La Cataluña secesionista inició hace tiempo una regresión exponencial sin que por ahora la sociedad reaccione de forma proporcionada. La Generalitat está en manos de dos partidos que luchan entre sí como púgiles rupestres, sin más elemento común que el desgobierno; la presidencia del parlamento autonómico es una negación del pluralismo; la inmersión lingüística ha llevado a la degradación del catalán como lengua de entendimiento en una sociedad bilingüe; el bunker independentista es el motor de la inseguridad jurídica; el espacio mediático público o subvencionado es impermeable a la autocrítica --con agresiones al periodismo independiente-- y la iniciativa económica parece ir dando palos de ciego cuando no es que --como ocurre con la inversión extranjera-- es obstaculizada por la inacción de gobierno de Pere Aragonès y Ada Colau.
El acoso a un niño cuyos padres solo pretenden que se aplique la ley del 25% en castellano ha sido aún más ilustrativo de la regresión exponencial de la Cataluña nacionalista que los contenedores quemados por la CUP. Tiene la configuración de una bomba lapa para destruir lo que queda de una convivencia natural y cotidiana. Con Pujol ya vimos que la inmersión lingüística era una victoria de la nación convergente frente a la sociedad abierta. Ahora la misma inmersión lingüística no solo es de modo patente un elemento de confrontación sino un desprestigio para la lengua de Verdaguer, Carner y Pla. En fin, se ha alzado el telón para un escenario de autodestrucción pero ante un público pasivo, desconcertado, todavía afectado por las espirales del silencio o por el chantaje emocionalista de una Cataluña inexistente.
Nada está escrito para siempre en los manuales de la acción humana pero no se ven alternativas a las arenas movedizas del “post-procés”. Algunas voces hablan de decadencia de Cataluña. Ciertos síntomas son innegables pero darles entidad absoluta es en buena parte una forma de fatalismo. Otras sociedades han vivido declives similares y han logrado superarlos. En Cataluña todo es incierto porque el PSC de Illa --un admirador de Tarradellas-- y el sindicalismo secundan monolíticamente el gobierno de Pedro Sánchez, cuyo fotomatón más reciente es el paripé de Netflix para conseguir los votos de una ERC que desde la Generalitat dice que sí y que no a todo, mientras los vestigios mínimos de ética política y de inteligencia del bien común van siendo sepultados públicamente en la fosa de Canet a golpe de Twitter.