En Cabrera de Mar, el municipio del Maresme donde resido desde hace ya un tiempo, tenemos un problema grave: el espacio infantil de la biblioteca municipal lleva cerrado ya cerca de dos años, y los niños del pueblo no tienen donde ir a leer o escuchar cuentos.
Al principio pensé que el cierre era debido al Covid, para que el recinto pudiera cumplir con todas las medidas de seguridad e higiene, pero resulta que no, que el motivo es simplemente la falta de personal.
Varias personas se han quejado de este problema en Facebook, y el alcalde responde que no es cosa suya, que el personal de la biblioteca municipal depende de los planes de ocupación de la Diputación de Barcelona, que aún no se han publicado (¿después de dos años?) y se queda tan ancho, como si el hecho de que los niños --los futuros lectores del pueblo-- se hayan quedado sin biblioteca sea una nimiedad.
Desde la biblioteca, donde trabajan una bibliotecaria a tiempo completo y dos auxiliares a media jornada, me comentan que el tercer auxiliar depende del ayuntamiento y se sienten muy frustradas por tener cerrado al público un espacio tan necesario. La única alternativa que pueden ofrecer a los niños es que pidan los libros que quieren en el mostrador y ellas vayan a buscarlos.
“Las bibliotecarias lo hacen lo mejor que pueden, pero los pequeños ya no pueden remover, rebuscar y hacer uso de la bonita sala de la biblioteca infantil”, se lamenta una residente de Cabrera en un grupo de vecinos de Facebook. “Es una pena” (y un derroche de dinero público, diría yo) “que este servicio no pueda volver a funcionar si no se contrata a la persona que ya tenían”, añade.
Resulta muy triste vivir en un municipio que se encuentra entre los 25 más ricos de España en términos de renta per cápita que no es capaz de mantener una biblioteca pública en condiciones. ¿Tan difícil es encontrar la fórmula para contratar a un auxiliar de biblioteca a media jornada? Presupuesto para cultura no falta, teniendo en cuenta que el pueblo, con apenas 4.700 habitantes, puede permitirse el lujo de organizar este verano un festival de conciertos con Els Pets como grupo estrella (yuuhuu). No niego que un concierto de rock popular sea cultura, pero me parece mucho más prioritario utilizar el dinero público en acercar a los niños del pueblo a los libros. Formar a futuros lectores, eso sí es hacer país, les diría a los concejales independentistas de mi pueblo. Aunque supongo que ya lo saben, y me dirán que no pueden hacer nada al respecto, porque se trata de un problema burocrático, y no de presupuesto. ¿Y cubrir el puesto de auxiliar de biblioteca con un voluntario? Tampoco es posible, me dicen. Y así estamos.
Por suerte, existen sociedades más pragmáticas que la nuestra. En EEUU, por ejemplo, la biblioteca pública de Kalamazoo, un municipio de 75.000 habitantes en el estado de Michigan, ha creado una beca con donaciones de la comunidad para financiar los estudios de biblioteconomía a personas de color y otras comunidades discriminadas, con el fin de diversificar a su personal de bibliotecarios. Según un estudio llevado a cabo en 2019 por el Departamento de Empleados Profesionales de EEUU, solo el 3,5% de los bibliotecarios se identifican como asiático-americanos, el 5,3% se identifica como negro o afroamericano y el 7,1% se identifica como hispano o latino.
“Nuestro objetivo no solo es inspirar a los futuros bibliotecarios de nuestra biblioteca, sino atraer a más personas de color al trabajo de bibliotecario en general, donde sea que terminen profesionalmente”, dijo al canal MLive el director de la biblioteca pública de Kalamazoo, Ryan Wieber. La idea de los creadores de la beca, básicamente, es lograr que niños y adultos de diferentes razas y clases sociales se sientan más cómodos a la hora de acercarse a la biblioteca y gozar de todos los recursos que allí encuentran, desde libros y películas, a ordenadores y conexión a internet.