Lo que ha pasado esta semana solo ha sido el detonante de algo que se viene gestando. Llámenme malpensado si les digo que todo lo que acontece alrededor de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030 hace pensar que alguien está dispuesto a que la candidatura fracase y luego decir que Madrid da la espalda a Cataluña. Ese alguien es, ni más ni menos, que el presidente de la Generalitat.
En estos días, las delegaciones catalana y aragonesa habían alcanzado un acuerdo técnico sobre el reparto de las pruebas. Sobre el papel, todo estaba hecho y ambos presidentes acordaron verse en Balaguer. En apenas 72 horas se produce el maremoto que hace que Javier Lambán cancele el encuentro. Plante, decían los medios catalanes, de Aragón a Cataluña. ¿En serio?
Estos son los hechos. La consejera Laura Vilagrà comunica al Comité Olímpico Español la voluntad de Cataluña de liderar la candidatura de los Juegos Olímpicos, situando en la categoría de comparsa subalterna a Aragón. Resumen: había acuerdo técnico y reunión de presidentes convocada. Todo parecía que iba a pedir de boca, pero llega Vilagrà y cambia el escenario. ¿Por qué Cataluña busca el enfrentamiento territorial, no hay que ser muy lúcido para intuirlo, agitando un falso debate justo cuando se iba a rubricar el consenso? ¿Por qué rompe este consenso afirmando que Cataluña debe liderar la candidatura? La Generalitat sabe que esto es simple y llanamente mentira. La sede de los Juegos la decide el Comité Olímpico Internacional y la candidatura la presenta el Comité Olímpico Español. No la presenta Cataluña. Cataluña no lidera nada porque la candidatura es del COE. La Generalitat lo sabe y, aun así, levanta esta mentira por bandera. Y, por cierto, el COI valora que las candidaturas presentadas tengan consenso institucional.
Este movimiento, totalmente buscado, enrareció el ambiente y obligó a Lambán a ser prudente. Más vale un día rojo que ciento colorado, debió pensar, y el presidente aragonés desconvocó el encuentro. Prefirió prudencia a ruptura. Aragonès prefirió jugar la carta identitaria. No enmendó a su consejera y además anunció en el Parlament una consulta porque “el territorio debe decidir”. O sea, hizo público que declinaba gobernar y volvía a jugar a la ambigüedad. Convocó una consulta sin consultar, valga la redundancia, con el territorio, sin decir cuál es su postura. Quizá eso de gobernar le da vértigo al president.
En tres días, las relaciones con Aragón casi se han roto, aunque todavía no del todo; se ha puesto el proyecto en riesgo porque el COI es poco amigo de sobresaltos, pero la convocatoria de consulta no ha sentado nada bien; y se han desatado las alarmas en el territorio que ven poco entusiasmo y palos en las ruedas por parte de la Generalitat. La síndica de Aran, María Vergès, lo ha dejado claro. No se calla y está dispuesta a dar la batalla. Ha pedido igualdad entre Aragón y Cataluña, defiende que los Pirineos –que son de todos— necesitan inversiones y que los Juegos son una oportunidad. ¿Lo son también para Aragonès? Nadie lo sabe. Se mueve en la ambigüedad dialéctica, pero sus hechos parecen indicar que no lo son. Lo peor en política no es tomar una decisión, es no tener decisión. Aragonès no la toma porque no la tiene, porque no se atreve a tomar una decisión que generará bandos de opinión. El territorio, los ecologistas y, cómo no, los aguerridos urbanistas que se travisten de ecologistas ocasionales de fin de semana, los empresarios, los responsables municipales, todos tendrán opinión, y Aragonès prefiere hacerse un Rajoy.
Suscribo estas palabras que no son mías, son de la síndica de Aran. “Estoy en contra de la consulta porque gobernar es tomar decisiones. Estoy a favor de un proceso participativo del territorio para definir qué es lo que queremos y qué es lo que necesitamos. No queremos cualquier cosa, pero los Juegos son una oportunidad, si no que me expliquen cuál es el plan b. De momento, en los presupuestos de 2022 vemos que no hay plan. Quedarnos sin los Juegos es quedarnos sin las inversiones que necesitamos porque no queremos ser ni ciudadanos de segunda ni ser solo un lugar donde ir el fin de semana. Barcelona no se juega nada, los Pirineos se lo juegan todo”. Se le entiende todo, sin duda.
Las olimpiadas son el medio para conseguir el objetivo final: las inversiones necesarias en un territorio que necesita un revulsivo, y con urgencia. Necesita infraestructuras de comunicación y modernizar una oferta de montaña respetuosa con el medio ambiente que permita reactivar una industria turística que estaba ya demasiado madura e, incluso, buscar nuevos modelos de crecimiento porque no son ciudadanos de segunda. Perder la inversión de los Juegos es un error de país, y parece que será otro más tras el aeropuerto, cuando los Juegos son el marco en el que se podría definir el modelo de comarcas pirenaicas. ¿Tiene el president este modelo? Claro, que ante esto que es muy complicado, es mejor poner en marcha una nueva perfomance para vestir un nuevo fracaso del que culpar a otros.