Han vuelto los manteros y los tuk-tuk a nuestras ciudades. Me alegra verlos, son prueba de que la microeconomía, de la que tantos sobreviven, renace. Sin embargo, tan fuertes como siempre, con pandemia o sin ella, en verano o en invierno, la crisis no ha afectado a los chiringuitos del poder político. El virus no ha podido con ellos y hemos llegado a la cifra de 19.700 organismos públicos, algunos de ellos creados en los últimos días. Como la Oficina del Español de la Comunidad de Madrid, inventada por el PP para Toni Cantó cuatro meses después de afiliarse al partido.
El enchufe de toda la vida se ha sofisticado, convirtiéndose en oficina, agencia, instituto, centro, entidad, organismo, fundación, observatorio...Los partidos que los crean en diferentes administraciones se convierten, gracias a ellos, en agencias de colocación de militantes, afines y tránsfugas.
El boom de los chiringuitos políticos es imparable y no depende de ideologías. Los abre tanto la derecha como la izquierda y los llenan con sus fieles, olvidando los méritos y las prioridades del país. Una vez se sientan en el despacho, esos nuevos altos o medianos cargos ocupan sus puestos durante años, aunque caduquen. Es el caso de Rafael Ribó, Síndic de Greuges, el defensor del pueblo en Cataluña. Fue nombrado por el Tripartito en 2004 y ahí sigue, tras arrimarse al independentismo de JxCat, con un sueldo de 129.000 euros. Por si faltaban cargos y funcionarios catalanes, hace dos años la Generalitat inauguró la Oficina para la Reforma Horaria, con un director que empezó cobrando 80.000 euros al año. Los resultados están a la vista.
El Estado cuenta con 451 entes, las autonomías avanzan hacia los 1.900 y los ayuntamientos superan los 17.000. Incluso crecen los observatorios de las diputaciones, organismos instituidos en 1833 y considerados innecesarios y caducos durante la Transición, pero que ahora ya nadie cuestiona.
La llegada de Podemos al poder ha cambiado el mundo asociativo; las subvenciones las reciben otros, pero permanece la falta de independencia y de transparencia. El enchufismo, palabra imposible de traducir al inglés por falta de esa costumbre en el Reino Unido o en EEUU, se mantiene igual de rumboso que en el siglo XX.
El interés político y el clásico nepotismo explican que la esposa del expresidente Carles Puigdemont, Marcela Topor, gane 6.000 euros mensuales por un programa de dos horas semanales, en inglés, que se emite sin audiencia significativa (o sea, tirando a cero) en la red de televisión de la Diputación barcelonesa. Es la factura que el PSC paga por el apoyo de JxCat en esa institución. No deja de ser la anécdota de un pastel mayor y más preocupante: en Cataluña, existen alrededor de 400 entes o consorcios, según la Oficina de Asesoramiento y Supervisión Continua del Sector Público Institucional de la Generalitat.
Al contrario que en décadas anteriores de más crecimiento económico, el sector público ofrece actualmente un salario medio más alto que el privado. Los últimos datos de la Agencia Tributaria española reflejan que los empleados del sector privado ganaron en 2020 un sueldo medio anual de 23.683 euros, mientras que el de funcionarios y asimilados llegó a los 36.387 euros.
Teniendo en cuenta que la tasa de paro juvenil española (menores de 24 años) es del 38%, entiendo que los veinteañeros quieran ser funcionarios o, a falta de oposiciones, se preparen para ir al Pasapalabra a buscarse un futuro. Tampoco me extraña que se acerquen a los partidos para encontrar un paraguas donde cobijarse. En Cataluña, llevar un lazo amarillo en la solapa se ha convertido en un seguro contra el desempleo y la precariedad. Al exdelegado de la Generalitat en Suiza, luego asesor de la Presidencia de Torra, le acaban de dar otro chiringuito, el Centro de Estudios de Temas Contemporáneos.
“Si eres bueno estudiando, sácate unas oposiciones y luego, en tus ratos libres, vete a la tele”, aconsejaba el domingo, en El País, David Díaz, técnico de Hacienda y concursante victorioso de Saber y Ganar. No obstante, cuando por la mañana vas a la Universidad, durante la tarde sacas perros a pasear y por las noches trabajas en una barra de bar, pues no da para estudiar oposiciones ni para memorizar la Wikipedia.
Estamos abocados a un futuro en que los niños españoles no querrán ser bomberos ni futbolistas, sino “síndicos de agravios” y directores de cambios horarios. “Abuela, yo de mayor quiero trabajar en un observatorio”, nos dirán nuestros nietos al acabar la primaria. Casi prefiero que los míos me salgan influencers.