Leo con afición los libros de psicología que, con cierta frecuencia, vienen a caer en mis manos. Me interesan por sí mismos, pero también para indagar líneas que me sirvan de trampolín para saltar de un área a otra e imbricarlas. En los comportamientos de cada uno de nosotros subyacen patrones o modelos aprendidos. Localizarlos nos permite comprender el modo en que los problemas nos acucian, y el tono con que los vivimos e interpretamos. Desde ese conocimiento tenemos margen para avanzar y recomponer apegos. Nos conviene saber.
No solo se hereda el ADN, se van adquiriendo predisposiciones, hábitos, prejuicios y, en no pocas ocasiones, odios feroces, estúpidos y fantasmagóricos que responden a una desfiguración de la realidad. Hay contagios que incapacitan para convivir, que consiste en dar y recibir, en escuchar y obtener atención.
En su libro Historia de lo nuestro (Gedisa), Dimitra Doumpioti menciona el lado primitivo de nuestros padres, y de los adultos en general. Reconocerlo en sus distintas conexiones, y asumirlo, nos deja actuar con madurez en nuestras relaciones. Ignorarlo o rechazarlo, nos empuja a repetir en cadena el modo de hacer de nuestros modelos.
O acaso relacionarnos con los demás tal como lo hicimos con nuestros padres. Esta psicóloga, radicada en la Ciudad Condal, alerta de una disposición a no estar nunca en desacuerdo con quien manda.
El problema es repetir los mensajes inculcados sin consistencia. Hace cinco años la psicóloga Lorna Smith Benjamin afirmaba que su país, Estados Unidos, estaba sufriendo una epidemia de abusos de sustancias, sobre todo en jóvenes de familias ricas a los que sus padres les dieron el mensaje Sé feliz, sin más, y siguieron la corriente que pasaba a su lado. Por otra parte, si a un niño se le repite que nunca hace nada bien, que no vale y que nunca hará nada de provecho, el niño lo interiorizará y “esperará que los que le quieren se enfaden con él”. Hay aprendizajes tempranos, en el temor y la seguridad, que dejan huella en nuestra manera de responder.
Les propongo ahora saltar a la política. Tomo este párrafo de Doumpioti: “No podemos sobrevivir y desarrollarnos a menos que mantengamos un vínculo activo, constante y emocionalmente enriquecedor con nuestro entorno”. ¿Es aplicable a la vida de los partidos políticos? Estos funcionan como estrictas máquinas de poder y no requieren otra coherencia que la de insistir en su retórica particular. Sucede que su falta de calidad daña el buen funcionamiento de la democracia y deja muy vulnerable el sistema de libertades.
Los grandes partidos nacionales, el PSOE y el PP, están por encima de esa realidad enriquecedora con el entorno, a qué engañarse. Si me fijo en Cs, un partido pequeño con grandes sacudidas, el líder que lo aupó hizo riverista a la formación y la vació de su contenido original. ¿Cómo puede sobrevivir y desarrollarse? ¿Cómo pasar página y no quedar atrapados en un pasado fatal? Si seguimos las líneas del párrafo en cuestión, deberían alimentar su conexión con la base, con “un vínculo activo, constante y emocionalmente enriquecedor” con ella.
Si sus dirigentes actuales quieren un partido de centro-derecha, ya tenemos al PP, el partido que hace seis años se alineó con los podemitas contra el Pacto del Abrazo y abortó un Gobierno PSOE-Cs. Si se quiere un partido social-liberal (lo que equivale a liberal progresista o liberal igualitario), tendrá su hueco, siempre que toque las teclas adecuadas de las emociones (positivas y negativas, de alta y de baja actividad). Un proyecto serio de reforma permanente por el progreso de la libertad y la igualdad para todos sin excepción, arrastraría un apoyo notable. Más allá de las siglas, importan políticos con personalidad que aborden con resolución las relaciones concretas de los fuertes con los débiles, de los sanos con los enfermos, de los que tienen con los que no tienen, de los que están arriba con los que están abajo.
“Si la razón no dispusiera de un poderoso ejército de emociones, perdería su eficacia”, enseña el neurocientífico Ignacio Morgado. Para que cale la razón que se pueda tener, hay que excitar ocasionalmente y dar alegría y satisfacción. Asimismo, hay que procurar agrado, calma y tranquilidad. Las inevitables emociones negativas se han de revertir. Con la tristeza, el aburrimiento y el cansancio se transita en una baja frecuencia. Y, por supuesto, acucian la aversión, el enfado y la alarma por lo que sucede a nuestro alrededor.
Hay que caracterizarse por manifestar buenos modos, fortaleza e inteligencia. Y como no solo hay que predicar, sino dar trigo, se deben exigir ideas viables y contrastables, lo que granjeará respeto y acaso entusiasmo.
Pero, por supuesto, de ningún modo ha lugar a sectarismos y banderías, porque hay que estar para ser. Los que no aceptaban ser, de momento, el número 2, sino el primero, han pasado al número 0.