Es lo de siempre. El nacionalismo coloca palos en las ruedas de la reforma laboral de la vicepresidenta Yolanda Díaz, exigiendo la prevalencia de los convenios colectivos autonómicos. El PNV habla de “resguardar el marco vasco de relaciones laborales”; ERC, desde el tendido de sombra, dice que “hay carencias muy importantes” y Bildu se echa al monte, “tremendamente decepcionado”. Arnaldo Otegi avisa de que su formación “en ningún caso apoyará la reforma tal como está redactada”.
Pues no hablemos más; aguantar a Otegi es como tener un dolor de muelas permanente. El Gordo, así le llamaban al joven de Elgóibar en los años del hierro, sigue a lo suyo: aquí no ha pasado nada y a mí me concederán muy pronto el Premio Nobel de la Paz, al estilo Jerry Adams. No, hombre, no. No se pueden aguantar las nimiedades de Arnaldo, que por cierto tiene buenos amigos en Cataluña, personas a las que no se las entiende, cuando esconden el sentido común debajo de la barretina, dispuestas a aceptar por lo bajini los ongi etorri a los presos vascos excarcelados, que vuelven a casa embebidos de falso heroísmo. ¡Por favor!
Estos homenajes no son merecidos porque las monterías seudogudaris contra ciudadanos indefensos no tuvieron pase. No son equiparables a la fiereza de los empecinados durante la Guerra Civil, como aquel Jan Julivert Mon, de Un día volveré (de Juan Marsé), que enterró su pistola al pie de un rosal, en el Guinardó. Confundir a los hombretones del independentismo vasco con los héroes del 36 es un error descomunal. Tirarle a un jabalí en los bosques de Collserola es una mezquina hazaña de salón comparada con el arrojo necesario para matar con lanza a un león en el Serengueti.
Pero vayamos al grano: si hace bien los números, el Gobierno puede llegar a la mayoría para que el decreto de la reforma supere el escollo de la Cámara, frente al argumento rechifla llamado “contrarreforma” por parte de PP, Ciudadanos y Vox. Lo único sensato es que, en Bruselas, la Comisión Europea espera la confirmación inminente de la reforma laboral española, pactada entre CEOE y sindicatos. La patronal no quiere cambiar ni una coma y la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurua, le pide a Sánchez que presione a Garamendi. Exige cambios, “le parezca bien o mal a la patronal”. Defiende el boicot.
El pacto tripartito, Gobierno-CEOE-sindicatos, ha sido un gran paso, pero ahora, al rebufo del Gordo y sus turiferarios, ERC y PNV asoman la cabeza para hacerse notar. Esquerra argumenta que la reforma “no está garantizada”, aunque reconoce que hay margen de mejora. Es decir, ni sí ni no, pero tampoco no del todo. Vamos, que hay que ser adivino para entender los enjuagues cardenalicios entre el Euskadi Buru Batzar y Oriol Junqueras.
España va rápido y el que no se dé cuenta de que “están sirviendo ya la del estribo” –como dice la canción La que se fue, de José Alfredo— se quedará al margen. Nadia Calviño, recién nombrada presidenta del Comité Monetario y Financiero del FMI, es la imagen internacional del mismo Ejecutivo al que representa Yolanda Díaz. La economía a secas y la economía social son inseparables para los socialdemócratas. Si el soberanismo cazurro no lo entiende, las consecuencias las pagaremos, como siempre, nosotros, los ciudadanos.