Estaba en una terraza de Madrid con varios amigos periodistas más bien de izquierdas de toda la vida cuando volvió a suceder. Hablamos de Isabel Ayuso y, contra lo previsto, para bien. Nuestra mesa de diálogo concluyó que la presidenta madrileña es “simpática y bien educada”. Lista, añadió alguien, sin que nadie le llevara la contraria. Explico la conversación al llegar a Barcelona y todos me miran incrédulos, sin querer aceptar que Ayuso pueda presidir el PP en Madrid y aspirar a mandar fuera de sus fronteras autonómicas. Olvidan que ganó por más de un 44% en su Comunidad, algo nada usual en estos tiempos donde pocos gobiernan con holgura y sin acrobáticas alianzas. Algunos ejemplos: Ada Colau es alcaldesa con un 20% de votos, Pedro Sánchez gobierna España con un 22% y Pere Aragonés es el presidente de Catalunya con el 21%.
“¿Pero no es tonta?”, preguntan mis interlocutores catalanes cuando menciono el liderazgo de Ayuso. Ese adjetivo dedicado a una mujer que tenga poder, en la política o en la empresa, siempre me irrita. Es un calificativo que raramente se utiliza con los hombres, quienes entre ellos se llaman de todo, pero sin llegar al desprecio que supone calificar de “bobo” al contrario. Hay insultos muy femeninos, como tonta, simple, ignorante, frívola, histérica o marimandona. Isabel también es considerada populista, extensa definición que ha dejado de tener género o ideología. Desde luego, sonríe mucho, habla hasta con el apuntador y toma con decisión medidas, acertadas o no, que los ciudadanos madrileños aplauden. Tiene dos cualidades que no se ven en otros políticos: cercanía y coraje.
Admito que, cuando decidió abrir las terrazas antes que nadie, estuve varias semanas saliendo por las calles madrileñas con mascarilla doble. Para pasear al perro, buscaba inútilmente calles sin franceses bebiendo cañas gigantes. Después resultó que había menos contagios en la capital que en otras ciudades españolas y europeas. Sigo, en Madrid y en todas partes, saliendo a la calle con mascarilla, pero he empezado a observar a la presidenta con otros ojos. De boba no tiene nada. La mayoría de mis vecinos de barrio --pura clase media-- me comentan que la presidenta, aunque haya cometido sonoros errores, les agrada. Se lo crean o no, Ayuso cae bien. En la hostelería, la adoran. Entre los jóvenes, triunfa. Hace unos días, estuvo en una universidad de la capital y había tortas para selfiarse con ella. En las recientes elecciones votaron por la candidata hasta en los barrios rojos, rompiendo tópicos, prejuicios y encuestas del CIS. De la noche a la mañana, Vallekas era neoliberal.
Tras su incuestionable victoria y esa seguridad con la que reclama lo que considera suyo (el PP de Madrid), ya pocos se atreven a reírse de la presidenta. Ajena a los cuchillos que le lanzan desde su partido, Ayuso se fue la semana pasada a Italia. Enfundada en un entallado vestido negro, recogió el premio de un “think tank” liberal conservador. Impresiona la capacidad de esta mujer para seguir adelante, ajena a las críticas. Hasta se permite la broma. Así resumió irónicamente, la postura de los compañeros peperos que se oponen a darle cancha y liberar poltronas: “Tenemos a alguien que gana elecciones... pero nos va la marcha”. Una manera de no mencionarse, para disponerse a encabezar listas electorales de mayor enjundia.
Muchos en el PP empiezan a levantar la voz a favor de Ayuso como presidenta del partido en Madrid. Entre ellos, Alberto Núñez Feijóo --líder de Galicia, con cuatro mayorías absolutas--, la ex presidenta madrileña Esperanza Aguirre o el expresidente nacional José María Aznar. Es difícil seguir haciendo ver que a la tercera irá la vencida y que el actual presidente del Partido Popular, Pablo Casado, es el mejor candidato para arrebatarle el Gobierno a la izquierda en 2023. Los que ganan elecciones mantienen distintas posturas: Feijóo, a la gallega, no da un paso al frente, mientras Isabel no esconde su disposición a avanzar.
Más pronto que tarde, la derecha y el centro derecha español se pondrán las pilas. No me puedo creer, por más que digan que no hay prisa, que un partido que ha gobernado España en varias legislaturas no vaya a presentar batalla a la izquierda y a Vox con sus líderes más atractivos, dominen o no el aparato. Las últimas encuestas del CIS dan una ventaja de nueve puntos al PSOE sobre el PP. Quizás sea solo una precipitada alarma, pero 2023 no está lejos y crecen las voces dentro del PP para que Ayuso sea cabeza de cartel. Ella no es de rechazar ofertas. Isabel nos quiere gobernar.