Heidegger, Schmitt, Kojève, Foucault o Derrida fueron pensadores tan temerarios que terminaron abrazando movimientos totalitarios de uno u otro signo, o incluso los dos. Según Mark Lilla, a todos ellos les perdió la falta de autoconocimiento, la vanidad, el ansia por realizar la Idea, la pulsión interior de proyectar hacia fuera sus propias miserias, su arrogancia y su irresponsabilidad. Salvando la gran distancia intelectual, también algunos de nuestros actuales políticos pecan de semejantes ínfulas, de similares debilidades y de pendulares oscilaciones.

La nómina de políticos temerarios es amplia. Las soflamas reiteradas de los líderes separatistas en pro del “volveremos a hacerlo” son un alarde de temeridad que arrastra, como primera consecuencia, el aumento del apoyo al otro nacionalismo ultra, el españolista. La falta de respeto al marco constitucional, el desprecio hacia la justicia y las miserias y caprichos mentales dejan al descubierto la incapacidad de estos independentistas para gobernar o gestionar cualquier ámbito de poder en el que se deban respetar unas mínimas reglas democráticas.

Otro ejemplo de político temerario es Pablo Iglesias. Después de su paso por el poder central, el líder podemita ha retomado su amor por el micrófono, entendido y usado como arma de persuasión y conversión masiva, sin importarle sus sonoras contradicciones. Sus proclamas solo tienen valor en el momento que son emitidas, de ahí que parezcan más sermones disciplinantes que invitaciones a la reflexión o al debate. Firme defensor de la jerarquía y de la autoridad, sus sentencias --ahora radiofónicas-- son una apología de la partitocracia, ideas muy cercanas a la “filotiranía”. Iglesias nunca ha tenido reparo en ocultar su fascinación por ultras nacionalistas o por regímenes despóticos y por los caudillos que los guían. Nunca ha escondido su versión temeraria de la vieja pero tentadora dictadura del proletariado.

No existe en Vox un líder comparable a los anteriores, sus razones tendrán para mostrar a un Abascal mudo, pero rodeado de secundarios hiperactivos. Quizás sean más que cuidadosos y estén intentado evitar que el líder haga cualquier gesto o comentario irracional o antidemocrático.

Ante esa evidente limitación, resulta incomprensible que, al menos desde 2016, los principales líderes socialistas o podemitas hayan ejercido de eficaces jefes de campaña de Vox. Políticos temerarios fueron, por ejemplo, Susana Díaz o Pablo Echenique, por arrogantes y sobre todo por irresponsables. Con sus reiteradísimas advertencias de que venía el lobo (extrema derecha) publicitaron gratuitamente a un minúsculo partido populista, pero sobre todo nacionalista español. Vox ha demostrado día tras día ser también un partido imán para políticos temerarios que insuflan lo más bajo y simple del dogma nacional. Su proyecto es implementar políticas ideológicas con el único fundamento del imperativo categórico de la entrepierna y con el evocador lema nacionalista de “España una, grande y libre”.

Entre los políticos temerarios sobresalen también aquellos que convocan elecciones a su antojo, aquellos que las vuelven a convocar si consideran que los resultados no les favorecen, o aquellos que durante la correspondiente campaña prometen una reforma o una no alianza, y cuando acceden al poder hacen exactamente lo contrario. Es el caso del camaleónico Sánchez que negó una y mil veces que fuera a pactar con partidos ultras, para convertirlos a continuación en socios parlamentarios preferentes.

Similar es la actitud imprudente de Yolanda Díaz que aseguró la derogación integral de la reforma laboral del PP, para después apenas retocarla y terminar regando con subvenciones a los dos sindicatos cómplices del maquillaje. Otra temeridad de esta prometedora candidata es su constante búsqueda de apoyos --y lo que es peor, de reconocimiento-- entre los nacionalistas. Y qué decir de las idas y venidas de Casado y sus escuderos a Bruselas para denunciar las presuntas triquiñuelas del gobierno de coalición con los fondos europeos, comportamientos de la derecha que evidencian una enorme temeridad por su falta de sentido de Estado.

Políticos irresponsables, unos y otros, que juegan con las instituciones democráticas a su antojo, que juegan como niños caprichosos con las libertades cívicas. Políticos filotiránicos, que con sus actos y sus dichos han engendrado monstruos, y que con su arrogancia y sus miserias los siguen alimentando. Los lobos no van a venir, ya han llegado, y no es solo el nacionalismo de la entrepierna, es una plaga cada vez mayor de políticos temerarios.