El fastuoso hotel Fairmont Rey Juan Carlos I, sito en el extremo sur de la Diagonal de Barcelona, sufre una angustiosa situación financiera y se encuentra en un callejón sin salida.
La gestora del recinto, Barcelona Project’s, presentó el pasado mes de marzo preconcurso de acreedores. En los próximos días vence el plazo de espera que otorga la ley concursal, por lo que de no mediar una sorpresa de última hora, el procedimiento desembocará en un fallido formal seguido de la liquidación.
Es de recordar que los terrenos sobre los que se levanta el rascacielos del hotel son de titularidad municipal. El Ayuntamiento, siendo alcalde Pasqual Maragall, cedió su utilización a Barcelona Project’s a comienzos de los años noventa, por un periodo de medio siglo, hasta 2040. Desde entonces, esa promotora lleva invertidos en el complejo nada menos que 250 millones.
En los 28 ejercicios de explotación que el Juan Carlos I tiene a cuestas, solo ha logrado ganancias en tres. El saldo acumulado de todo el periodo arroja unas pérdidas de 120 millones.
El balance de la compañía gestora yace hoy sepultado bajo la losa de un pasivo bancario de 90 millones, más 40 millones que adeuda a proveedores y otros acreedores. Los recursos propios presentan un abultado déficit. La situación de la empresa es sencillamente insostenible.
El impulsor del magno alojamiento fue un príncipe saudita multimillonario, Turki Ben Nasser Abdul Aziz Al Saud, quien encargó la dirección a un hombre de su confianza, el doctor palestino Radi Mahmud Shuaibi.
Turki, hermano del rey Salman, falleció en 2016. Sus herederos no quieren saber nada de una inversión que solo les ha proporcionado quebraderos de cabeza. Desde hace tiempo tratan de vender el hotel al mejor postor.
Tal como ha explicado Crónica Global, varios interesados analizaron las magnitudes contables de la sociedad de marras, entre ellos el fondo estadounidense Apollo, pero los números no salen. Solo quedan 19 años de concesión. Y en 2040 tanto los terrenos como todo lo que se haya erigido sobre ellos revertirán a la corporación municipal.
Nadie en su sano juicio puede esperar que en tan solo dos décadas escasas el negocio genere ingresos suficientes para amortizar la caterva de deudas pendientes y para remunerar los recursos frescos que han de ponerse sobre la mesa.
La única salida posible es que el Ayuntamiento otorgue una prórroga de la concesión. Barcelona Project’s ha acudido en repetidas ocasiones a Ada Colau para solicitar el aplazamiento. Siempre se ha topado con un rechazo rotundo. Es harto sabido que la alcaldesa guarda una aversión declarada a cualquier iniciativa privada.
Para ella, las instituciones inversoras como Apollo son algo parecido a la reencarnación del mismísimo demonio. Así que ha dado con la puerta en las narices a la peticionaria y, de paso, a los 400 puestos de trabajo que dependen de su nómina.
En este episodio existe otra derivada sustantiva. Barcelona Project’s administra, además del hotel y sus espléndidos jardines, únicos en la Ciudad Condal, un imponente palacio de congresos con acceso directo desde la Diagonal.
Se levanta sobre una finca particular perteneciente a Torre Melina SA. Ésta cedió el uso del predio a la firma hotelera hasta 2039, a cambio de un jugoso canon arrendaticio.
En dicho año, el palacio de congresos retornará a Torre Melina SA, que, por cierto, desde hace tiempo tiene problemas recurrentes para cobrar el alquiler, dadas las penosas dificultades financieras del hotel.
Las heredades de dicha patrimonial abarcan desde el palacio de congresos del Juan Carlos I hasta el Real Club de Polo de Barcelona, uno de los feudos de la alta burguesía de la ciudad.
Torre Melina SA pertenece al empresario Luis Ignacio Pons Casademunt, dueño de numerosos edificios en los mejores enclaves de Barcelona. El nulo perfil periodístico de este acaudalado ciudadano es inversamente proporcional a su impresionante cartera inmobiliaria.
El monumental Fairmont Rey Juan Carlos I, de 432 habitaciones, lleva cerrado desde marzo del año pasado. Toda su plantilla está sujeta a expedientes de regulación.
Debido a la clausura total por la pandemia, las pérdidas de Barcelona Project’s se han disparado hasta las nubes. Si no se obra un milagro, la entidad tiene todos los números para acabar despeñándose por el precipicio de un descalabro calamitoso.