En los últimos días, tras años de haberla condenado al más absoluto ostracismo, me he entretenido (en un preocupante arrebato de masoquismo intelectual) en sintonizar a ratos TVen3, la “televisión pública y generalista” catalana. Y he llegado a la conclusión de que ser director de programación o responsable de la parrilla de contenidos de los diversos espacios que conforman la oferta de ese altavoz del nacionalismo cenutrio y talibán por antonomasia es, más allá de la pasta gansa que uno pueda embolsarse, la forma más rápida de acabar con serios problemas de salud mental, cazando moscas a bocados en un frenopático. Porque los días tienen solo 24 horas, y a mí me parece imposible que ni haciendo encaje de bolillo puedan dar cabida a tanta propaganda, inquina e intoxicación política.
Es cierto que en algunos momentos, ante la escasez de noticias de calado, o cuando ni el Albert Donaire ni el Santiago Espot de turno sueltan un salvífico e incendiario disparate en la redes al que agarrarse, acaban echando mano de la primera momia disponible. Siempre pueden recurrir, en debates y entrevistas, a viejas glorias como Jordi Turull, Raül Romeva o Artur Mas, que con barba rala y aspecto de hipster embargado, rellena minutos y deleita al personal con sus metáforas náuticas sobre el estrapalucio de su viaje a Ítaca --”Yo advertí del peligro de navegar con todo el trapo largado, incluyendo el foque y el petifoque, y que era preciso ponerse al pairo durante la singladura en caso de galerna estatal; pero claro, los de la CUP se amotinaron y me pasaron por la quilla de la historia, y así hemos roto la mesana, la cangreja, el juanete de popa y el trinquete”--, o bien conectar por Zoom con Anna Gabriel o Marta Rovira, que triscando por riscos alpinos explican cómo se debe consumar hasta el fondo –perdón, hasta el final– la independencia, mientras nos revelan los secretos de la fondue suiza comme il faut y lo mucho que añoran una buena botifarra amb seques…
Incluso en medio de la peor sequía informativa, cuando no queda otra, siempre pueden exhumar a Quim Torra, maquillarlo y plantarle la alcachofa en la boca. Atrapado en un retiro millonario gracias a la heroicidad de colgar una pancarta, vive el buen hombre aburrido, rebuscando en el Calendari dels Pagesos qué feria del caracol o mercado del queso artesano bendecir con su presencia, y cuando le regalan minutos de prime time, claro, ni se lo piensa; acude raudo --¡Benvolgut, Clavijo, sujétame el botijo!-- y raja como un papagayo, aunque ello signifique desmoralizar aún más a la parroquia laziplanista, explicando que lo de ahora es un sindiós, que aquí no hay mapa ni hoja de ruta que valga, que nadie se aclara, que ni Jordi Sánchez conoce el programa del partido, y que con él no cuenten en lo sucesivo en JxCat porque es hombre de acción y no está para mariconadas.
Pero eso son excepciones, porque en el manicomio catalán, como diría Ramón de España, sobran dementes y orates por un tubo, y habitualmente el problema no reside en cómo llenar la parrilla sino qué se debe dejar fuera o reducir a un mísero flash de quince segundos. Ahora mismo los Telenotícies de Teleprocés viven tensionados, no dan abasto. No hay suficientes cámaras, focos, unidades móviles, metros de cable, técnicos y redactores que permitan cubrir el alud informativo que supone encadenar en formato non-stop dancing el enésimo rumor del regreso triunfal de Carles Puigdemont; la presentación de Centrem, nuevo partido político; las amenazas jurídicas por parte de la Generalitat a quienes osen cuestionar la sagrada lengua vernácula tractoriana; el incendio provocado por las declaraciones de José Manuel Villarejo sobre los atentados del 17 de agosto de 2017 y las consiguientes majaderías verbalizadas al respecto por Lluís Llach, Pep Rovira y muchos otros; la campaña de carteles surrealistas de Plataforma per La Llengua; la salida de Jordi Cuixart de la presidencia de Òmnium Cultural; el viaje pedagógico y conferencia de Pere Aragonès en Madrid, con la reactivación de la mesa de diálogo, la amnistía y el referéndum como argumentario en la bambalina… ¡Suficiente como para llenar un semestre de programación en cualquier televisión! Pero no, todo esto aquí ocurre casi al unísono. Esto no es Esparta; esto es infinitamente peor: es Cataluña.
