En el ámbito de las ideas, da la impresión de que los partidos tradicionales, los que conocemos desde hace tiempo, desde la transición, porque antes no había o eran clandestinos y perseguidos, han abandonado el campo de batalla. Podríamos decir que no hay ideas, ni campo, ni batalla: un puro erial porque, en general, el debate es prácticamente inexistente. Singularmente en Cataluña, anegado por la dinámica del independentismo. Aunque tal vez lo más preocupante es que la izquierda ha perdido el tiempo, la capacidad de reflexión y la posibilidad de aportar algo novedoso al debate. Básicamente porque ha renunciado a ello. ¿Hacia dónde mirar? Más o menos, da igual. El pensamiento propio es puro tacticismo, regate corto e inmediatez para mantener el poder.
Por dejadez o lo que sea, los comunes han logrado imponer un marco cultural propio y pleno de populismo que parece haber contaminado a todos los partidos del ámbito municipal sin excepción. Todo es la expresión de la emperatriz de la ambigüedad que gobierna la ciudad a su modo y manera, en coqueteo permanente con quién más interese en cada momento, incluida Yolanda Díaz, cuyo proyecto es aún una incógnita y que, hoy por hoy, apenas va más allá de lucir un formidable fondo de armario para realzar el palmito.
Poco a poco, se va consolidando la idea de que la convergencia de comunes y republicanos marcará el futuro. El president, Pere Aragonés, viajó a Madrid para repetir, una vez más, el mantra de la “autodeterminación y la amnistía” y definirse como persona “independentista, republicano y de izquierdas”. ¡Genial! ¡Cómo nos gusta ser de izquierdas! Aunque no se pase de ser un ilustre “bobo”, derivado de la expresión francesa de “bourgeois bohème” partidarios de la conservación ambiental y de la reducción del uso del coche, incluso de un patriotismo verde. Algo así como una especie de “ecosectarismo”, transformado en nueva religión abrazada desde todos los lados porque es lo que se lleva, está de moda y hasta podría recordar el “ecofascismo” del que escribieron Janet Biel y Peter Standenmaier para explicar que el ecologismo no siempre fue una corriente progresista.
El problema no es que el president de la Generalitat puede declararse como le venga en gana; otra cosa es que se le crea. El problema es que un día después el ministro de Universidades y patrocinador principal en su momento de la actual alcaldesa, Joan Subirats, aparezca proclamando la necesidad de “algún tipo de consulta” sobre el modelo de Estado, después de que el Gobierno del que forma parte pregonara su negativa a esta hipótesis. En el fondo, un fácil alineamiento con las tesis independentistas, al tiempo que un alejamiento con la línea que a Moncloa le interesa marcar.
Probablemente, las tensiones entre PSOE y Podemos, con su secuela de alineados, se agudizarán a medida que se aproxime el fin de la legislatura, repercutiendo cada vez más en las relaciones de los comunes con el PSC, cada vez más arriesgado a quedar en tierra de nadie y en una posición subordinada. Por cierto: si yo fuera Jaume Collboni no estaría muy tranquilo y repanchingado tras el nombramiento de Eugenia Gay como delegada del Gobierno: ya sabremos si responde a interés oficial o es una bala de Salvador Illa en la recámara. Eso sí, faltará ver hasta qué punto esta opción convertiría Barcelona en campo de batalla del independentismo. Todo se andará.
Ejemplos sobran sobre las tensiones apreciables en la coalición gubernamental. Con los chicos de ERC como socios inevitables en Madrid para mantener el gobierno de Pedro Sánchez, los comunes son aliados naturales de los republicanos en Cataluña: unos quieren mantenerse en la Generalitat y otros en el ayuntamiento. Todo un juego de alianzas de conveniencia en el que quedan al margen por completo los intereses de los ciudadanos.
A la vista de cómo está el Gobierno en modo gallinero y de las manifestaciones del todavía ministro de Consumo, Alberto Garzón, más allá de lo que se opine sobre la carne, se sea vegetariano, vegano o lo que cada cual desee, sería curioso ver a estas alturas cómo reescribiría su Rebelión en la granja Georges Orwell, aquella historia en la que los cerdos expulsaron a los humanos para instaurar una dictadura a partir de un primer mandamiento según el cual “todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo”. Y ello sin entrar en una revisión de La guerra de las salamandras de Karel Capek, un clásico de la ciencia de ficción especialmente recomendado para el ministro que escribió Por qué soy comunista cual si fuera líder histórico del comunismo internacional.
Es inevitable la sensación de que los partidos municipales están perdidos, aunque lo que preocupe sea especialmente la desorientación de la izquierda. Cuando no hay ideas ni actitudes, todo es posible. Nos adentramos en una etapa en la que podemos encontrarnos con una quincena de formaciones de diverso pelaje en el Ayuntamiento de Barcelona. Pero, de momento y habida cuenta de las que ya hay, ¿cómo es posible que nadie haya movido un dedo frente al nuevo Reglamento de Participación que preparan los comunes? Deberá ser aprobado por la Comisión de Presidencia pasado mañana, para llevarlo al pleno de finales de marzo, de forma que esté en vigor el mes de abril, apenas un año antes de las elecciones municipales. El nuevo reglamento permitirá la convocatoria de consultas en ámbitos de diversos, sea a nivel de barrio, distrito o ciudad. Es lo que llaman la “democracia directa”, algo así como una forma encubierta de multiconsulta abierta para adoptar decisiones electorales que pueden afectar a sectores dispares de la ciudad objeto de consultas que perturben, cuando menos, sus intereses.