El mes de enero es el período donde un mayor número de inversores suele cambiar su estrategia. A veces, la nueva la mantienen durante el resto del año o solo en una parte de él. En el momento actual, la segunda alternativa parece más probable que la primera, pues la pandemia conlleva una incertidumbre económica bastante superior a la habitual.
En el actual ejercicio, la expectativa de conversión del Covid-19 en una endemia aconsejaría incrementar el riesgo de las inversiones efectuadas. En cambio, la anterior opción constituiría un error si el coronavirus afecta a la economía de manera similar a lo que lo hizo en 2021. A pesar de él, 2022 nos ofrece algunas certezas:
1) Los depósitos generarán una pérdida de poder adquisitivo. En el presente ejercicio, el tipo de interés medio de los depósitos difícilmente superará el 0,05%. Los principales motivos serán el mantenimiento del tipo central del BCE en el 0% y el escaso interés de los bancos por incrementar su saldo vivo, dada la elevada liquidez de que disponen.
Si tal como espera el banco central, la inflación promedio en España se sitúa en el 3,2%, los ahorradores perderán en 2022 más de un 3% de poder adquisitivo. Una peaje demasiado elevado por evitar cualquier tipo de riesgo.
2) La renta fija no será una buena alternativa de inversión. En los próximos años, los tipos de interés a corto y largo plazo en los países desarrollados solo pueden subir, pues en casi todos su nivel es el mínimo histórico o cercano a él. Así, por ejemplo, en la última subasta del Tesoro español, todos los activos cuya duración era inferior a 10 años ofrecían una rentabilidad negativa y las obligaciones a dicho plazo en promedio solo rentaban un 0,386%.
El ejercicio de 2022 será un buen año para vender bonos, pero malo para comprarlos, especialmente si durante el segundo semestre la inflación continúa siendo elevada. Si así sucede, en el último período un gran número de inversores descontará en 2023 mayores subidas de tipos y más rápidas por parte del BCE. Su reacción consistirá en vender una parte o la totalidad de su cartera y su actuación provocará una significativa caída del precio de los anteriores activos.
La adquisición de bonos es una excelente estrategia cuando los tipos de interés son elevados y el inversor espera su disminución en los próximos meses. En cambio, es conveniente venderlos si dichos tipos son muy bajos y el tenedor tiene la expectativa de que no tardarán en subir. Unas actuaciones basadas en la relación inversa existente entre el tipo de interés y el precio de los activos de renta fija.
3) La mejor inversión para los inversores conservadores será la compra de una vivienda. Si desembolsa la totalidad de su importe, una familia que adquiera y arriende un piso obtendrá en las mejores zonas de Barcelona y Madrid una rentabilidad neta entre un 3% y un 3,5%. Ésta puede llegar hasta al 5% si la compra la realiza en los distritos de menor renta per cápita de ambas capitales. También superar el 6% si la efectúa en algunos barrios de clase media-baja de ciudades medianas y pequeñas, tal y como es el caso de Lleida, Cuenca o Segovia.
No obstante, aunque disponga del dinero necesario para adquirirla, si el inversor se endeuda por un importe equivalente al 80% del precio y a un tipo de interés fijo inferior o igual al 1,5% por un plazo inicial de 20 años, en todas las ubicaciones indicadas durante el próximo lustro podrá multiplicar por más del doble la anterior rentabilidad sobre el capital invertido.
La clave se encuentra en el efecto apalancamiento. En relación a la compra al contado, el numerador (el alquiler neto) es el mismo, pero el denominador es mucho menor (el importe desembolsado). No obstante, cuando más años posee la vivienda el inversor, más pequeña es la rentabilidad anual obtenida. El motivo está en el incremento de lo sufragado mediante el pago mensual realizado en concepto de amortización del préstamo hipotecario.
Por el contrario, las dudas las deparan:
1) La renta variable. En la bolsa, existen dos grandes estrategias: invertir al caballo ganador de la última carrera o en gangas. La primera actuación consiste en hacerlo en las empresas que han subido mucho; la segunda, en las que los inversores han injustamente penalizado. En la última década, la inicial ha ofrecido una rentabilidad muy superior a la última, pues la brecha de valoración entre unas y otras alcanzó su máximo histórico en 2020.
