Llevo semanas observando con estupor el discurso del Gobierno de España para justificar su apuesta por los indultos. He de reconocer que los estrategas de Moncloa tienen una extraordinaria habilidad para dibujar una realidad dicotómica en la que parece que no hubiese matices. Pero los hay. ¡Vaya si los hay!
Se puede ser contrario a los indultos desde posiciones progresistas y no precisamente “vengativas”. Como recordó Trapiello en Colón, “nadie es facha por decir hoy lo que decía el Presidente del Gobierno hace unos meses”. No olvidemos tampoco la contundente oposición a esta prerrogativa que han manifestado destacados líderes y militantes socialistas o juristas tan respetados como Carlos Jiménez Villarejo que nadie se atreverá a ubicar en la derecha del espectro político.
Sin embargo, y por más que, al menos de entrada, no simpatizo en absoluto con la aplicación de este tipo de privilegios que, por aquello de la igualdad, me parecen de todo menos progresistas, lo que considero realmente sangrante es el ninguneo con que el Gobierno de España ha obsequiado a las entidades cívicas constitucionalistas. Nos ha quedado claro que, en junio de 2021, para Sánchez la sociedad civil catalana, ANC y Òmnium Cultural aparte, son esencialmente los empresarios que le aplauden y quizás también la Iglesia…
Yo misma me reuní, junto con los presidentes de la Asociación por la Tolerancia, Impulso Ciudadano y Societat Civil Catalana, en nombre de una veintena de asociaciones, con la Delegada del Gobierno en Cataluña, el pasado 8 de junio, para hacerle entrega del manifiesto Desde la lealtad hacia la convivencia”. En él se afirma algo tan de sentido común como que “la convivencia en Cataluña no puede reconstruirse sobre la impunidad de unos y la invisibilidad de otros”. Al entregárselo a Cunillera le pedimos que trasladase al Presidente nuestro deseo de hablar con él. Como de costumbre, ni un acuse de recibo de Moncloa.
Sánchez, “el magnánimo”, debe dar por supuesto que todos nosotros volveremos a movilizarnos para defender el orden constitucional si las cosas se ponen muy feas, que no hace falta ni escucharnos porque de tan leales seguro que entendemos que el esfuerzo hay que volcarlo en seducir a quienes día a día vulneran nuestros derechos…
Pero comete un grave error al no escucharnos y no porque sea deleznable esta actitud para con nosotros, que lo es, sino porque, al apartarnos, renuncia a actuar con un mínimo de inteligencia en ese engendro que se ha venido en llamar “mesa de diálogo”. ¿A quién se le ocurre sentarse a negociar con nacionalistas habiendo cedido ya en los indultos y con un listado de más cosas en las que ceder? ¿Cómo se puede ser tan torpe como para ni siquiera pensar que la posición del Gobierno de España cobraría fuerza y, desde luego, se dignificaría si asumiese las peticiones de quienes siempre hemos sido leales, de quienes realmente apostamos por la convivencia entre catalanes y con el resto de conciudadanos españoles?
No es nada inteligente despreciar a quienes conocemos bien las miserias y contradicciones del nacionalismo, a quienes hemos hecho visibles sus abusos y conservamos las evidencias, a quienes hemos sistematizado un catálogo de propuestas que ningún demócrata puede no considerar.
¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que las administraciones catalanas actúen con lealtad institucional y dejen de denigrar a la democracia española en multitud de foros internacionales, sirviéndose de los impuestos de todos los catalanes y ahora de los cuantiosos fondos que llegan de Madrid? ¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que la Generalitat garantice una enseñanza bilingüe en una sociedad bilingüe? ¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que las instituciones sean neutrales y coloquen en las fachadas las banderas oficiales (sobre todo por aquello de que cuando uno no las ve piensa que igual allí no rigen ciertos derechos)?
¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que los medios públicos sean un foro de encuentro entre las diferentes sensibilidades existentes en nuestra sociedad? ¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que cesen las presiones políticas a colegios profesionales y universidades para que se pronuncien políticamente en nombre de todos sus miembros vulnerando de manera flagrante su libertad ideológica, como ya han dictaminado los tribunales y el Defensor del Pueblo? ¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que cese la violencia contra estudiantes o partidos constitucionalistas que con inaceptable frecuencia son agredidos cuando organizan actos políticos? ¿Cómo es posible que el Gobierno de España, nuestro Gobierno, no asuma como propia nuestra exigencia de que se respete a nuestros jueces, a nuestras fuerzas de seguridad y al Jefe del Estado? ¿Cómo es posible, incluso pensando en términos puramente partidistas, tanta ceguera?
Agradezco que, por favor, nadie me responda con la “mesa catalana” que propone el PSC…