “amante” y seria rival por un bote de 65 millones de euros de procedencia dudosa. Hay además un acoso, policías españoles mediante, que si no fuera por la inmunidad del interfecto sería catalogado de “machista”.
Hace muy poco que Hola ha publicado unas fotografías de Iñaki Urdangarin, yerno del emérito, y su nueva novia, cuyo nombre puede quedar en el ámbito privado porque la figura relevante es la de él por su conexión con la casa real española. En paralelo, se ha ido sabiendo que la fidelidad matrimonial eterna entre dos católicos confesos (el propio Iñaki y la aún su esposa, Cristina de Borbón) no era tan firme como prometieron en su día ante el arzobispo de Barcelona y están tramitando el divorcio.
Y quien sigue publicitando que el comportamiento de la familia real es de todo menos ejemplar son esas mismas revistas, cuya aportación a la modernización de España está aún por explicar, pero ha sido mucha.
Vale la pena recuperar una anécdota que se produjo en las aulas de la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona en 1970. Era uno de sus alumnos, el ya cuarentón Armando Matías Guiu, legendario redactor de cuentos infantiles para Radio Barcelona, que trabajaba también en Lecturas. Le dijo a un joven compañero que presumía de izquierdista: “Seguramente nunca lo has pensado, pero Lecturas ha hecho más para que la sociedad española asuma con normalidad el divorcio que todos los discursos de la izquierda juntos”. Y tenía razón, si bien en aquellos tiempos la izquierda no podía hacer en público discursos de ningún tipo.
Con las mismas, hoy los peores ataques a la casa real proceden de la prensa llamada rosa. Eso sí, hay que reconocer que las municiones acostumbran a proporcionarla la propia familia. Es como si sus miembros estuvieran empeñados en acabar con la monarquía.
Se podría decir aquello de sic transit gloria mundi, pero lo cierto es que entre sus antepasados la gloria es más bien escasa.