La noticia ha pasado bastante desapercibida, pero supongo que si existiera un periódico dedicado en exclusiva a las personas que han alcanzado la edad de jubilación (extremo harto improbable si tenemos en cuenta que los diarios de papel dirigidos a la población en general parecen llamados a la extinción), habría aparecido en portada, pues apunta la posibilidad de que los representantes del Mundo Viejuno pudieran, por así decir, matar dos pájaros de un tiro. Me refiero a ese descubrimiento científico del que tomó buena nota el 6 de diciembre la edición digital de la revista Nature Aging según el cual, la Viagra (o su elemento básico, el Sildenafil) podría ser útil para combatir el Alzheimer o retrasar su aparición.
Dicho descubrimiento, como suele suceder, se ha debido prácticamente a la casualidad, pues se suponía que la Viagra servía exclusivamente para lo que servía (ustedes ya me entienden). Tras un experimento con ratones (sí, a los pobres bichos se les indujo algo parecido al Alzheimer, ya se sabe que no se puede hacer una tortilla sin romperle los huevos a alguien, y siempre es mejor que se trate de un irracional), se observó que el Sildenafil lo combatía gallarda y eficazmente. Lo mismo quedó patente con seres humanos a los que no hubo que provocarles nada porque algunos ya sufrían de Alzheimer: resultó que el 69% de los carcamales tratados con Sildenafil tenían menos probabilidades de contraer tan molesta enfermedad. La cosa está en período de estudio y el científico al mando del asunto, el doctor Feixiong Cheng, del Instituto de Medicina Genómica de la clínica Cleveland, ya ha dicho que aún es pronto para echar las campanas al vuelo y que no hace falta propulsarse a la farmacia más cercana para proveer de Viagra al abuelito, pero, en cualquier caso, abre una puerta a la esperanza para ese colectivo de pre muertos del que estoy empezando a formar parte (de ahí mi interés en la noticia). Por no hablar de que nos ahorramos las acusaciones de machismo, ya que el Sildenafil funcionaría también en el colectivo de adultos no susceptibles a la erección (esas personas antes conocidas como mujeres). De momento, solo se pueden rebotar los Defensores del Ratoncito de Laboratorio, pero, que yo sepa, todavía no han dicho nada y espero que no lo hagan.
La pérdida de la actividad eréctil suele sentar muy mal a mis congéneres, aunque no todos se lo toman tan a la tremenda como aquel personaje de El Gatopardo, la novela de Lampedusa (¿o era de Novecento, la película de Bertolucci?: ¿primeros síntomas de MI Alzheimer?) que se ahorcaba el día que veía que nunca más se le volvería a levantar (con perdón). El Alzheimer, no lo negaré, te ayuda a olvidarte de lo bien que te lo habías pasado intercambiando fluidos en épocas anteriores, pero como consuelo no me parece gran cosa, francamente.
Si las cosas salen según lo previsto, la mía puede ser la primera generación de hombres que consiguen, al mismo tiempo, darle a su cuerpo alegría macarena y no perder mentalmente el oremus. A medida que envejeces, vas necesitando cada vez más esperanza, y la que nos permite intuir el equipo del doctor Cheng yo diría que es de las buenas: llegar a la edad de diñarla con la mente despejada y el miembro viril en (casi) perfecto estado de revista constituye un buen motivo para evitar las tentaciones de meter la cabeza en el horno o arrojarse al paso de un tren. Lo dicho: estamos ante una noticia de portada. O lo estaríamos si el Mundo Viejuno interesara a alguien que no forme parte de él, lo cual yo diría que no es el caso. Como alumno de primero de vejestorio, no puedo dejar de manifestar mi satisfacción al respecto.