Pere Aragonès cambia de acera. El president se inyecta una especie de kit Corona, que introduce a los comuns como antídoto de la CUP. Se pone la venda antes de la herida para empujar al soniquete plataformista hasta la vía extraparlamentaria, tan valorada por el izquierdismo infantil. Trata de mantener al mismo tiempo el genio plebeyo de ERC y la palabrería de Junts. Esquerra se sale una vez más con la suya sin destapar sus cartas. Y se saca de la manga el voto favorable a las cuentas del Estado, como estaba cantado. ¿Podrá compaginar ERC el pacto con Sánchez mientras mantiene el veto a Salvador Illa? La duración de esta dicotomía decidirá la supervivencia de Aragonès.
La sociedad catalana da un tímido, pero decisivo, paso hacia la transversalidad. Nada volverá a ser lo mismo, aunque de momento, monotonía de luvia tras los cristales; el fin del frentismo basado en la unilateralidad ya es un hecho, solo eso. Las cuentas públicas han acabado desatascando un triple frente: Gobierno, Generalitat y Ayuntamiento de Barcelona. La nueva situación galvaniza un pacto de Estado con el que ERC apuntala la normalidad constitucional sin renunciar a sus principios. Hace política y alguna trampita añadida, cuando pasa por encima de Elsa Artadi, señora de tenso moaré y seda lisa, diputada y vicepresidenta de Junts, enfrentada a muerte con Ada Colau, líder de la fuerza que ha pactado con Aragonès. Y de paso, ERC deja un cadáver exquisito en la nevera municipal: Ernest Maragall; el gorro frigio de Sant Gervasi se arrodilla ante Colau.
Sin acudir a la conspiración, podría decirse que los republicanos recuperan en parte la herencia dialéctica de líderes anteriores, como Francesc Vendrell, Carod-Rovira o Joan Puigcercós, más veloces que Junqueras, el que mueve los hilos desde su devocionario. A pesar de la fragilidad de los dos socios de gobierno, hay proyectos y dinero, aunque nadie hable a fondo de las cuentas. Se habla del Hard Rock, de los Juegos, del Hermitage o del aeropuerto, sin ver que se está produciendo un cambio de ciclo económico importante. La ejecución de los fondos europeos, incluidos en los presupuestos catalanes, será muy lenta (datos de Funcas) y además el BCE puede endurecer la política monetaria si la inflación alemana rebasa el 6% este noviembre. Nada será fácil.
ERC no acepta a acusación del fracaso lanzada por Junts. Ya rompieron en el momento de la constitución de la mesa de negociación con Madrid por las imposiciones de Jordi Sánchez. Esta es la “última”, dice ahora Aragonés. El president, un hombre con más cintura que elocuencia, ha cerrado un pacto glorioso con los comuns, la izquierda mediopensionista. Su médico le prohíbe mirar al PSC. Pero es justamente ahí donde está el granero que seduce cada día a más votantes, no por socialistas ni por catalanes, sino por ciudadanos. La sintaxis del poder exige afrontar contradicciones de verdad. Después de una década perdida, Aragonés debe hablar de futuro con el más votado en los últimos comicios, Salvador Illa, el líder del PSC.