La señora Gemma Geis, consellera de Universidades e Investigación, contrata como asesor a Alexander Golovin, por sesenta mil euros al año. Pero sucede que Golovin tiene 22 años, no ha pasado de segundo curso en la universidad y no tiene, como es natural dada su edad, experiencia profesional ni currículum alguno, salvo la adhesión pública a los principios del Movimiento Nacional y la participación en algunos pesebres subvencionados del Ateneo de la señora Passola.
De manera que, a priori, el nombramiento chirría. La noticia ha trascendido y provocado marejadilla, y en menos que canta un gallo, o en menos que nace un chino, o en menos que canta un negro, o en menos que como un queso, o en menos que trepa un mono (todas estas son fórmulas alternativas a “en menos que canta un gallo”, improvisadas por Borges-Bioy en una noche de gran lucidez, según leemos en el Borges de Bioy), el asesor ha sido forzado a dimitir. Dos días ha permanecido en el cargo.
¡Hola, Golovin! ¡Adiós, Golovin!... Como si el pobre muchacho hubiera hecho algo malo. Desde luego, si hay algo reprobable y con aromas de corrupción, de enchufe y de sandez en el episodio de su nombramiento, esos aromas, o más bien fetideces, no proceden del anhelo y prisas por prosperar y colocarse cuanto antes mejor, que legítimamente animan al joven asesor; sino, en todo caso, de las oscuras motivaciones de la señora Geis, que es quien le nombró a dedo. Pero la consellera, naturalmente, no ha dimitido, ha preferido decapitar y ridiculizar al joven Golovin.
Solo es otro pequeño caso de corruptela y necedad convergente (Geis es cuota de Junts). No quiera el lector imaginarse cuantos casos similares se darán en los ayuntamientos, consejos comarcales, diputaciones y demás instituciones “democráticas”. Comparado con tantos otros, éste es un caso pequeñito. Engrunes, como dicen los convergentes. Pero incluso nimiedades así revelan aspectos interesantes del teatro de la política; el primero de ellos, de orden semántico.
Ya que, preguntado por las tareas de las que iba a encargarse en la conselleria, Golovin, que es joven y por consiguiente conserva alguna candidez, ha dicho la verdad, sin filtros: “Yo tenía que escribir los discursos de la consejera y ayudar en el relato del departamento”. O sea: se tenía que dedicar a la propaganda.
Se agradece tanta claridad. Pero véase cómo explicaron el DOGC y el departamento las funciones del recién contratado: éste iba a “prestar apoyo a la consejera en la política estratégica del departamento”, iba a asesorar “sobre tendencias y factores económicos que puedan prefigurar escenarios de futuro”; a hacer “análisis de impacto” de la actividad de la Consejera; además de ocuparse de la “gestión de información y datos” y de "análisis de políticas”.
¡Caramba! Contado con esta prosa, no estamos hablando de un enchufe sino de una tarea abrumadora para un chico de tan tierna edad. Sesenta mil euros era poco, un precio tirado. Suerte que lo han obligado a dimitir, porque probablemente no hubiera aguantado mucho tiempo bajo el peso de tantísima responsabilidad.
Naturalmente, él no tiene los recursos ni la carrera de un Rubert de Ventós, que, como me explicó en inolvidable ocasión en su propia casa, escribía los discursos de Maragall… ¡y también los de Pujol! (Tengo testigos, ahórrense las querellas). No, el joven Golovin sólo tenía la experiencia del departamento, o sección, de Estudios Políticos… ¡del Ateneu!
Así sabemos que tan antigua institución cultural y social, tradicionalmente ligada a la biblioteca diseñada por Jujol, a las tertulias, a los torneos de ajedrez y al grato jardín con su estanque de tortugas, sede de entidades colegiales de escritores, lugar ideal para el asueto de ancianos y la preparación de oposiciones, que subsiste gracias a las generosas subvenciones oficiales (si no hubiera dinerito, ¿de qué iba a estar enredando ahí la señora Passola?), tiene también, además de su anfiteatro pervertido como sede de conferencias lazis, un pesebre o think tank para la Formación del Espíritu Nacional.
Quizá el benemérito Tribunal de Cuentas debería echar ahí una ojeada. Todo lo pudre el nacionalismo y todo habrá que desinfectarlo algún día.