Hace justo dos años el mundo se paró por culpa de un virus. Pero ante un escenario insólito se articularon medidas eficaces para amortiguar el daño económico. Se anestesió el mercado laboral mediante la aplicación de diversos ERTE, se inyectó liquidez al sistema mediante créditos avalados por el ICO, se fueron concediendo ayudas, menos de las deseadas, pero no menores y se gestionó bastante bien la comunicación, tanto a través de medios de comunicación a los que se les subvencionó, como de los agentes sociales, con quienes se fue muy proactivo.

Para redondearlo se concibieron unos fondos de recuperación para transformar la economía europea, especialmente de los países menos ricos. La digitalización, la descarbonización y, también, la mayor sofisticación de la economía son objetivos que pretenden lograr las ayudas vehiculizadas a través de los fondos Next Generation. Aunque somos expertos en quejarnos, las cosas se han hecho bastante bien económica e incluso socialmente, especialmente en los primeros meses de la crisis y sobre todo considerando lo excepcional de la situación.

Pero cuando sacábamos la cabeza del hoyo ha venido un nuevo susto y no se ha sabido, o podido, reaccionar de igual modo. Ante un alza generalizada de precios no ha habido respuesta rápida y la economía se ha parado más y peor que en plena pandemia. Todo el mundo esperando a que el Gobierno hiciese algo. Finalmente se ha movido ficha, pero de manera insuficiente, poco precisa y muy centrada en subvenciones y parches temporales en lugar de acometer cambios estructurales.

Si los camioneros, pescadores y agricultores pierden dinero con los precios actuales y el Gobierno no quiere, o no puede, ayudar, hay que dejar que el mercado actúe, que los precios suban y oferta y demanda se estabilizará. Dejar que la inflación sea de dos dígitos es una tragedia, pero lo es más paralizar la vida económica del país. Si suben los precios, subirán los salarios, probablemente seamos menos competitivos y la demanda bajará. Por el camino habremos reducido el porcentaje de deuda sobre el PIB y tras un periodo de crisis la vida seguirá. Lo que es una tragedia es que por no poder subsidiar la energía nuestra economía colapse mucho más que con el Covid.

Las cuentas públicas no están para muchas alegrías y aunque el principal componente de la energía y los combustibles son los impuestos, el Estado los necesita para sobrevivir. Sin permiso europeo, su margen de maniobra existe, pero es escaso. Y, además, el Gobierno ha perdido la batalla del relato. Los medios de comunicación ya no transmiten mensajes homogéneos y los agentes sociales no son capaces de enfriar una huelga de autónomos.

Camioneros, pescadores, taxistas... protestan poco, pero cuando lo hacen, lo hacen con todas sus fuerzas porque un día de huelga tiene para ellos un impacto muchísimo mayor que el día de huelga de un asalariado o de un funcionario. No existen atajos ni medias tintas, o se resuelve la raíz del conflicto o es mucho muy difícil parar un conflicto de estas características que los coordinados por los sindicatos tradicionales. Además, los sindicatos de clase son, en general, más benevolentes con un Gobierno de izquierdas, lo cual también explica la increíble paz social de estos dos últimos años.

Si el Gobierno no tiene medios para contener los precios solo cabe apartarse y dejar que suban, todos, incluidos los salarios. La inflación disparatada que ello supondría es la consecuencia lógica de años y años de creación de liquidez. Siempre que se imprimen billetes a lo loco, como vienen haciendo los bancos centrales desde 2007, llega la inflación. La hipertrofiada economía financiera ha absorbido gran parte de esa liquidez. Los precios de algunos valores son absurdos, pero ya estamos acostumbrados a vivir con burbujas. La salida de la crisis del Covid ha traído como consecuencia una inflación creciente y la invasión de Ucrania ha puesto el acelerador a un proceso que ya se venía dando. La guerra no es la única culpable.

Europa, la que nos tiene que mandar fondos, no quiere corregir un sistema de precios de la energía que en ocasiones como la actual puede parecer absurdo. La capacidad de ajustar impuestos unilateralmente es limitada, pero es lo único que debe hacer, bajar impuestos. Las subvenciones son solo un parche, y finito. Hablar de limitar el incremento de alquileres o prohibir despidos objetivos carece ahora de sentido, esto no es una crisis coyuntural. Por mucho que intentemos evitarlo, en el horizonte nos esperan años de crisis y ajuste derivados de una inflación alta, con o si guerra.