El patriota está más cerca de la identidad colectiva (de la polis) que de la identidad nacional (del etnos). Por eso el patriotismo puede ser compartido por más individuos que el nacionalismo. Desear lo mejor para el objeto del afecto patriótico es consubstancial al patriotismo, pero no resulta fácil determinar qué es lo mejor, se requiere una ponderación afinada y una creencia firme en la democracia, en las instituciones y en la convivencia.
Oriol Junqueras en una pirueta al estilo del “Amo a España” dijo que ellos no eran nacionalistas, sino independentistas. Ser sólo independentista es ser nada y la nada no existe. Si no son nacionalistas tienen que ser algo y, suponiendo que desean lo mejor para Cataluña, por eliminación podemos pensar que son patriotas, aun a riesgo de equivocarnos.
El historiador Roberto Fernández llama compatriotas a los independentistas con un argumento convincente: se han equivocado, pero sus errores no los privan de la condición de catalanes (y de españoles), de compatriotas nuestros. ¿Hay reciprocidad por parte de los dirigentes independentistas? Escasa o ninguna. La mayoría de ellos consideran a los no independentistas un rocoso obstáculo para la independencia. Creen que regatearles la condición de catalanes, luego de compatriotas, facilitaría “eliminar” el obstáculo. La división entre catalanes se manifiesta también en esa distinta posición ética.
Pese a la precaria reciprocidad, aceptemos que los dirigentes secesionistas –los activistas del independentismo– son compatriotas nuestros. Si lo son, nuestra condición de compatriotas suyos nos da derecho a pasar cuentas por lo qué han hecho a la Cataluña común.
Los secesionistas pretenden que lo mejor para Cataluña es la independencia, desestimando a priori cualquier otra alternativa. En lugar de centrarse en convencer de la bondad de la independencia a una población mayoritariamente opuesta o reticente, han intentado imponer su pretensión por las bravas, padeciendo ellos mismos las consecuencias judiciales de sus actos, que luego han descargado en la sociedad convirtiéndolas en un problema colectivo.
A estas alturas, tras años de agitación estéril, después de todo lo ocurrido desde septiembre de 2017, después de que ninguna entidad estatal u organización internacional alentara o reconociera su declaración de independencia, resulta inverosímil que todavía crean que la secesión de Cataluña es posible.
En la Europa occidental se ha convenido que es absolutamente innecesario cambiar las fronteras, intentar cambiarlas por la vía unilateral obliga al Estado a reaccionar para impedirlo y la vía armada está definitivamente descartada en el marco de la Unión Europea. Con esos parámetros archiconocidos insistir en la autodeterminación y la independencia es un magno error cometido de mala fe.
Una autonomía reforzada con una adecuada financiación es una reivindicación razonable capaz de conformar un amplio consenso en Cataluña y de ser comprendida en el resto de España. Ese es el sentido de “los 44 puntos de la Agenda del Reencuentro” que el Gobierno de España llevará a la mesa de negociación de los dos gobiernos.
Preferir una independencia ilusoria, inalcanzable, a una autonomía cierta, efectiva, que ha dotado a la Cataluña contemporánea de una libertad y de un poder reales como nunca los tuvo, es una traición a Cataluña. Y persistir en esa traición, exhibida sin pudor ni contención, refuerza una doble sospecha: que el suyo es un patriotismo de pacotilla, puesto que no proponen lo mejor para Cataluña –que solo puede ser lo posible–, y que la independencia no es el objetivo ahora perseguido, sino un señuelo para atraer o conservar a votantes crédulos.
Jurídicamente no se les puede privar de la condición de compatriotas, pero su actitud desleal de contumaz desprecio a los compatriotas no independentistas y al interés general de los catalanes les sitúa en el terreno de la felonía.
Pero, aun comportándose como felones no dejarán de ser compatriotas nuestros con los que convivir. Esta es la razón principal de la necesidad del diálogo con ellos (paciente y precavido) para intentar la recuperación de una Cataluña común.
Si en la negociación se enrocan en maximalismos objetivamente inviables: “amnistía, autodeterminación, independencia” –con la tramposa pretensión de que el solo hecho de plantearlos les otorgue un atisbo de legitimidad– y desprecian la oportunidad de afianzar y mejorar el autogobierno, entonces esa actitud seria ya alta traición a Cataluña.