En setiembre de 2010, el fabricante de automóviles Chery dijo que se iba a instalar en Cataluña. Y no vino. En mayo de 2011 fue Brilliance la que anunció la posibilidad abrir una planta en nuestra tierra. Y tampoco vino. El MHP Montilla firmó un preacuerdo, lo mismo que hizo su sucesor, el MHP Mas. Pero como no hay dos sin tres, durante semanas el salvador de los empleos de Nissan ha sido otra firma china, Great Wall. Y tampoco vendrá. Esta vez, a diferencia de los anteriores, no ha habido ni firmas solemnes ni acuerdos ni fotos, sino un proceso negociador que ha acabado de manera idéntica a los dos anteriores, en nada.
¿Tienen algo los fabricantes chinos contra Cataluña? No, simplemente que por su cabeza no pasa el invertir en una planta en nuestra casa, no es su estrategia. Pero los políticos parecen refractarios a la realidad y se dejan seducir por asesores que aseguran conocer mejor que nadie lo que piensan los chinos.
China absorbe tecnología a la vez que conquista territorios empobrecidos para extraer materias primas o reforzar su mapa de influencia. La semana pasada, por ejemplo, Nicaragua rompió sus relaciones con Taiwán. A los tres días recibió el primer envío de vacunas Sinovac. Eso es lo que hace China, y muy bien. Yo te doy si tú me das. Limpio y sencillo.
España, miembro de la Unión Europea y de la OTAN, no puede ser socio estratégico de China. Por eso su decisión solo iba a ser económica, no de control geopolítico, toda vez que tampoco se iban a llevar tecnología. En su modelo carece de sentido producir en España. Ellos irán a un low cost rabioso, tratando de lograr las mayores ayudas posibles y, de paso, influencia geoestratégica.
Con este desengaño, previsible, se cerrará en falso el proceso de reindustrialización de Nissan, un proceso que no puede calificarse de ejemplar.
Las Administraciones, todas ellas, gestionaron razonablemente bien la emergencia precierre a pesar de la poca transparencia de la dirección local anterior. Finalmente se pudo construir una oferta seria que llegó a las más altas instancias de Nissan, pero no hicieron caso porque en sus planes hacía tiempo que habían decidido el cierre de las plantas catalanas.
El proceso negociador logró una prórroga importante para el cierre, pero el proceso de reindustrialización comenzó tarde, entre otras cosas porque se perdieron demasiados meses con los líos de las subcontratas. Y cuando comenzó la reindustrialización se gestionó como si la planta que acaba de cerrar fuese la última coca-cola del desierto. Nos sobrarán ofertas, se decía, por eso no se salió a vender la oportunidad, sino que se esperaron a recibir ofertas.
La realidad es tozuda, nos quedaremos, con suerte, con un taller para motos eléctricas, actividad que emplea muy poca mano de obra, un concepto hub para mantener la fábrica abierta para quien quiera montar algo en ella y, sobre todo, un centro logístico, algo que cuadra perfectamente con la estrategia de la Zona Franca en la que no encaja la industria tradicional.
Las motos dan lo que dan, y el hub es poco más que un conjunto de buenas intenciones a las que acudirán como moscas a la miel proyectos poco maduros ansiosos de subvenciones que no garantizarán el mantenimiento del empleo. Hace meses se acercó por aquí la ahora popular Rivian, pero se le hizo poco caso, entre otras cosas porque eligieron de “embajador” un personaje complicado. Hubo un proyecto de mantenimiento y construcción de vehículos militares, pero Barcelona y Cataluña ya sabemos que son antimilitaristas, aunque en realidad son antiprogreso. Y finalmente el brillo de China deslumbró a todos, para acabar en nada.
Las condiciones del cierre no son malas, por lo que no se espera una gran protesta, además ya estamos oliendo a Navidad. Lo peor es que ni aprendimos la lección con los chinos hace unos años ni aprenderemos nada de este cierre. Cuando venga el próximo, que no será dentro de muchos años, volveremos a improvisar.