Si hay en la historia política de este país un partido con más altibajos que los del Ibex 35, ese es Esquerra Republicana de Catalunya. En tiempos de la Segunda República se echó al monte y la resultante fue trágica. Tuvo su período pactista con los presidentes Maragall y Montilla para, acto seguido, volver a las andadas depositando en el zurrón de Carles Puigdemont las famosas 155 monedas de plata.
Finalmente, con los avatares de la política, algunos de sus dirigentes parecen haber interiorizado que la improvisación se paga cara y la ausencia de sentido común también. No olvidemos que desde su fundación en 1931 las siglas de los republicanos han cobijado personajes tan dispares como Josep Dencàs o Joan Hortalà, personalidades tan controvertidas como Heribert Barrera, Pilar Rahola, Àngel Colom o Gabriel Rufián.
Este pasado fin de semana, mediante una conferencia nacional a la que asistieron más de mil personas, Esquerra ha intentado transmitir que es una opción política sensata, que apuesta por el diálogo y la gobernabilidad. Eso sí, sin dejar de situar en el horizonte su programa independentista, no fuera caso que los de Puigdemont les robaran el copyright del buen secesionista.
Ya saben, para qué repetirlo, Junts y la CUP andan al acecho para sacar provecho de cualquier tropiezo de los de Pere Aragonès. La lucha por el liderazgo en el campo independentista es cainita y despiadada. Desde ERC se esfuerzan en reforzar el perfil institucional del partido, al tiempo que critican las contradicciones de los de Junts y la estéril radicalidad de la CUP.
En su discurso ante los delegados Oriol Junqueras afirmó que una negociación con el Gobierno español acabará llegando "seguro" tarde o temprano, aunque sea para "repartir los activos y pasivos" de la hipotética república catalana y de España. Advirtió con insistencia que ellos no renunciarán, si la mesa de diálogo fracasa, al empleo de otros métodos para lograr sus objetivos como partido.
Reflexiono sobre la mise en scene de Junqueras y detecto (¡seré mal pensado!) que no tiene prisa, que ya le va bien que el Gobierno de Pedro Sánchez dilate en el tiempo la convocatoria de la mesa de diálogo. Para los republicanos, si se eterniza la presunta vía procesista hacia la independencia, miel sobre hojuelas. Nada mejor, en tiempos convulsos, que ostentar la presidencia de la Generalitat mientras tus socios se enzarzan en luchas intestinas, el Consell de la República hace el ridículo y Waterloo es incapaz de levantar noticias y titulares de prensa.
Además, si los cuadros del partido --cada vez con más cargos remunerados en las instituciones-- bendicen la ponencia política, la nave va viento en popa. Mientras Puigdemont abomina de los partidos y reclama el protagonismo para su Consell de la República, Aragonès alardea de toma decisiones mientras su partido cierra filas y vence a los uniteralistas en la batalla mediática.
Pero no todo son inputs positivos para ERC. La ida de Aragonès a la isla de La Palma deja un sabor agridulce por lo que tiene de descortesía tanto para los palmeros, como para Felipe VI y los otros dirigentes autonómicos. Con un presidente así los catalanes no tejemos amistades, fabricamos antipatía.
Salvador Illa ha hecho bien en recordar al presidente de la Generalitat que la ciudadanía pide una política de acuerdos y no división; de identidades compartidas no excluyentes y de respeto institucional. Aragonès, en el cónclave de su partido, propuso "abrazar el principio de realidad".
La realidad nos dice que las aguas han vuelto a su cauce, que Cataluña necesita dialogar consigo misma y que eso exige una actitud proactiva del Govern. Repasen hemerotecas y comprobaran que las profecías de Junqueras no suelen cumplirse y que sus seguridades huelen a camama. Él y los suyos se han instalado en el qui dia passa any empeny.