Disculpen que recurra a este viejo coloquialismo de “llevar (o ponerse) los pantalones” como sinónimo de mandar en casa en estos tiempos de nuevas masculinidades en que todo hay que pensarlo más de una vez antes de escribir nada para no ser políticamente incorrecto. Pero eso es exactamente lo que ha hecho Pere Aragonès, ponerse los pantalones como president de la Generalitat, mandar en su Govern, cosa que hasta ahora no había querido hacer en ningún tema. Sin embargo, no es baladí que haya dejado fuera de la mesa de diálogo a los de Junts por proponer --a menos de 24h del encuentro en Barcelona-- a personas de fuera del Govern como parte de la delegación de la Generalitat. Es un gesto de autoridad que de no haberlo hecho hubiera marcado a Aragonès como un político definitivamente sin personalidad.
Lo que no sabemos es si la decisión es suya o ha sido Oriol Junqueras quien le ha instado a tomarla. No olvidemos que ERC sondeó en junio la posibilidad de que el president de su formación, tras ser indultado por el Gobierno español, pudiera formar parte de la delegación en nombre del Govern, lo que desde la Moncloa rechazaron categóricamente al subvertir el carácter de la reunión (entre gobiernos) y por brindar además una foto muy inconveniente para Pedro Sánchez en un momento en que el PP atizaba fuerte contra la medida de gracia hacia los condenados por el procés. Por tanto, es lógico que para ERC y Junqueras fuera inaceptable la asistencia de los también expresos Jordi Sànchez y Jordi Turull, junto a la diputada Míriam Noguera, por parte de Junts. No hay duda de que la propuesta de nombres por parte del partido de Carles Puigdemont se ha convertido en una apertura con jaque mate al diálogo entre ambos ejecutivos.
La política catalana hace años que dibuja escenas surrealistas en el sentido de irracionales, aburridas y carentes de lógica. Medio celebramos ahora que Aragonès se haya plantado frente a Junts, pero no podemos olvidar que hace una semana nos enfrentamos a la mayor de las paradojas. El partido que apoya el diálogo y que en teoría se muestra más pragmático, ERC, había boicoteado y hundido el proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat por un doble miedo. Miedo a perder su electorado ecologista fundamentalista a favor de los comunes, y miedo a que la CUP no apoyase los presupuestos de 2022, lo que dejaría a Aragonès en manos del PSC. En cambio, Junts, que sostiene la retórica de la unilateralidad, se mantuvo fiel al acuerdo que el Govern alcanzó el 2 de agosto con el Ministerio de Transportes para efectuar una inversión de 1.700 millones en una infraestructura estratégica, lo que directamente favorecía el discurso del reencuentro que sostiene el Gobierno español con Cataluña.
Estos papeles intercambiados --ERC en contra y Junts a favor-- en el tema de El Prat es en realidad mucho más surrealista que la jugada del partido de Puigdemont queriendo enviar a Jordi Turull y Jordi Sànchez a la mesa de diálogo. Se puede acusar a Junts de haber escondido su apuesta por una delegación netamente política hasta el último momento, pero no de ser incoherentes. Su lógica es la confrontación siempre o casi siempre, y punto. Coherencia de la que ERC ha carecido en el tema del aeropuerto, una ampliación que además es clave para la economía catalana y que los sectores empresariales venían reclamando desde hacia décadas.
La consecuencia de todo ello es que esta segunda reunión entre el Gobierno español y el Govern, que Aragonès quería convertir en un momento de reafirmación del inicio de un “largo y dificil proceso de negociación sobre la amnistía y la autodeterminación”, carece de sentido. ERC quería construir ese relato de cara al votante independentista, aún sabiendo que eso no iba a concluir jamás con un referéndum de independencia, pero Junts le ha devuelto la tarta en toda la cara. Es imposible que haya diálogo si la mitad del ejecutivo catalán no asiste a la mesa fruto de una estrategia deliberada para borrarse. Es cierto que en ningún acuerdo se especifica que la delegación de la Generalitat tiene que estar formada únicamente por miembros del Govern, pero era un implícito público y notorio desde hace meses. Y por eso Junqueras fue descartado en junio. Los de Puigdemont logran con esta jugada de última hora cargarse un diálogo entre gobiernos que no les gustaba, que consideraban puro teatro, hundir la estrategia de ganar tiempo de los republicanos y devaluar la presidencia de Aragonès, aunque este haya tenido que reaccionar poniéndose los pantalones, expulsándoles de la reunión, que es justamente lo que querían. La guerra que vienen haciéndose las dos facciones mayores del independentismo desde el inicio del procés seguirá eternamente, y nos deparará nuevas tardes de gloria. Atentos.