¿Procede un debate sobre el modelo policial catalán, sobre el significado de servir y proteger a la ciudadanía? Es obvio que sí. Pero permítanme, antes de situar el tema, una pequeña escaramuza por el universo de las boutades. Les propongo un ejercicio, un juego, mental. Cierren los ojos y métanse por unas horas en la piel de un mosso. Vístanse de uniforme y carguen con el utillaje reglamentario. Dispónganse a recibir órdenes para proteger, por ejemplo, el acceso al Palau de la Generalitat. Imaginen que una manifestación, con cara de pocos amigos, se aproxima al cinturón policial y le mientan a su madre, le escupen en la cara, le tiran huevos, le insultan y, como colofón, le rocían con pintura o le lanzan fluidos orgánicos repugnantes. Y así durante un par de horas en las que usted ha de callar sin poder reaccionar, ni tampoco defenderse hasta que lo determine el mando correspondiente. Fin del ejercicio mental. Descansen un rato.
Ahora les propongo cambiar de cuerpo de seguridad y les emplazo a meterse en la piel, y bajo la gorra, de un policía local. Unos vecinos, vía telefónica, reclaman la presencia de la guardia urbana. Una muchachada ha ocupado un tramo de calle, los gritos impiden a los residentes conciliar el sueño, los lateros hacen negocio y algún que otro amigo de lo ajeno entra en acción. Hay peleas multitudinarias. Usted llega al lugar para atender el requerimiento de los vecinos afectados y su coche patrulla acaba zarandeado, convertido en diana para los lanzadores de botellas de cerveza. Llegan refuerzos, identifica a unos de los revoltosos y este se cachondea en su cara asegurándole que, aunque lo detenga, el juez lo dejará ir en un par de horas. Fin del segundo ejercicio mental. Vuelva a casa.
Ya se ha salido de la piel del mosso y ha colgado la gorra de policía local. Descanse, relájese. Conecte la tele e intente evadirse mirando una serie. ¿Por qué esta recomendación? Porque tras haber compartido, aunque sea mentalmente, las vivencias de los miembros de los cuerpos de seguridad le puede dar un espasmo cuando el Telenoticias le informe de que se ha creado en el Parlament una comisión para auditar el funcionamiento de las fuerzas de seguridad. Y si la caja tonta, además, le notifica que esa comisión va a estar presidida por una capitoste de la CUP, usted quizás llegue a la conclusión de que el mundo se ha vuelto loco. Preso de angustia vital, igual echa mano de hemeroteca para comprobar si los miembros de ese grupo radical apedrearon las cristaleras de medios de comunicación, amedrantaron a políticos o aplaudieron el intento de asalto de la comisaría de los Mossos en Vic. Terrible.
No crean que estoy abogando por una policía con métodos coercitivos y fuera de control propios de otras épocas y lesivos para el ejercicio de las libertades. Nada de eso. Abogo por un análisis sensato acerca del modelo policial que precisa nuestra sociedad. Seguramente por ello no me parece conveniente que una persona tan significada por su hostilidad hacia los cuerpos policiales como Dolors Sabater presida la comisión de marras. Ni la CUP ni Vox atesoran suficiente comportamiento democrático para gestionar con solvencia una comisión parlamentaria de ese tipo.
Las policías de medio mundo tienen ante sí el reto de adecuar su estructura organizativa y su praxis a los cambios sociales, tecnológicos, económicos y políticos. Garantizar la legitimidad de la acción policial en una sociedad cada vez más fragmentada es todo un reto; como también lo es el dar respuesta a las nuevas demandas y exigencias sociales. La lucha contra la violencia de género, las drogas, los delitos informáticos y la trata de seres humanos reclaman una atención especial. Debatamos sin temor sobre todo ello, definamos por qué modelo policial optamos, pero hagámoslo siempre con rigor, apoyando a nuestras fuerzas de seguridad sin ningunearlas. Lo necesitan. A más de uno le convendría ponerse en la piel de un mosso, aunque fuera tan solo por una hora.