En Barcelona, la concordia aún no se nota, pero sí un cierto cansancio de enfrentamiento, de insultos y de caída del PIB. Hay ganas de menos teatro político. La mayoría empresarial o civil confiesa preferir el Liceu para escuchar Bel Canto, y los Parlamentos para oír a los políticos. Por lo que veo, los catalanes apuestan por irse de vacaciones tras un Mobile --el más importante Congreso que se celebra en la ciudad-- civilizado, sin aspavientos, donde se aparquen las salidas de tono. La economía y el ejercicio del poder obligan. Más que la nobleza.

Ajenos al diálogo, los independentistas conservadores, como Elsa Artadi (JxCat), continúan paseando sus lacitos amarillos y aseguran que los indultos han sido una victoria de Puigdemont. Por el contrario, un republicano de izquierdas como Oriol Junqueras sale en libertad y lo primero que hace es aparecer en la portada de La Vanguardia --el periódico de la burguesía-- columpiando a su hija y echándole piropos al Gobierno de Pedro Sánchez: “El mejor que ha tenido España en una década”. Tan bueno es que Pere Aragonès, presidente de la Generalitat, se sentó el domingo a cenar con el presidente español y con quien hasta hace poco llamaban “el borbón”, el Rey Felipe VI. Recibirle no lo recibió, pero algo es algo. Y patada hacia adelante.

Los Comunes, por su parte, han hecho hasta un acto de contrición. A falta de arrepentimiento independentista, Jaume Asens ha solicitado que la Justicia española pida perdón por el daño causado y por el “incalificable” retraso en liberar a quienes se saltaron las leyes. No es que esté en contra de pedir disculpas, pero, a este paso, los constitucionalistas van a ser culpables de lo que ha sucedido en la última década, de la división social y hasta de la pandemia. Los que alimentaron un proceso inacabable y violaron las leyes del Estado de Derecho conseguirán indulgencia plenaria.

He pedido perdón más veces de las que recuerdo. Fui a un colegio de monjas durante el franquismo y teníamos confesión semanal. Cuando cumplí 11 años, ya no conseguía encontrar pecados de los que disculparme y me los inventaba. Preocupada, se lo conté a la profesora de gimnasia, la madre Javiera, una monja joven que me había escogido para el equipo de balonmano. Me miró con ojos de plato y dijo: “Cullell, no puede usted inventarse pecados para complacer al sacerdote. Dios la está viendo y sabe que miente”. Luego se puso a reír y añadió: “si no tiene que pedir perdón, no lo pida; vaya a jugar al balonmano y cumpla las reglas. Con trampas no se gana el partido”.

He jugado partidos profesionales y personales en los que he cumplido las reglas, aunque algunas no me gustaran. Saltárselas a la torera, más aún en Democracia, acaba con la convivencia y lleva a caudillismos de derechas, de izquierdas o nacionalistas; al guerracivilismo. Por eso, no voy a pedir perdón por dudar del buenismo o de los beneficios del indulto.

El independentismo, tras su incapacidad de declarar la secesión, le ha dado una tregua de dos años al Gobierno español. Sabe que sus partidos son necesarios para formar mayorías. Todo lleva a pensar que la concordia pende de un hilo. Según palabras de Junqueras, tendremos que esperar a ver “hasta dónde llegamos” en el diálogo entre Cataluña y España. ¿Hasta dónde? La realidad constitucional no ha cambiado: solo se puede llegar hasta donde permitan las leyes que están en vigor o las que se consigan aprobar en sede parlamentaria. La amnistía y el referéndum de autodeterminación no están entre ellas.

Mientras se prepara la Mesa de Diálogo, sería de agradecer que Sánchez se dirigiera al constitucionalismo catalán. Seguimos sin saber si la otra mitad de Cataluña, la que no gobierna, pero existe, va a ser convocada por el Gobierno a la futura mesa de diálogo. ¿O vamos a seguir hablando de catalanes refiriéndonos a los independentistas?

El indulto sin arrepentimiento se presenta como un mal menor. Se trata de un gesto de mano abierta que Europa valora. Incluso hacemos ver que las simpáticas guillotinas colocadas por los Comités de Defensa de la República (CDR) contra el Rey Felipe VI antes de la cena del MWC son chiquilladas permitidas por la libertad de expresión. Lo cierto es que incomodan a muchos ciudadanos, empresarios e inversores.

Ojalá gane la concordia, aunque hay que prever la posibilidad de que la tregua salte por los aires antes de esos dos años que el independentismo ha concedido para, en sus propias palabras, “rearmarse”. Perdón, perdón, pero no pienso disculparme por mirar de frente a la realidad.