Dicen que los meses de otoño son los más idóneos para la reflexión y la introspección. Quizás por ello, y por la proximidad de fechas tan señaladas como el 1-O o el 12 de octubre, uno se pregunta para qué sirve pedir perdón en política o religión. Los que reclaman que otros entonen el mea culpa aducen que las disculpas sirven para restañar heridas entre colectivos, países e individuos. Afirman los peticionarios que lo importante no es tanto la magnitud de la afrenta, o el daño causado, sino la percepción del mismo.
De un tiempo a esta parte se ha incrementado la costumbre de pasar cuentas sobre el pasado si ello deviene útil para reforzar el discurso y las actitudes del presente. Pero, hecha la ley, hecha la trampa. No todos los que aceptan excusarse lo hacen desde un firme propósito de enmienda, en muchas ocasiones persiguen tan solo hacerse acreedores del olvido.
El PP de Pablo Casado, por ejemplo, pidió perdón por los casos de corrupción convencido de que así se sacaba de encima un pasado execrable. Con anterioridad, el Rey emérito acuñó para la posteridad la conocida frase: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, y se quedó tan ancho. La petición de perdón no corrige una mala acción, pero, por lo general, es una actitud que la ciudadanía acepta no sin cierta displicencia.
El primer ministro británico Tony Blair, 12 años después de la guerra de Irak, pidió disculpas por las catastróficas consecuencias de la intervención militar. Angela Merkel reconoció públicamente haberse equivocado con las medidas de cierre total que ordenó en Semana Santa a causa de la pandemia. Pidió perdón la canciller y fue aplaudida por el gesto. Y más recientemente el papa Francisco se excusó vagamente en México por algunos de los métodos evangelizadores empleados por la Iglesia Católica. Lo ha hecho ante un mandatario, como López Obrador, que blande la denuncia de la colonización española de México con torpeza diplomática. Este 12-O se repetirán las alusiones al Descubrimiento y seguramente rodarán por el suelo algunos monumentos dedicados a Colón o a Fray Junípero Serra. Pasó en Barranquilla, Virginia y California y volverá a pasar en otros lugares. Ese día unos exigirán disculpas, otros dirán que no hay nada que celebrar.
Volvamos a casa. Instalados como estamos en el deporte de repasar las culpas del pasado ¿por qué no aplicar la misma vara de medir a los actores principales del 1-O y la DUI? ¿Por qué no exigir a Artur Mas, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont que se excusen por su mala cabeza? Ellos, y los suyos, lejos de pedir perdón por las consecuencias de sus obras -fuga de empresas, deterioro de la convivencia y crispación política- siguen alimentando entre el personal falsas ilusiones y vanas quimeras. Conviene, en este país, contar la verdad y acabar con la mentira por omisión. Algunos políticos secesionistas siguen usándola con declaraciones y promesas que saben imposibles de cumplir. A ellos les pido que hagan el favor de asumir errores, que rectifiquen, aparquen desvaríos y pidan perdón por el daño causado al país que dicen amar.
La década del procés ha sido ominosa y el castizo La República no existe, idiota, una verdad antológica. La tarea de la reconstrucción económica y social, que nuestro país necesita y demanda, ha de ser cosa de todos; cierto, pero los que nos llevaron por el pedregal deberían reconocer públicamente que se equivocaron. Y a los que recitan en Cataluña el mantra ni oblit ni perdó les iría bien asumir que hay memorias y vivencias encontradas. Ya ven, estos son temas de octubre, aunque sigo preguntándome: ¿para qué sirve pedir perdón en política?