Sublime Joaquín Sabina cuando, interpretando Con la frente marchita, nos recuerda: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Tan sublime como decepcionante es comprobar como un simbolismo hueco, fabricado a medida, sigue impregnando la política catalana. Y cómo sobre los rescoldos del procés, o de la historia reinterpretada, partidos y movimientos independentistas pretenden seguir alimentando su día a día particular. Les va en ello la supervivencia e incluso la poltrona presidencial. La Diada, lejos de ser una jornada festiva y propositiva, se ha convertido para ellos en un speak corner donde airear desavenencias y seguir vendiendo quimeras.
ERC, Junts y la CUP pretenden erigirse en los administradores de la nostalgia, cobrando derechos de autor sobre algo que no les pertenece. Carentes de meta, y sin relato factible, viven de rememorar los acontecimientos del 1-O, de la DUI y de las movilizaciones ciudadanas. Estiran el recuerdo para justificar su supervivencia en un presente que se ha complicado con la crisis del Covid y las exigencias de normalización económica. No olvidemos, como explica magistralmente Carles Castro en La Vanguardia, que la papeleta nacional-independentista obtuvo el 14F el peor registro desde las elecciones autonómicas de 1980. Alcanzó tan solo el 27% del voto sobre el censo electoral.
Las movilizaciones ciudadanas de este 2021, aunque cuantitativamente aún son significativas, han perdido fuelle e ilusión. La ANC y Òmnium ya no son lo que eran, y la inmediatez de una posible arribada a Ítaca se difumina cada día que pasa. Cuando Laura Borràs y los suyos intentan rentabilizar el pasado, repartiendo medallas de honor a los ‘represaliados’, están explotando vilmente sentimientos y nostalgias. Otros lo hacen poniendo en valor años de reclusión, en contraste con la comodidades del santuario belga. Apoderarse del copyright del procés, o aparecer como los genuinos continuadores del mismo, es la pelea que libran a cara de perro ERC y Junts. El combate dialéctico protagonizado por las diferentes familias del secesionismo no tiene parangón, y evidencia la ausencia de una acción política concertada.
La disyuntiva diálogo o confrontación es el pan de cada día con aderezo cupero. El mantra amnistía y autodeterminación --uno de los escasos denominadores comunes del cosmos independentista-- no es antídoto suficiente para vencer el otoño del secesionismo. Y lo cierto es que incluso los ciudadanos que simpatizaban con el credo indepe estan desencantados. En los archivos audiovisuales quedarán las imágenes del rostro de los simpatizantes independentistas que pasaron del entusiasmo a la decepción aquellas semanas del 2017. Todas las metas que les aseguraron los Puigdemont y Junqueras que estaban al alcance de la mano se desvanecieron en pocos segundos. La afirmación de que una República Catalana independiente sería aceptada con entusiasmo por Europa --aún no se sabia lo de la trama rusa de Alay-- sin que el estado español pudiera hacer nada, no paso de ahí. Me abstengo de citar el vaciado de empresas que representó el anuncio del procés.
No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió. Cierto, pero no hay peor locura que empecinarse en un camino erróneo a sabiendas que no conduce a ninguna parte, que se vende humo. Soy de los que cree que la Mesa de Diálogo, o de negociación si hacemos caso al postureo, no puede ni debe ser monotemática como pretenden algunos. Hay que hablar de todo un poco y algo menos de eso que la alcaldesa Colau califica como ‘tonterías’. ¡Ahí diste en el clavo Ada!