Cuando en la universidad un vociferante grupo de energúmenos intenta interrumpir y boicotear un acto político democrático, uno tiene la sensación de haber vivido con anterioridad esas anómalas e indeseables circunstancias. Cuando en el supuesto santuario de la docencia, y del pensamiento libre, una colectivo de estudiantes constitucionalistas (S’ha Acabat!) es hostigado, insultado y agredido por una turba de intolerantes, es que tenemos un problema serio de convivencia y autoridad académica. Estamos ante un conflicto que no presagia nada bueno. Detectamos unas actitudes violentas que guardan muchas similitudes con las que solían practicar los falangistas del Sindicato Español Universitario (SEU). Este sindicato estudiantil de inspiración fascista –creado en 1933 en Madrid e impulsado por José Antonio Primo de Rivera y Julio Ruiz de Alda— nació con una misión propagandista, pero también con el objetivo de aplastar a la mayoritaria Federación de Estudiantes Escolar (FUE). Entre 1933 y 1936 el SEU protagonizó múltiples acciones violentas, acosos y altercados sangrientos que llegaron a causar la muerte de varios jóvenes de distinta ideología política. Así las cosas, en enero de 1934, los activistas del SEU participaron en el asalto a un local de la FUE que se saldó la muerte de un estudiante de Medicina. Luego llegaron las represalias; uno de los fundadores del sindicato falangista, Matías Montero, moriría acribillado mientras repartía propaganda por las calles de Madrid. No pretendo ser tremendista y mucho menos agorero, pero sí, en cambio, me gustaría resaltar las grandes similitudes existentes entre la práctica agitativa de los estudiantes falangistas de 1933 y los supuestos antifascistas que alborotan hoy la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Recapitulemos y comparemos: unos y otros arremeten contra partidos y colectivos democráticos impidiéndoles ejercer la libertad de reunión y expresión. Aquellos aprendices de fascista del 33 despreciaron y atacaron la legalidad republicana; los antifascistas de la UAB maldicen el juego democrático y la legalidad constitucional vigente en España. Ambos articulan sus acciones alrededor de una mística nacional-patriótica excluyente no exenta de una retórica ampulosa; se envuelven en una bandera que consideran que les confiere licencia para anatemizar; emplean, sin reparos, la violencia verbal o física. Queda claro que casi todos los nacionalpopulismos, de derechas e izquierdas, parten de atmósferas y genes con características similares. El SEU fue ilegalizado por el Gobierno de la República en 1936; en la actualidad nadie sabe cuándo la autoridad competente será capaz de garantizar la normalidad en las universidades catalanas.
En el Teatro de la Comedia de Madrid, José Antonio pronunció la famosa frase “No hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria”. Los encapuchados que en Cataluña gritan “Pim, pam, pum, que no en quedi ni un”, en el fondo no son más que un grotesco remake con esteladas del peor pensamiento joseantoniano. Tras los acontecimientos de la UAB nadie comprende las trabas sistemáticas a las actividades de los grupos y partidos constitucionalistas que emanan de algunos rectorados. Para que la ira abandone los campus universitarios urge que las autoridades académicas estimulen y protejan el ejercicio de las libertades de expresión y reunión. Para mejor ocasión dejaremos declaraciones, como las de aquella vicerrectora de la UPC, que soñaba con contenedores ardiendo y aeropuertos colapsados. Anhelamos una universidad democrática en paz, libre y sin ira.