Hubo una vez unas elecciones en Castilla y León que ya parece que hubiesen sido el siglo pasado; llegó después la implosión del PP y cubrió aquellos comicios con un manto de silencio y olvido; y ahora se impone sobre la realidad la guerra en Ucrania. Sin olvidar tampoco los últimos coletazos –esperemos que sea así— de una pandemia que ha cambiado todo. Solo nos falta una ciberguerra y mejor no llamar al mal tiempo que, con los que vivimos, ya todo es posible. Quizá lo único bueno que nos depara esta ristra de desgracias es que apenas se habla ya en el resto de España de Cataluña, suponiendo que haya algo que poder decir de ella. Más que de silencio, son tiempos de mirar, observar y esperar.
Si seguimos así mucho más tiempo, podemos hasta olvidar que residimos en Barcelona regidos por un gobierno municipal con una imagen de coalición desdibujada: todo cuanto emana del ayuntamiento de la ciudad tiende a reforzar la posición de los comunes y acentuar el carácter accesorio, dependiente y subordinado del PSC. Peor aún: todo cuanto de positivo pueda hacer Jaume Collboni lo capitaliza sistemáticamente Ada Colau; mientras que todo lo nocivo de la acción de aquella impacta negativamente en los socialistas, sumidos en un pacto usualmente denominado como “gobierno de los comunes”, sin que jamás se exprese idea alguna de coalición. De esta forma, podría concluirse que los socialistas prácticamente no existen en el ayuntamiento, idea que podríamos hacer extensiva al AMB. La mala estimación del gobierno local barcelonés que arrojaba el barómetro de diciembre acaba contaminando al PSC en la medida que forma parte de un equipo municipal mal valorado por los ciudadanos. El presidente mexicano Porfirio Díaz acuñó hace más de un siglo aquello de “Pobre México, tan cerca del cielo y tan lejos de los Estados Unidos”; podríamos emular su expresión con un “Pobre PSC, tan cerca de Colau y tan lejos de la alcaldía”.
Por obra y gracia del manejo avieso del lenguaje, los barceloneses y barcelonesas hemos pasado de ser ciudadanos, concepto republicano donde los haya, a ser “vecinos o vecinas”; al tiempo que las organizaciones afines a los comunes, llámense Observatorio DESC, Ingenieros sin fronteras o cómo se quiera, se definen ahora como “entidades”. A ello es preciso añadir la puesta en marcha de una maquinaria publicitaria, tanto en medios informativos como en redes sociales, presumiblemente orientada a fortalecer el grupo. Probablemente pensando que dentro de un año les beneficiará una baja participación, por disponer de un electorado más cohesionado y militante que el resto de las formaciones políticas. En resumen: a más abstención, mejor resultado de los comunes.
De otro lado, la campaña de agitación pone de relieve una creciente desinhibición en sus ataques contra unas supuestas fuerzas del mal integradas por supuestos lobis y de algunas empresas en particular. Y no solo eso: excepción hecha de honrosas salvedades, los medios de comunicación tienden a seguir de forma acrítica el marco mental que están imponiendo los comunes. Asimismo, al calor de esa campaña, la alcaldesa, acostumbrada a hacer declaraciones, pero no a declarar ante un juez, al margen de sentirse insegura por las consecuencias de su comparecencia el próximo viernes, sola en el escenario y sin apuntador, trata de posicionarse como víctima de esas fuerzas del mal representadas por los poderes económicos en su sectario imaginario particular.
Es dudoso ahora determinar, mientras comunes y republicanos acercan posturas, hasta qué punto la pérdida de centralidad socialista puede ser un lastre para la construcción de una alternativa sólida: por trayectoria y experiencia podrían ser la opción más viable para plantar cara a en los próximos comicios. El problema estriba en que, desaparecido el PSC de cualquier debate ideológico, cuesta imaginar hasta qué punto puede ser capaz de definir un proyecto de ciudad atractivo o si padece una incapacidad congénita para dibujar una alternativa de futuro. Al menos, por el momento, les cuesta transmitir una ambición de querer gobernar Barcelona y tienen dificultades para definir un perfil propio, suponiendo que deseen hacerlo.
Es obvio que no son tiempos fáciles. El secretario general, Salvador Illa, se supone que tendrá claro quién es el candidato o la candidata para dar la pelea por la alcaldía y cuándo será el momento adecuado para hacerlo. Pero el tiempo apremia. Algunos movimientos de mostrar perfil propio parecen sonar más a intento de posicionarse de cara a una eventual sucesión: nunca falta un roto para un descosido. Sería mucho más sencillo establecer las grandes cuestiones sobre las que definir el futuro de la ciudad. Dispersarse en un totum revolutum a partir de la idea de que “todo va mal” puede conducir a una irrelevante esterilidad y a dispersar cualquier esfuerzo de cambio de rumbo.
Si los socialistas no ganan en Barcelona, estarán supeditados a depender de terceros, sea de quien sea. Además, la capital es una caja de resonancia cuyos ecos repercuten en todo el territorio catalán. Y no es fácil encontrar además actitudes o manifestaciones contundentes y valientes como las realizadas hace unos días por el publicista Joaquín Lorente: “Colau necesita tener problemas porque le causa satisfacción resolverlos”. En general, prevalece un talante de cobardía y silencio generalizado de la llamada sociedad civil, acomodada al procés y al colauismo y encantada de haberse conocido.