No es fácil escribir un artículo sabiendo que puedes disgustar a algún amigo. Y por eso te asalta primero la tentación de dejarlo estar, pero después te acuerdas de esa máxima que dice que a los amigos hay que decirles siempre la verdad o, por lo menos, lo que honestamente piensas. Pues bien, la mayoría de los firmantes del manifiesto constitucionalista que se presentó este lunes son personas por las que siento admiración e incluso afecto personal, pero a mi modo de ver confunden el gravísimo problema que tiene en Cataluña el centro derecha liberal con lo que llamamos el constitucionalismo. Que haya bastantes puntos de intersección entre lo uno y lo otro, no significa que se deba confundir la parte con el todo, ni pretender hablar o atribuirse la representación del constitucionalismo. Además no me parece en absoluto evidente que la mejor receta para vencer al independentismo en las urnas pase por la unidad electoral de todas aquellas fuerzas políticas y cívicas que, si fuéramos capaces de consensuar una taxonomía del constitucionalismo, incluiríamos bajo esta etiqueta. En la misma rueda de prensa de presentación ya se vio esa dificultad respecto a Vox, partido que no consideran incompatible con el europeísmo del que los promotores del manifiesto hacen gala, por no hablar de que es un partido de raíz nacionalcatólica, soberanista español (ayer mismo pidió eliminar los productos del resto de Europa de los comedores públicos españoles), que propone suprimir las comunidades autónomas (lo que supone sin duda una enmienda a uno de los pilares de la Constitución de 1978), y que cultiva un relato xenófobo y populista. Y, sin embargo, a muchos de mis amigos no les importaría que esas siglas se incorporasen a una plataforma electoral constitucionalista de la que, en cambio, verían más alejado al PSC, al que le reprochan que juegue a entenderse con ERC. El suyo es un análisis contradictorio y contraproducente para el propósito que persiguen.

El problema es que el constitucionalismo no es algo que podamos perfectamente definir y que demasiadas veces se confunde con el antiseparatismo. Peor aún, si nos ponemos rigurosos podemos llegar a la perturbadora conclusión de que en España no hay partidos constitucionalistas. Para muestra la lamentable forma como se renuevan muchas de las instituciones del Estado, con unos partidos (PSOE y PP) que proponen a candidatos más por su afinidad política que por su capacidad técnica, con algunos casos realmente vergonzosos (qué decir de Enrique Arnaldo o Enrique López) que entierran el prestigio de las mismas y dan pábulo a los argumentos de las fuerzas separatistas sobre España y la falta de separación de poderes. Por tanto, no abusemos de la etiqueta constitucionalista y, sobre todo, que nadie tenga tentaciones de expedir carnets de constitucionalismo. Finalmente, para desalojar del Govern a los partidos independentistas no me parece que la mejor estrategia sea constituir un bloque que represente lo contrario. No era conveniente hacerlo en 2015 cuando CDC y ERC compartieron lista, Junts pel Sí, ni tampoco en 2017 tras el otoño del procés. Eso hubiera convertido las elecciones en otro momento plebiscitario, justamente lo que busca siempre el separatismo. Para los demócratas las elecciones son pluripartidistas, nunca referendarias, y la peor de las equivocaciones sería contribuir a ello con una lista unitaria del antiindependentismo.

Los amigos del manifiesto constitucionalista están desolados con razón porque el centro derecha liberal ha pasado de 40 diputados en el Parlament en 2017 (36 de Cs y 4 del PP) a solo 9 en 2019 (6 de Cs y 3 del PP). Sin duda este cataclismo dificulta muchísimo que un día el independentismo pierda la mayoría absoluta, pero el problema solo haría que agravarse con una candidatura única que, por otro lado, los promotores del manifiesto saben imposible. Por razones diferentes ni Vox hoy ni jamás el PSC se sumarían. Por tanto, es una petición no solo equivocada estratégicamente, sino que no pasa de ser un ejercicio de melancolía. A lo sumo va a servir para que Cs y PP, junto a las plataformas cívicas que se mueven a su alrededor, unan fuerzas en una sola lista electoral en Cataluña. Y, por supuesto, deben hacerlo, ya no tienen gran cosa que perder, pero ese es el problema del centro derecha liberal y no del inaprensible constitucionalismo en su conjunto.