Como el prusés languidece y empieza a morirse de asco y aburrimiento, el lazismo tiene que agarrarse a lo que pueda para seguir dando la chapa: de ahí la indignación, el llanto y crujir de dientes y el rasgado público de vestiduras ante la orden del Tribunal Supremo (TS) para que se impartan el 25% de las clases en castellano en las escuelas catalanas. Ante el supuesto atropello, las fuerzas (más o menos) vivas del independentismo se han puesto de acuerdo para protestar y amenazar con pasarse por el forro la orden del TS, ya que, como todo el mundo sabe, la inmersión lingüística es un modelo de éxito, como demuestra la evidencia de que el uso del catalán entre niños y adolescentes está en caída libre desde hace algunos años. Aquí se indigna todo el mundo: los partidos lazis, Òmnium, la ANC, Puchi desde su duro exilio belga y hasta Peyu, ese gran líder de opinión.
La cuestión, vista desde fuera del microcosmos soberanista, se juzga de manera distinta. En principio, que en una región española se dé la cuarta parte de las clases en español no parece precisamente ni una injusticia ni una excentricidad. En una comunidad, bilingüe, de hecho, lo más normal sería que los dos idiomas se repartieran las horas lectivas al 50%, aunque cada una de ellas podría rebajarse la ración al 40% para poder impartir un 20% de las clases en inglés. Pero esto que a algunos nos parece de una lógica aplastante resulta que para los nacionalistas es intolerable. Ellos siguen sin darse cuenta de que la tendencia a la imposición del monolingüismo nunca ha funcionado en Cataluña: Franco no logró sustituir el catalán por el castellano y la Generalitat nunca conseguirá que el castellano sea reemplazado radicalmente por el catalán (ésa era la idea oculta bajo la famosa inmersión, por mucho que las autoridades dijeran estar trabajando por el perfecto dominio de ambos idiomas por parte del alumnado, pero es evidente que les ha salido el tiro por la culata y que han conseguido hacer del catalán un idioma antipático a base de imponerlo, con lo que flaco favor le han hecho a esa lengua que tanto dicen amar).
Lo cierto es que la decisión del TS les llega en un buen momento. Después de que la tangana por los Presupuestos acabara como acabó, desarbolando un poco más el ya maltrecho frente indepe, lo del 25% permite impostar unidad, aparentar que las filas están prietas y soltar las bravuconadas de rigor: ¡Quieren acabar con el catalán! ¡No obedeceremos orden tan injusta! ¡Esto es un 155 lingüístico! ¡Nosotros a lo nuestro y que se jodan en Madrid! Y así sucesivamente. Todo ello para acabar, en la mejor tradición Torra, obedeciendo a la justicia española para ahorrarse problemas. De momento, eso sí, el timing del TS ha sido providencial: nada como la lengua para volver a unir a los que diez minutos antes se estaban tirando los trastos por la cabeza y poniéndose verdes mutuamente. Y como la ley del embudo es la única que domina este personal, supongo que el 6% de catalán en Netflix les parecerá escaso, pero el 25% de castellano en la enseñanza excesivo. Ya puestos, la cosa permite sobreactuar patrióticamente y que sus votantes dejen de preguntarse cómo es posible que lo hayan hecho todo tan mal hasta ahora, como demuestra la progresiva caída del uso del catalán entre nuestra muchachada supuestamente inmersa en su supuesta lengua propia.
El prusés está más muerto que vivo, el 52% de población indepe es mentira, la propensión al monolingüismo ha arrojado unos resultados opuestos a los esperados, nuestros gobernantes regionales son, además de injustos, ineptos… Pero vamos a olvidarnos de todo eso por el momento gracias a la gran pataleta que vamos a organizar por lo del Tribunal Supremo y que, bien administrada, nos puede durar unos cuantos meses.
Y en el fondo, todo da lo mismo. Pese al TS y a la inmersión, profesores y alumnos seguirán haciendo lo que les plazca, cada uno barriendo para casa, y catalán y castellano continuarán conviviendo en la escuela como lo hacen en la calle desde tiempo inmemorial. ¿Únicos beneficiados de la bronca?: los separatistas airados, colectivo derrotado y en retirada que ahora puede hacerse la ilusión de que vuelve a estar en su mejor momento. Que lo disfruten, aunque no vaya a durar mucho.