La violencia y el consumo de alcohol han acompañado al ser humano a lo largo de buena parte de la historia, con diversas formas y con distinta intensidad. Aunque se repite a menudo, ni la violencia ni ese consumo son rasgos estructurales del ser humano, esté solo o acompañado.

En las últimas décadas, la preeminencia del marco conceptual antropológico ha extendido la convicción de que las prácticas violentas o alcohólicas son fenómenos culturales. De cualquier modo, hablar de la “cultura de la violencia” o de la “cultura del botellón” no supone su justificación ni tampoco su relativización. En todo caso, el uso y abuso de esos significados se ha de entender por la necesidad de analizar esos comportamientos en función de los condicionamientos concretos de cada contexto en el que se manifiestan, sean épocas pasadas o el mismísimo presente.

Después del confinamiento y desde el fin del último toque de queda, el botellón se ha extendido por toda España, aún más de lo que ya estaba gracias a la permisividad de la autoridad incompetente. De punta a punta --con la excepción de Galicia--, el consumo ilegal y multitudinario de alcohol en la calle ha derivado, a veces, en conflictos violentos, muy graves en San Sebastián, Pamplona, Barcelona, Madrid, Ibiza, etc.

En ocasiones el comportamiento de la multitud tiene algunos aspectos peculiares. Así sucedió el pasado fin semana al acabar las fiestas de Sants en Barcelona, cuando cientos de jóvenes pasaron olímpicamente de la plaza de los Països Catalans con la ilusión de compartir música y bebidas en el contiguo Parque de l’Espanya Industrial, con tanta impunidad como resistencia a los Mossos d’Esquadra, cuando éstos intentaron disolverlos. Para el nacionalismo fundamentalista, los jóvenes hicieron un mal uso de la violencia --simbólicamente españolizada por el espacio-- al dirigirse sin respeto a la policía catalana. Distinto hubiera sido si los pacientes agentes hubieran sido del Cuerpo Nacional de Policía, entonces la bronca hubiera estado más que justificada.

Una similar lectura identitaria ha realizado Iñaki Egaña Sevilla en Gara, al calificar de “violencia poligonera” los recientes altercados de San Sebastián, que comenzaron en un botellón y acabaron con saqueos de tiendas, ataques a vecinos y quema de contenedores. El desprecio de Egaña hacia estos jóvenes es notorio: “Los violentos no políticos pertenecen a la cultura del posmodernismo, de la moda y del hedonismo. Nada que ver con planteamientos políticos subversivos del sistema”. Y si con su clasismo --de izquierdas, dice ser-- no tuvo bastante, el escritor vasquista remató su reflexión sobre el origen cultural de los altercados con una delirante hispanofobia: “Y es que la españolización y la transmisión de los modelos de Hollywood no descansan”.

Es cierto que en los polígonos (de ahora y de antes) existe una estrecha relación entre la violencia y las drogas, pero es más que dudoso que eso sea consecuencia de su españolidad o americanismo, y más cuestionable aún es que esa violencia sea la que inspira a los jóvenes de los botellazos. Quizás haya que preguntarse si el actual gamberrismo no tiene como fuente principal los comportamientos destructivos de los nacionalismos más extremos, aquellos que el ultra Arzalluz calificó como kale borroka de baja intensidad, y que el izquierdismo infantilizado siempre ha justificado en tanto que subversivos. Aquellos actos están en la memoria de todos por su impunidad y por el modo de celebrarlos, cuando después de quemar contenedores o autobuses o de agredir a cualquier ciudadano que se quejara de tanta destrucción, seguían de kalimotxos y zuritos.

En España no es la violencia poligonera el referente de estos conflictos del botellazo. Quizás sean los altercados callejeros protagonizados por ultras nacionalistas el principal referente urbano de la actual y mal llamada “resistencia enquistada de los botellones”, tan extendida por todo el país. El reciente gamberrismo del procés es otra excelente guía para los violentos del botellón, que maceta en mano no respetan al común de los vecinos ni por supuesto a la policía. Visto lo visto la retransmisión en directo de la batalla de Urquinaona fue todo un éxito.