Septiembre siempre fue un mes de ni fu ni fa, en el que los mayores volvíamos al trabajo y los hijos al colegio. La mayoría de barceloneses vivía con histórica indiferencia las fiestas oficiales, aprovechando los últimos festivos, la Diada Nacional y La Mercè, para echarse al último sol del verano y bañarse en el mar. Era un mes plácido, de fuegos artificiales y reencuentro con los colegas. Pero nos han robado el mes de septiembre. La Diada ya es solo de la ANC (Assemblea Nacional Catalana) y de su siempre enfadada presidenta. Y a los pregones de las fiestas de la Ciudad Condal, también de sus barrios, les falta la alegría del festejo. Parece que los barceloneses no tengamos nada que celebrar. Olvidan que Barcelona es una ciudad mediterránea, europea, llena de oportunidades. No habría mejor inicio para la próxima fiesta mayor que un simple y unitario: “Viva Barcelona. Viva La Mercè”.
Tuvimos la suerte, durante décadas, de escuchar pregones de gente famosa, ilustre o ilustrada, que destacaba la indudable prosperidad de la ciudad. Algunos incluso se permitían bromas y recuerdos personales. Ser un “activista social” no era, como hoy, requisito obligatorio. Tuvimos pregoneros venidos de fuera, como el violinista Yehudi Menuhin o el arquitecto Rafael Moneo, y paisanos muy queridos, como el cardiólogo Valentí Fuster, el escritor Carlos Ruiz Zafón, el cantante Jaume Sisa, el periodista Joaquim Maria Puyal... Así, plácidamente, llegamos a 2006, cuando fue invitada la gaditana Elvira Lindo y un concejal de ERC rechazó asistir al pregón porque la escritora iba a hablar en castellano. A la mayoría, nos pareció una tontería sin más, pero era una señal de lo que estaba por llegar.
En Barcelona, el pregonero y el alcalde no salen al balcón del Ayuntamiento. En alguna ocasión, pensé que sería bonito abrir ventanas, dejar que los ciudadanos oigan en vivo lo que el personaje escogido quiera contarles. Eso es un pregón, la promulgación en voz alta de algo que conviene que todos sepan; un discurso en el que se anuncia una celebración. He cambiado de opinión. Viendo cómo se las gastan muchos de los asistentes y algunos de los pregoneros, empiezo a dudar que valga la pena airear discursos que promueven la ira, el grito airado, la bronca.
En las últimas fiestas de Gràcia, cuyo pregonero fue Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, Ada Colau fue abucheada hasta provocarle el lloro. Siento el mal trago, pero debería la alcaldesa abandonar esos intentos de hacer amiguitos entre quienes quieren sacarla de todos los palcos. No es la primera vez que se equivoca y se la lían. En 2020, las autoridades municipales escogieron al payaso Tortell Poltrona para dar el discurso de apertura de las fiestas. Con su nariz roja y lágrimas pintadas en una cara de esas que aterran a los niños, su lectura no tuvo puñetera gracia. Llegó a llamar “inadaptados” a quienes no hablan “la lengua del lugar”. Al escucharlo, pensé: ahora sí tenemos los barceloneses razones para irnos a la playa a tener la fiesta en paz.
La persona escogida para inaugurar La Mercè de 2021 será Custodia Moreno Rivero. Según nos cuenta el Ayuntamiento, Custodia “es un referente del movimiento vecinal de la ciudad, que tuvo mucho que ver con la desaparición de los núcleos de barracas”. Estoy segura de que es una mujer valiente, luchadora, merecedora de admiración. Sin embargo, no puedo dejar de recordar que las últimas barracas, las del Carmel y Can Baró, fueron demolidas en 1990, antes de los Juegos Olímpicos. Y las del Somorrostro, donde Carmen Amaya bailaba a la luna de la Barceloneta, se desalojaron en 1966.
Barcelona debe recordar de dónde viene y no olvidar. Sin embargo, la desaparición de las barracas, el cambio de la ciudad propiciado por anteriores alcaldes (por Pasqual Maragall, entre otros) no es un tema de hoy, aunque el actual consistorio lleve desde 2015 poniendo placas conmemorativas de esa vieja lucha. Espero que la próxima pregonera nos lea un texto que hable del futuro de una ciudad para todos, de lo que los vecinos quieren para sus hijos y nietos.
Echo de menos la Barcelona esperanzada y capaz de alguna frivolidad, aquella que acude a Montjuïc a ver fuegos artificiales y se toma unas cervezas al fresco de septiembre, la que no siente necesidad de insultar, la que abre sus negocios y cree que volveremos a crecer tras el Covid. Quiero volver a vivir en una urbe habitada por vecinos que celebran sus fiestas sin enfrentamientos ni discriminaciones. El último pregonero que me hizo sonreír fue el escritor Javier Pérez Andújar. Con sus palabras les dejo: “Barceloneses del mundo, ¡uníos! Visca la festa major”.