El frío ha llegado y el Covid-19 ha resurgido de sus cenizas. Además, una nueva variante (ómicron) ha aparecido en Sudáfrica e incorpora mutaciones que pueden hacerla más contagiosa y peligrosa para la salud que las ya conocidas. Una combinación que retrasará la completa recuperación económica de los distintos países, pues probablemente supondrá el retorno de algunas restricciones a la movilidad y la actividad empresarial.
Una vez más, la economía queda a expensas de la canción que toque la pandemia. Si es una balada romántica, su mejora es un hecho. En cambio, si se decanta por el rock, la recuperación se interrumpe. Una situación que genera una gran incertidumbre y complica notablemente la toma de decisiones por parte de los agentes económicos.
En un breve período de tiempo, la distinta virulencia de la pandemia posee la capacidad de convertir algunos problemas importantes en secundarios y unos menores en esenciales. Así, por ejemplo, si la incidencia acumulada de casos Covid-19 sigue creciendo en las próximas fechas y se mantiene alta durante los siguientes meses, la estanflación dejará de constituir una preocupación y lo volverá a ser la conservación de la ocupación.
La disminución de la actividad económica reducirá la demanda de bienes y provocará una caída del precio de la electricidad y de los combustibles fósiles. El resultado será una importante bajada de la inflación, pues ambos factores han sido los principales culpables de que aquélla haya pasado del 0% en febrero al 5,6% en noviembre.
La reducción de la demanda comportará la desaparición de la actual escasez de trabajadores en diversos sectores. Para los gobiernos, el mantenimiento del empleo volverá a ser una prioridad y las ayudas a las empresas deberán aumentar para asegurar su supervivencia y evitar despidos. También a las familias que tienen uno o más miembros en el paro, pues la posibilidad de encontrar una ocupación disminuirá considerablemente.
En otras palabras, viviremos un déjà vu. No obstante, cuando vuelva el buen tiempo y las negativas repercusiones de la pandemia disminuyan, no será nada aconsejable actuar como si los problemas económicos originados por aquélla ya estén solucionados. La prudencia, como mínimo hasta que el 70% de la población mundial esté vacunada, será la mejor guía.
En dicho contexto, creo conveniente que los agentes económicos adopten las siguientes decisiones:
1) Los bancos centrales deberán mantener el volumen mensual de compras de deuda y los actuales tipos de interés. Las autoridades monetarias han de permitir una financiación barata de los déficits públicos de los países y facilitar el endeudamiento de las empresas para que éstas puedan continuar con su actividad. Si la velocidad de circulación del dinero disminuye y la proximidad del verano no permite la recuperación del anterior nivel, los bancos centrales deberán emitir más monedas y billetes para evitar la aparición de deflación. Al incentivar ésta a las familias a gastar menos, pues genera unas permanentes rebajas de precios, puede originar un retraso en la consecución del PIB de 2019.
2) Los gobiernos han de seguir aumentando el gasto público. La mayor virulencia de la pandemia volverá a hacer imprescindible el rescate de una parte del sector privado por la Administración. Una actuación que solo será posible si su gasto continúa creciendo. En consecuencia, el déficit presupuestario seguirá siendo muy elevado y la deuda en relación al PIB difícilmente bajará en una elevada medida. Por tanto, aumentarán las dudas sobre la capacidad de los países de sufragar los correspondientes intereses, una vez desaparezcan las compras de bonos de los respectivos bancos centrales.
Si así sucede, una mayor número de voces reclamará a aquéllos la eliminación de la deuda pública adquirida desde el inicio de la pandemia. Para el BCE y la Reserva Federal, la anterior operación solo supondría la realización de un asiento contable, no generaría inflación adicional y permitiría a la Administración pagar un menor tipo de interés por la deuda viva.
3) Las empresas reducirán sus inversiones. Unos ingresos empresariales muy cíclicos, decepcionantes cuando la Covid – 19 ataca de nuevo y satisfactorios cuando su impacto se atenúa, llevarán a las empresas a ser más precavidas.
Las inversiones destinadas a la creación de nuevos negocios y a aumentos de la capacidad productiva casi únicamente las realizarán las grandes compañías. No obstante, éstas necesitarán de dos características adicionales: disponer de mucha tesorería y sus fuentes principales de ingresos estar escasamente afectadas por el resurgimiento de la pandemia.
Mientras continúa el chaparrón, el objetivo de la inmensa mayoría de las pequeñas será solo sobrevivir. Para conseguir tal propósito, muchas necesitarán de la recepción de importantes ayudas de la Administración. La principal diferencia entre unas y otras estará en la mayor tasa de ahorro de las grandes y su superior facilidad para captar nuevo capital social.
4) Las familias aumentarán su ahorro. La persistencia de la Covid hará que las familias tengan un horizonte laboral más incierto, una menor disposición a realizar viajes al extranjero y un inferior dispendio en ocio debido a las nuevas restricciones de movilidad. El resultado será un menor gasto y un mayor ahorro. Una buena decisión para ellas, pero una negativa para la economía nacional, pues el consumo privado es el principal impulsor del PIB (en 2020 supuso un 54,9% de la producción española).
No obstante, la anterior decisión tiene una cara B mucho mejor, pues el elevado ahorro acumulado, al convertirse en una sustancial parte en gasto cuando acabe la pandemia, impulsará la demanda y generará un mayor aumento del PIB en el próximo futuro. Una coyuntura donde la inflación volverá a suponer un problema y lo dejará de ser el mantenimiento de la ocupación.
En definitiva, en los próximos meses, los agentes económicos deberán tomar decisiones con mucha mayor incertidumbre que la habitual. Una situación que muy probablemente hará a las familias y empresas más conservadoras. Por tanto, con la finalidad de evitar el regreso de una recesión, los gobiernos y bancos centrales habrán de ser más audaces que de costumbre.
Hasta el momento, los últimos han cumplido con su papel. Un atrevimiento que en gran medida ha conducido a una gran y rápida recuperación económica en 2021, a pesar de su pérdida de fuelle después del verano. Una función muy distinta a la que deberán efectuar cuando el Covid-19 desaparezca casi por completo, pues una vez asentadas las bases de una larga etapa expansiva, la prudencia debería sustituir a la audacia.