A ver… lo del retorno de Puigdemont no se lo cree nadie. El expresidente sedicioso se pasa la vida cantando la célebre ranchera Volver, volver y lo hace algo mejor que el Let it be de los Beatles. Pero todos lo conocemos. Cocomocho es un baladrón, un jactancioso. Y un cobarde de tomo y lomo. Cuando la canta, con el sombrero de charro encasquetado, a Laura Borràs siempre le falta tiempo para alertar de que su regreso requerirá de una sociedad dispuesta a todo por la independencia. Está claro que los traumas del gatillazo eight seconds causarán estragos de por vida. De todos modos, esa noticia la liquidaba yo con un texto en scroll a pie de pantalla, porque no tiene recorrido.
En lo referido a Centrem, el nuevo proyecto político de Àngels Chacón, exsecretaria del PDeCat, veremos en qué queda. Enseñan la patita de centro reivindicativo catalanista que considera que “Cataluña es una nación, un sujeto político con derecho a incrementar su autogobierno en el marco del ordenamiento jurídico vigente y blablablá”. Volvemos al anhelo del peix al cove pujoliano. Pero bienvenida sea la fragmentación. Si Centrem logra robar dos o tres escaños al PDeCat y a JxCat, miel sobre hojuelas. Aunque todos conocemos que las moscas se hermanan, a la hora de la verdad, en el festín putrefacto del poder.
Las declaraciones del infecto Villarejo son harina de otro costal, aunque no se aguantan ni con puntales. Recuerden: la policía y los servicios de inteligencia belgas y estadounidenses alertaron a los Mossos de esos atentados. La sugerida connivencia del CNI con el imán de Ripoll, como mano negra que buscaba sumir a Cataluña en el caos --así lo aseguró Lluís Llach en un tuit--, propiciando el despliegue del ejército en las calles, solo cabe en mentes desequilibradas. A esa peregrina idea se aferraron de inmediato Puigdemont (“Esto terminará en tribunales internacionales”), Pep Rovira (“¡Que el mundo pueda comprobar que España nos quiere borrar del planeta!”) y mil más en las redes.
El conflicto por la lengua, como ya saben, colea desde hace semanas. Vergonzoso resulta el blindaje de la Generalitat a los docentes, a fin de que no cedan ni un milímetro en la defensa a ultranza del catalán y en su rechazo a la sentencia del 25% de presencia del español en las aulas, y también su manifiesta voluntad de perseguir por tierra, mar y aire a todo aquel que se queje o disienta. Y es que el monolingüismo se les cae a cachos. De ahí la campaña de Plataforma per la Llengua (que se autodefine como la ONG del catalán) pegando carteles que recriminan a los catalanoparlantes acabar cantando “cumpleaños feliz” en vez de “Moltes felicitats!” en fiestas infantiles, o aceptar con resignación que en el bar de la esquina te sirvan un “bucadill de jamó y ques” cuando tú habías pedido un entrepà de pernil i formatge… Mare de Déu, Verge de Montserrat!
Que Jordi Cuixart, en otro orden de cosas, no opte a un nuevo mandato al frente de Òmnium Cultural y deje la presidencia de tan insigne entidad es un motivo de alegría. En Cataluña tenemos déficit de saltimbanquis, faranduleros y animadores de manifas y pasacalles populares, y él ha demostrado con creces ser un crack en esa materia. No le faltará trabajo.
¿Y qué podemos decir, para concluir, en lo que al viaje educativo de Pere Aragonès a Madrid se refiere? Pues no mucho. Básicamente que nuestro patufet ha cumplido con un peregrinaje ancestral, repetido en los últimos mil o dos mil años por todos los presidentes de la Generalitat, de incierto resultado. En su caso la exigencia y el plañido lastimero de negociación bilateral, amnistía y referéndum, se quedará en agua de borrajas, porque según arguye Pedro Sánchez ahora mismo existen asuntos mucho más importantes que reclaman su atención y la de todos. La negativa la aprovecha, no obstante, Salvador Illa para salir de su sarcófago de descanso eterno y apostillar: “¡No habrá ni amnistía, ni referéndum, olvídense; en todo caso quizá se podría hablar de un nuevo Estatuto!”. Así, tal cual lo oyen. Se lo juro por el Niño Jesús.
En fin, todo este totum revolutum y mucho más podrán disfrutarlo, amigos lectores, si tienen el aplomo de tragarse un informativo de TVen3 de cabo a rabo. Resulta más inquietante que cualquiera de aquellas películas en las que la Hammer “tiraba la casa por la ventana” y reunía en pantalla a Peter Cushing, Vincent Price, Christopher Lee, Bela Lugosi y Boris Karloff.
Lo dicho. Sean felices y pongan ajos y crucifijos a porrillo en la puerta de su casa y en el televisor.