Recuerdo que Marcelino Camacho solía explicar que el buen sindicalista era aquel que sabía iniciar, mantener y acabar a tiempo una huelga. El veterano dirigente de CCOO sostenía que un líder sindical debía intuir y prever las trampas que le iba a tender la patronal en las negociaciones colectivas; también adivinar cuándo un combate o reivindicación podía ser utilizado o manipulado de forma torticera. Honestidad, sagacidad y posición de clase eran, para Marcelino Camacho, requisitos indispensables para ser un buen dirigente obrero.
Han pasado ya unos cuantos años de aquellas prédicas y hoy muchos trabajadores de este país se preguntan dónde andan aquellos principios, dónde se oculta la sagacidad y quién sostiene contra viento y marea una posición de clase. No vayan a pensar ustedes que abogo por un sindicalismo de rompe y rasga, a lo George Sorel, preparado para luchas numantinas; nada de eso, simplemente pretendo poner en valor el rol y la esencia de la reivindicación obrera.
Un sindicato es por definición, en un sentido amplio, una asociación cuyo objetivo es la defensa de los intereses laborales y sociales de los trabajadores. Quizás por esa razón cuesta comprender la presencia de las dos grandes centrales sindicales catalanas en una manifestación, orquestada desde el Govern de la Generalitat, con la excusa de salvaguardar la lengua.
A Ros y Pacheco les ha faltado perspicacia para detectar que el ejecutivo de Aragonès vegeta inmerso en luchas intestinas y que, tras la defunción del procés, busca con frenesí oxígeno para boquear. Nada mejor para ello que un conflicto tan preñado de emociones como el lingüístico, combinado con una derecha que se ha echado al monte.
¿Tanto les cuesta a nuestros sagaces y avezados dirigentes sindicales entender que no ha habido una manifestación para preservar la escuela en catalán --que está sobradamente garantizada-- sino que la movida ha sido contra la presencia del castellano? ¿Dónde está el olfato y la intuición de las cúpulas sindicales para no ser atrezo legitimador de los despropósitos de un Govern en apuros? La tan cacareada independencia sindical ha quedado de nuevo en entredicho. No es la primera vez que ocurre y ello es inquietante.
Recientemente un histórico dirigente del movimiento obrero antifranquista comentaba, con tristeza, que las actuales cúpulas sindicales andan escasas de cuadros dirigentes con capacidad de liderazgo para discernir lo que más conviene, o no, a los asalariados. Afirmaba, el viejo luchador, que los sindicatos actuales se han convertido en gestores desideologizados en lo social y contaminados en lo identitario; compungido los definía como un cenáculo de personajes preocupados tan solo en obtener privilegios y subvenciones .
El desapego hacia la política no se circunscribe únicamente a los partidos y la actividad parlamentaria; lo cierto es que ha alcanzado también a las actividades y a la organización de los sindicatos. La sospecha de que éstos están supeditados a inexplicables juegos de intereses, en detrimento de las aspiraciones de los trabajadores, ha ahondado su crisis de representatividad.
Con este panorama a nadie le ha de extrañar que en algunas fabricas, en las huelgas y en el tajo, aparezca un nuevo movimiento obrero asambleario y radical empeñado en denostar las propuestas de las grandes centrales sindicales. Como tampoco debería pillar por sorpresa a los partidos de izquierda que la bravata de Abascal y Vox, anunciando la creación de un sindicato afín a sus tesis, pueda consolidarse precisamente en feudos de tradición y voto progresista.
¿Estamos ante la reencarnación de los llamados Sindicatos Libres? Sí, aquellos que en los albores del pasado siglo XX impulsaron militantes carlistas en el Ateneo Obrero Legitimista de Barcelona bajo la batuta de Ramón Sales. Chi lo sa? Llegados a este punto: Que cada uno asuma sus responsabilidades.