¡Se acabó lo que se daba! ¡Terminaron las entrañables fiestas navideñas! Sin duda raras para todos, pero fiestas al fin y al cabo. Ahora, toca la vuelta al cole. Eso sí: con el maldito bicho merodeando por las esquinas y sin saber qué será de nosotros mañana. Son los nuevos tiempos de anormalidad que nos tocan. Estos que algunos califican como del nuevo laborismo que suena a quimera o a humo salido de la fábrica de la consultoría. Frente a una derecha ascendente y desacomplejada en toda Europa, proceso al que España no parece ajena, hay quien trata de agarrarse a la brocha de las vacunas para no caer en el abismo.
Está el ambiente tan enrarecido y conocemos a tanta gente cercana afectada por el maldito bicho que somos capaces de aferrarnos a las palabras del nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, sucesor de Angela Merkel, como si fuera la nueva puerta del paraíso: “Nuestro éxito inspirará a otros partidos socialdemócratas en Europa y quizás más allá”. ¡Qué alegría y qué ilusión! Puede recordar incluso el entusiasmo de la “tercera vía” de Tony Blair y su alegre muchachada. Un entusiasmo desbordante para apenas nada y acto seguido caer de nuevo en la frustración.
Ante el cansancio y la incertidumbre que nos rodea, la vuelta al cole es una incógnita de alto riesgo. No solo por lo que suponga en las aulas, sino también porque representa la vuelta a la anormalidad política que nos acecha desde ya no sabemos cuándo. Suponiendo que hagan algo que merezca la pena, ¿alguien es capaz de decir qué hace el Govern de Cataluña? ¿Importa algo a alguien la llamada mesa de diálogo? Más aún: cualquier cesión, si se reúne la dicha mesa, será utilizada como arma electoral por el Partido Popular y Pablo Casado, en vísperas electorales en Castilla y León. El debate lingüístico es el único que parece interesar en la Generalitat: es la fórmula de resucitar un independentismo en coma, mientras Aragonès y Puigdemont ejemplifican un provincianismo estéril que tiene como contrapartida a una Ada Colau que es de donde le convenga en cada momento.
Lo único evidente es que inauguramos un año electoral de largo recorrido. Y lo previsible es que volvamos a las tormentosas sesiones del Congreso con una derecha crecida y echada al monte de la descalificación permanente. En este ambiente, ¿importa algo lo que diga o haga el Parlament? A fin de cuentas, los partidos parlamentarios se han vuelto todos conservadores y en manos de una burocracia al margen de los ciudadanos: su único objetivo es el ejercicio del poder y el mantenimiento acomodado de los instalados en las estructuras administrativas de diversos niveles. Cuando se vive instalado, se tiende al inmovilismo y a tratar de conservar lo que se tenga, aunque sea poco. Así, la Barcelona de hoy es heredera de la desidia de una izquierda instalada y acomodada, carente de un liderazgo ilusionante que abra nuevas perspectivas.
La izquierda siempre ha tendido a refugiarse en la abstención, mientras las encuestas apuntan a una llamativa desmovilización del voto juvenil o incluso a su inclinación hacia la derecha más ultra. Tal vez porque son los nuevos desheredados de la historia, condenados por la pandemia y sus amplias consecuencias. Podemos preguntarnos ¿dónde está la izquierda? Peor aún, ¿qué o quién es la izquierda? Mientras Salvador Illa se mantiene impertérrito, impasible el ademán, como trinaba el himno de Falange, Jaume Collboni, parece hacer básicamente de edecán preocupado sobre todo por no incomodar a la alcaldesa. A fin de cuentas, cualquier corte que se precie está llena de figuras de este perfil, tiralevitas y ayudas de cámara. El Partido de los Socialistas Catalanes parece instalado en una actitud de “ver y esperar”, en una posición absolutamente subordinada a los comunes y sus coincidencias, cada vez mayores, con ERC. Corre el riesgo así de quedar en tierra de nadie, sobre todo si se agudizan las contradicciones entre los socios de gobierno a medida que se aproxime el final de la legislatura. La mala valoración de la gestión municipal salpica al PSC puesto que forma parte de un gobierno municipal mal valorado.
La pregunta que surge, al margen de la cretinez del nuevo laborismo, es si cabe una nueva izquierda en el panorama catalán. Pepe Ribas (Ajoblanco) comentaba ayer mismo que “los comunes de Colau tienen una mentalidad sectaria”, les falta capacidad de diálogo y saber escuchar. Eso sí: son imbatibles en el uso de las redes sociales, con un aparato de agitación y propaganda muy bien engrasado, que parece imposible de contraprogramar por los socialistas, pendientes de Moncloa y de ambos lados de la plaza Sant Jaume.
En estas condiciones, resulta cada vez más difícil repensar Barcelona situándola al margen del ensueño independentista y carente de un candidato capaz de ilusionar al electorado y despertar su entusiasmo sumando sensibilidades de todo tipo para mejorar la vida de los ciudadanos y los servicios que se ponen a su disposición. Los retos son además cada vez más globales y las soluciones no pueden ser locales. Merecería la pena reflexionar, en estas condiciones, sobre la posibilidad de abordar la diversidad urbana y ciudadana de Barcelona desde una perspectiva más amplia, digamos que metropolitana. En este sentido, el esfuerzo de Rethink BCN desde la Sociedad Barcelonesa de Estudios Sociales y Económicos de Foment con un centenar de opiniones, entrevistas y coloquios, es un contenedor de consulta obligada para repensar el futuro barcelonés.