Unas son las empresas tecnológicas (Amazon, Google, Tesla) y otras principalmente grandes compañías con una importante cuota de mercado en sus negocios (Telefónica, Santander, IAG). Aquéllas no suelen pagar dividendo, en cambio, en estas es generalmente bastante generoso.
Desde mi perspectiva, en la mayoría de las primeras las elevadas subidas del reciente pasado responden a la creación de una burbuja. No obstante, ésta no es fruto del último año, sino que existe desde hace algunos ejercicios. Por tanto, no es descartable que, en una clima de euforia por la finalización de la pandemia, su cotización siga batiendo récords
A pesar de ello, creo menos peligroso y bastante más rentable en los tres próximos años, invertir en las segundas, especialmente en los sectores de turismo, banca y materias primas. En la última actividad, incluso a pesar de que el precio de las acciones de algunas de sus empresas aumentara notablemente en 2021. El motivo es que suelen ser compañías a las que les va muy bien cuando la economía mundial crece considerablemente y existe una inflación relativamente elevada en los países desarrollados.
2) El bitcoin. Por su valor de uso, la criptomoneda está muy sobrevalorada. No obstante, casi todos inversores hasta el momento la han adquirido por la expectativa de una continua subida de su valor de cambio. Por tanto, si el flujo de nuevos compradores sigue llegando como lo hizo durante el año pasado y la retirada de los actuales inversionistas es insignificante, su precio puede seguir subiendo.
Desde mi perspectiva, es una burbuja digna de un manual de inversión. No obstante, considero que esta puede continuar hinchándose hasta que uno de los tres siguientes factores provoque su estallido: una continuada y considerable subida de los tipos de interés en EEUU, la expectativa de una rápida circulación de las monedas digitales emitidas por los principales bancos centrales y la venta masiva del activo por parte de algunos de sus grandes tenedores.
En el 2022, el tercero es el que tiene mayores posibilidades de desencadenar una elevada caída de su cotización. En el actual ejercicio, la Reserva Federal solo tiene previsto subir el tipo de interés hasta el 0,75%. Además, los proyectos de generación de divisas digitales por parte de los principales bancos centrales están escasamente maduros. Por ello, me parece casi imposible que los hagan realidad ni en este ni en el próximo año.
No obstante, ante las elevadas plusvalías potenciales acumuladas, puede suceder que una parte significativa de los 1.755 inversores que controlan el 38% de su oferta se vea afectado por el mal de altura. Es el vértigo que padecen algunos cuando los activos donde han invertido han logrado una elevadísima revalorización y llegan a la conclusión de que la posible rentabilidad extra proporcionada por nuevas subidas de su cotización no compensa el riesgo incurrido.
En resumen, entre las inversiones conservadoras, la vivienda es con mucha diferencia la mejor alternativa para 2022. El plus de rentabilidad generado por el efecto apalancamiento y la existencia de un boom inmobiliario en el mercado de venta la hacen una opción muy atractiva. Combina un escaso riesgo y la expectativa de una elevada ganancia.
Entre las arriesgadas, mis preferidas son las acciones a precio de ganga. Históricamente, buenas empresas que pertenecen a sectores castigados por la pandemia, como el turismo y la banca. Especialmente si el Covid-19 se convierte en una simple gripe, el crecimiento de la economía mundial supera con holgura el 5,5% y la tasa de inflación en los países desarrollados en el segundo semestre sigue por encima del 3%.
En relación a la primera criptomoneda creada, cualquier expectativa de aumento de su cotización no compensa el riesgo incurrido, pues su precio es claramente excesivo para la utilidad que posee. No obstante, no lo ven así los pequeños inversores deslumbrados por las elevadas subidas de su importe en el reciente pasado.
Las inversiones deben ser observadas con el ojo derecho que vislumbra la rentabilidad y el izquierdo que detecta los peligros existentes. La inmensa mayoría que decide taparse el segundo, más tarde o más temprano acaba convirtiéndose en la cara B del rey Midas, pues consiguen transformar importantes plusvalías potenciales en escasas, nulas o en pérdidas.