Esta semana la gasolina ha superado los dos euros por litro. El precio de la luz está llegando a límites estratosféricos. La solución, para dentro de unas semanas, según nos dice la Unión Europea y el Gobierno de España. Todos son debates y medidas a aplicar. Decisiones, ninguna.
Mientras, los precios de la energía están dejando paralizada la producción industrial de las empresas intensivas como la siderurgia y, en breve, está afectación llegará a otros sectores. La pesca, por ejemplo, se plantea no salir a faenar y la agroalimentaria teme la primavera, porque los combustibles se están haciendo prohibitivos.
Los precios, también en este mientras, se están disparando sin que nadie tome una decisión de forma inmediata. En el horizonte una inflación del 12% que encarecerá alimentos, servicios y transporte, y una caída de la actividad económica. Aquel 7% con el que se redactaron los prepuestos se puede ver reducido a la mitad y eso que llegarán los fondos europeos.
En conclusión, el parón económico es una realidad y nadie, insisto nadie, toma medidas. Europa y Estados Unidos miden sus pasos para evitar un conflicto armado a gran escala, con lo que las medidas, las pocas que se toman, se convierten en una suerte de cuidados paliativos. EEUU prohíbe comprar productos energéticos de Rusia, abriéndose a mercados hasta ahora vetados como Venezuela o Irán. El Reino Unido secunda el embargo, pero la UE se resiste. Demasiada dependencia, sobre todo, de Alemania.
Y si la locomotora alemana se resiente, España lo pasará mal porque las exportaciones se centran en este país y Francia. Y si Alemania y Francia se constipan, nosotros pillaremos un gripazo de dimensiones todavía no calculadas. Por si fuera poco, la Unión Europea se devana los sesos para poner coto a los precios de luz, petróleo y gas que se están desmadrando y que para algunos será un “hacer el agosto” que les reportará pingües beneficios a costa de una brecha social que se ampliará de forma exponencial. Demasiadas vueltas a la noria, cuando las decisiones se antojan urgentes.
Mientras, se nos llena la boca de solidaridad. Es ese mientras que enerva cualquier mente pensante. Hablan de destinar millones de euros a paliar el éxodo de miles de ucranianos, de crear centros de acogida, mientras los primeros que llegan se ven desamparados. Su dinero no sirve, sus tarjetas de crédito están inutilizadas, no tienen donde cobijarse, ni atención médica, los niños vagan con el impacto de un viaje que los ha alejado de su entorno de confort, y la alimentación escasea. Las ONG aplican voluntarismo, algunas también protagonismo barato para “salir en la tele”, y las administraciones están colapsadas antes de empezar. Todo va lento.
La incógnita a resolver es fácil, pero vamos tarde porque nadie podía imaginarse la situación. Sin embargo, también lo inesperado debe estar previsto. Pero, nadie hizo este ejercicio de qué hacer si las cosas se torcían más allá de lo racional. Ni España, ni Europa, ni EEUU, ni la OTAN. Europa construía sus castillos en el aire sobre la transición ecológica sin tener en cuenta la dependencia del este, rechazando propuestas como el MidCat que ahora se han revelado como necesarias pero que fueron descartadas. Alemania no se dotó de plantas gasificadoras y el cierre de las nucleares quizás tampoco fue una buena idea.
Ahora nos estamos cayendo del guindo y contemplamos estupefactos cómo nuestros planes eran una entelequia. Ahora tenemos un éxodo sin precedentes al que hacer frente. Ahora, las economías todavía débiles tras la pandemia están siendo arrasadas y, seguramente, no lo hemos visto todo. Ahora, los precios de la energía están dando la puntilla al crecimiento previsto. Ahora, la población europea se va a empobrecer, se está empobreciendo, de forma rápida y sudará tinta una buena parte de ella para asumir los costes que se avecinan. Tanto los ciudadanos como las empresas. Ahora, la guerra amenaza no solo el equilibrio mundial, ni la convivencia, ni la independencia de un país como Ucrania, sino que pone en jaque a toda nuestra concepción del mundo y a nuestro bienestar. Con todo esto encima de la mesa, ¿a qué esperamos?