Todavía resultará que el dinero de Diplocat extendido por medio mundo se pagaba “por cortesía”, como los pagos de Cospedal a Villarejo. ¡Venga ya! Algunos indepes están ciegos. No advierten todavía la modernidad espectral en la que se sumerge su movimiento corto de vista. El expresident Artur Mas, malversador nato, le dio un empujón a la difusión internacional de la independencia; predicó durante años en todas las tribunas internacionales contra la España constitucional a la que había jurado servir. Y hoy se escandaliza porque el Tribunal de Cuentas le pasa factura en forma de embargos.
Lo malo de las famosas cuentas del Gran Capitán fue desconocer la naturaleza de su delito; aquel famoso Fernández de Córdoba --amigo de la reina Isabel y rival de Fernando el Católico-- tomó por costumbre la prevaricación permanente. Y todo lo que permanece se convierte en inconsciente: el Gran Capitán utilizaba su rango militar para destinar fondos ingentes de la Corona a su asilvestrada tropa; sirvió a sus galones más que al interés general. Por su parte, Artur Mas es el líder que ha usado para sus fines políticos una parte del fruto del esfuerzo fiscal de los ciudadanos. Y que conste que no hablo de su bolsillo; faltaría más tratándose de un convergente trincón. Muchos pensaron que el delfín de Pujol guardaría sus fuerzas para más adelante, para cuando él fuese capaz de poner unas gotas de racionalismo cartesiano, aprendido de su bachillerato en el Liceo Francés. Pero no fue así. Mas quemó, zorro él, a Junqueras y Puigdemont. Se escondió a tiempo, pero al final le han pillado.
Claro que antes de todo eso, Arturo ya llevaba marchamo: empezó por jugar la carta de su generación --los Madí, Oriol Pujol o Francesc Homs--, aquella que hizo explícita la ruptura con el nacionalismo transversal y dio paso al soberanismo, su peor negocio. La new age del catalanismo fondón puso en marcha un remolino de dinero de todos nosotros al servicio de su causa. Tenían que salvar su bolsillo y la lengua catalana, un idioma que los indepes consideran amenazado, pero que está muy vivo. Hoy, la literatura y la calle demuestran que el catalán expresa todos los sentimientos, la forma de ser y la manera de ver el mundo, y que además no tiene nada que envidiar a las otras lenguas, menos dadas a la lágrima fácil.
A todos nos alegra la supervivencia de la lengua autóctona, del mismo modo que el Instituto Cervantes respira tranquilo, digo, desde que sabe que Toni Cantó es el director de la Oficina del Español en Madrid, una ciudad que debe hablar mandarín. No hay peor guerra que la del rencor territorial.
A los catalanes, el binomio negocio-causa nos bendice. Artur Mas tiene su casa embargada; se siente civilmente machacado, lo que le iguala curiosamente a miles de sanitarios retirados por las privatizaciones de CiU de cuando él era president de la Generalitat. Sufre un castigo divino acorde con su “democracia radical”. En el mal llamado Tribunal de Cuentas, esta sala tenebrosa de contables con manguitos que amargaría al mismísimo Joseph K, Rajoy nombró a siete de sus once miembros. La instancia castiga y exonera a partes iguales. Primero mete miedo y después suele perdonar las multas. Sus actuales miembros vencen mandato, pero no habrá renovación y tampoco indultos, porque no es un organismo jurisdiccional. Si se penaliza a los dirigentes del procés, después de perdonar a altos cargos del PP, es porque en el Tribunal de marras manda la exministra de Aznar, Margarita Mariscal de Gante. No nos volvamos locos; todos sabemos que la gangrena del Estado anida en las salas de lo Contencioso, pero también sabemos que los del procés han malversado y prevaricado con una enorme chulería, creyéndose intocables.
A día de hoy, el dato es que a los exhibicionistas de la República catalana les ha caído la del pulpo; no pueden cambiar de identidad; les pasa lo que a Laporte, el defensa central de la Roja, que nació en Agen (en la Nueva Aquitania francesa), pero que ha escogido jugar con España y sustituir a Sergio Ramos para dolor de muelas del madridismo.
Después de una década gastando a mansalva por las cancillerías europeas y afirmando que España no es un país democrático, resulta que el Estado de Derecho les pide a los dirigentes soberanistas una rendición de cuentas. Es lo que hay. Pero los indepes no tienen la costumbre de dar explicaciones; no solamente eso, porque ahora Junts pide que la Generalitat avale las sanciones impuestas por el Tribunal; es decir que malverse de nuevo lo malversado.